Una medida muy efectiva si se quiere contribuir a la protección del patrimonio familiar, salud, estabilidad emocional y desde luego de la armonía de la familia es hablar del miedo y la manera de afrontarlo.
Durante muchos años se ha pensado que el Barzón está integrado por deudores, pero, ¿qué pensaría si le digo, que no es así?, y que, por el contrario, éste está integrado por “pagadores”. Prueba de ello resulta el impecable historial crediticio y una brillante trayectoria como cliente cumplido previa a ser declarados en cartera vencida.
Las razones por las que llegan esos pagadores de buena fe a la moratoria, son diversas, imprevistas y muchas veces inevitables, por ejemplo, el pasado año 2020, ¿quién hubiera imaginado con años de anticipación que enfrentaríamos una pandemia?, a cuya consecuencia perdería el empleo, disminuiría sus ingresos o sencillamente bajaría la cortina de su negocio de manera prolongada.
Esto, aunado a no tener respuestas certeras frente al pago de una deuda, nos lleva a tomar las peores decisiones por querer resolver en lo inmediato y precipitarse en aceptar acuerdos que sabemos de sobra son impagables en el presente o futuro inmediato.
Observemos, la función de los despachos de cobranza es infundir temor, e incertidumbre en el deudor para que corra a aceptar un convenio; quienes reciben una demanda en su domicilio, prefieren llamar a su acreedor, ir a su despacho, rogarle una segunda oportunidad en lugar de contestar la demanda; quienes acceden a dar sus datos por teléfono, frente a una llamada de alguien que se identifica como ejecutivo bancario alertando sobre un hecho relacionado con el robo de su dinero, obtiene su cometido, dependiendo de lo convincente y sorpresivo del mensaje; quienes después de haber sido clientes bancarios “premium” a la segunda mensualidad vencida complican su situación al firmar reestructuras que no son acordes a su nueva capacidad de pago; quienes desocupan sus casas de noche para entregarlas al acreedor por la buena para no exponerse a que el vecino se de cuenta que lo lanzaron de su casa por moroso; o quienes piden prestado para pagar, tapando un hoyo y destapando tres…
Y así, una larga cadena de ejemplos e historias de quienes se entregan a los brazos de su acreedor, derrotados, sin haber hecho siquiera el esfuerzo de luchar, lo hacen por miedo.
Miedo a lo que viene, al futuro, al “qué dirán”, al fracaso, a perder sus bienes, a volver a empezar, a andar en demandas, al sufrimiento de ellos y su familia. Y entonces, cuando hemos sido presas de ese terrible sentimiento, que nos quita el sueño, el hambre, el color de la vida, las ganas de vivir; quedamos vulnerables a las enfermedades, los negocios quiebran, los hijos enferman, la casa se cubre de sombras y mal humor, y se piensa que ha llegado el final.
Y no es así; muchos de esos finales que le ponemos a nuestra historia (los más fatales) tienen un 90% de posibilidades de no suceder. Son momentos en donde solo nos rescatará nuestra fe y una buena asesoría, para conocer cuál es nuestra verdadera posición frente al acreedor, las mejores maneras de abordar la deuda, de agotar los plazos en lo que se busca una solución sin exponer nuestra salud. Y tener la certeza que no debemos tener miedo, abandonar el miedo, y optar por la resistencia emocional; muchas veces es cuestión de estrategia y otras más, solo de tiempo.
Agradezco sus mensajes en mi cuenta de Facebook, los leo todos; y cada uno de ellos representa un motivo mas para continuar en el diario esfuerzo de orientar y hablar con claridad de los temas tabú de las deudas, las complejidades del sistema financiero mexicano, y las endebles y torpes instituciones del Estado que se supone están para procurarnos bienestar y protección como usuarios.
Envío desde este espacio un cálido saludo a mi amigo Remigio Ronzón de Coatepec deseando pronta recuperación. Y, a nombre de todos los barzonistas, envío sentidas condolencias a la familia Alcázar, por la irreparable pérdida de nuestro compañero Jorge, Descanse en Paz.
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