Es un descubrimiento excepcional: un huevo de gallina intacto de hace 1.000 años, con contenido en su interior. Por desgracia, alguien lo rompió en el laboratorio…
Pocos alimentos hay más delicados que un huevo. Por eso encontrar huevos intactos de hace cientos de años, es un hallazgo único.
En unas excavaciones en Yavneh, en Israel, los arqueólogos han encontrado un huevo de gallina intacto que tiene 1.000 años de antigüedad. No se conoce otro similar, según informa la web israelí Haaretz.
Existen fragmentos de huevo de gallina de hace 2.600 años, pero son solo trozos. También hay huevos de avestruz más antiguos, porque son más gruesos. Incluso fragmentos decorados de hace 65.000 años. Pero no un huevo de gallina milenario, mucho más delicados. Y con la yema en su interior:
¿Cómo se puede conservar un huevo intacto durante 1.000 años? Es un caso muy especial, debido a las condiciones anaeróbicas del lugar en donde fue encontrado.
Estaba dentro de… un pozo negro. Técnicamente un retrete de 1,20 x 80 centímetros. Cómo acabó allí es una incógnita, pero al estar cerrado herméticamente sin oxígeno y protegido por materiales blandos, ha podido sobrevivir intacto durante 1.000 años.
Los arqueólogos han podido datar el huevo porque estaba junto a una lámpara y unos muñecos tallados de madera del período tardío Abbasid, que transcurrió sobre el año 1.000 d.C. Por eso se le ha otorgado esa antigüedad.
Por desgracia, mientras lo estaban examinando en el laboratorio la cáscara se rompió, derramando la yema milenaria.
Ha sido posible pegar la cáscara rota y recuperar la yema para analizar su ADN, así que no se trata de una pérdida total. Y como se consuela la arqueóloga Alla Nagorsky: “seguramente tarde o temprano tendríamos que abrirlo para examinar su interior”. Pero ya no será el único huevo de gallina milenario e intacto que existe…
Estos accidentes son más comunes de lo que pensamos, aunque pocos salgan a la luz. Muchos objetos arqueológicos parecen intactos cuando se encuentran, pero se vuelven extremadamente frágiles cuando entran en contacto con el aire o la luz, hasta el punto de convertirse en polvo.
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