Para Paty y Emmanuel, con amor.
Uno de los papales principales de las culturas es destacar lo que une a una sociedad. Se trata de estructuras de coherencia comunes, generales, compartidas. Pero sucede que en general las culturas no se refieren a la persona en su particularidad, en su individualidad, ni tampoco se dirigen a la singularidad personal.
Mucho menos en el mundo moderno que tiene como una de sus principales características lo universal, acercando a las sociedades y las personas a patrones y formas de ser similares, repetidas, comunes, globales. Así, la cultura mundial moderna usa modelos, prácticas, ideas, que se globalizan, y las sociedades y las personas de todo el mundo hacen y reproducen esos mismos esquemas.
Pero en muchos aspectos o ámbitos eso no sucede en el individuo, en la persona. Si bien somos productos sociales y reflejamos lo que nuestras familias, sociedades y culturas nos introyectaron, somos, a la vez, una singularidad, contenemos, cada quien, personalidades que se diferencian unas de otras.
En este mundo global contemporáneo, resulta que precisamente estamos revalorando, reivindicando o defendiendo la diferencia, lo que nos hace diferentes entre personas. Por un lado, estamos en medio de luchas en contra de la discriminación de todo tipo, ya sea a través de movimientos antirracistas como el “Black Lives Matter” o a través de constatar sorprendentemente que los israelitas siguen matando palestinos por no ser como ellos (y de paso quitarles sus territorios), por mencionar dos casos solamente. Sin embargo, por otro lado, las diferencias, la singularidad, el ser diferente -“raro” o “excéntrico” o “inadaptado”- vienen desde algo más personal, más íntimo, más individual.
Desde luego, común e históricamente la discriminación se ejerce por el color de piel, por la nacionalidad o la etnia, por la orientación sexual o la identidad de género, por status social o económico, por edad o discapacidad, etc. Pero hay otro tipo de discriminación más sutil y hasta imperceptible, es la discriminación por ser diferente, diverso, singular, particular, raro. Y aquí lo destacable es que esa discriminación viene en la mayoría de los casos por la persona misma, es decir, es la persona que se siente y actúa diferente la que se autoexcluye o se discrimina a sí misma.
La gran noticia es que todos y todas somos así, unos más que otros, unos de forma más tajante, evidente o hasta excéntrica y fóbica; otros desde la sombra, desde la más personal soledad o desde la más individual intimidad.
Hace un par de años descubrí a Guadalupe Nettel. He leído una novela y dos libros de relatos cortos. Guadalupe escribe muy, muy bien. Su narrativa es directa, sencilla, precisa y, sobre todo, bella. Pero, principalmente, Guadalupe Nettel es entrañable, íntima, introspectiva, pero no de una forma psicoanalizante o terapéutica, sino de una forma cotidiana, personal, familiar. De ahí que uno se identifica no sólo con sus personajes, sino con sus vidas, con sus fallas, errores, excentricidades, pautas, hábitos, tics, personalidades neuróticas, miedos, individualidades, singularidades.
Nettel me llevó, a través de su relato y a través de las formas particulares de vivir de sus personajes, a mí mismo, a mi propia singularidad, a valorar la neuro-diversidad de otros y otras, así como la mía propia. Con Guadalupe Nettel, con su literatura, no hay posibilidad a la discriminación. Al contrario, se abre un mundo de comprensión, aceptación y compasión.
En ese sentido su libro de relatos “Pétalos, y otras historias incómodas” * es verdaderamente revelador. Una primera lectura te deja con la parte anecdótica de los relatos, pero luego se te queda en la mente y la sigues reflexionando: ¿acaso no somos todos así? ¿acaso no está hablando de cosas que hemos hecho o pensado o que nos han sucedido? O bien, recordamos a alguien conocido con ciertos rasgos similares. Y de pronto nos salta: ¡ha claro!, pues esto es normal, así era yo, así era fulanito o fulanita. De la rareza pasamos a lo normal. De la rareza, de la diferencia, pasamos a la compasión, a un yo, nosotros, ellos, así somos, no soy el único: así he sentido, así siento, así fui, así reacciono, así he sido, así soy, así soy.
Gracias Guadalupe Nettel por relatarnos la diferencia que nos hace únicos. Gracias Guadalupe por tu escritura clara, transparente, nítida, perfecta. Gracias Guadalupe Nettel por regresarnos la vida a nuestras cotidianidades, el gusto a nuestras habitualidades, la comprensión y la compasión a nosotros mismos y a otros. Gracias Guadalupe por captar, describir, identificar y aceptar de manera tan respetuosa y natural nuestras rarezas, y narrarlas.
”Pétalos, y otras historias incómodas”, Guadalupe Nettel, Anagrama, 2008, Narrativas hispánicas, primera edición mexicana, noviembre 2019.
https://es.wikipedia.org/wiki/Guadalupe_Nettel