Ya he contado varias veces la historia del Día Internacional del Jazz pero, con mucho gusto, la vuelvo a contar: Herbie Hancock nació en 1940, en 2010 decidió celebrar su septuagésimo aniversario con la creación de un mundo sonoro en el que cupieran todos los mundos sonoros.

«Todo empezó —comentó el pianista chicagüense al diario El País en una entrevista realizada en julio de 2010— de una forma un poco casual. Larry Klein y yo estábamos en Bombay formando parte de una delegación oficial del Departamento de Estado en conmemoración del 50º aniversario del viaje de Martin Luther King a India para estudiar la filosofía de Gandhi. Allí tuvo lugar la primera sesión informal con un grupo de músicos locales. Desde entonces, hemos viajado a siete países para encontrarnos con los músicos de cada lugar. Ha habido excepciones. Por ejemplo, teníamos pensado ir a África para grabar con diversos grupos de aquel continente, pero nos encontramos con que la mayoría estaban establecidos en París, así que terminamos grabando allí. Sí fuimos, en cambio, a São Paulo, para grabar con Céu o a Londres para encontrarnos con Jeff Beck».

Se trasladó, además, a Bombay para grabar The Song Goes On, junto a Anushka Shankar, Chaka Khan y Wayne Shorter. Don’t Give Up fue grabada entre Londres, Nueva York y Los Ángeles, con Tal Wilkenfeld, Pink y John Legend. El registro de La Tierra se hizo en Miami junto a su autor, Juanes, y el del clásico de Bob Dylan, The Times, They Are A’ Changin’, en Irlanda, junto a The Chieftains, Toumani Diabaté y Lisa Hannigan.

El resultado fue The Imagine Project, un álbum grabado en siete idiomas, con músicos de once países y música de muchas culturas diferentes, todo un festín de la apertura y la inclusión. Tal homenaje a la interculturalidad merecía un tema ad hoc con el sentimiento global y eligió la gran utopía lennoniana del siglo veinte, Imagie.

La cosechá llegó en 2011, además de ganar un premio Grammy, el álbum le valió el nombramiento de Embajador de Buena Voluntad de la UNESCO. Su primera propuesta fue la designación de un día para celebrar el jazz en todo el mundo. La solicitud fue aceptada y, en noviembre de ese mismo año, la Conferencia General de la UNESCO proclamó el 30 de abril como Día Internacional del Jazz bajo los siguientes preceptos:

  • El jazz rompe barreras y crea oportunidades para la comprensión mutua y la tolerancia.
  • El jazz es una forma de libertad de expresión, y simboliza la unidad y la paz.
  • El jazz reduce las tensiones entre los individuos, los grupos y las comunidades.
  • El jazz promueve la innovación artística, la improvisación y la integración de músicas tradicionales en las formas musicales modernas.
  • El jazz estimula el diálogo intercultural y facilita la integración de jóvenes marginados.

No hay nada nuevo bajo el soul, todo eso ya está dicho pero, para celebrar el día, puede decirse en octosílabos.

Porque el jazz rompe barreras
y crea oportunidades
para unir comunidades
sin importar las banderas,
los credos o las hogueras
de las que brote ese haz
luminoso. Porque el jazz
es libertad de expresión,
es que tiene vocación
de integración y de paz.

Porque reduce tensiones
de grupo o individuales
y propicia los rituales
que unen a las naciones.
Porque lleva innovaciones
—que brillan como linternas—
a las músicas eternas
para que su corazón
pueda enriquecerse con
sonoridades modernas.

Porque estimula el encuentro
entre culturas diversas
que, aunque parecen dispersas,
son hermanas en el centro.
Porque está en el epicentro
de una gran revolución
de apertura e inclusión,
es la música ideal
para dar punto final
a toda marginación.

Para que acercara al mundo
y enlazara las culturas
a partir de sus alturas
y su sentido profundo.
Para que fuera rotundo
el esfuerzo, y además,
para que, por fin, la paz
se irguiera en un capitel
era necesario el
Día Internacional del Jazz.

 

 

 

 

 

 

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