Para Sergio Ábrego, la voz humana es contenido y continente, es el mensaje y la paloma mensajera, body and soul de la emoción. El guitarrista ha puesto los conocimientos y la experiencia adquiridos en JazzUV al servicio de la música popular latinoamericana para agrandar su lenguaje y llevarla a niveles de novedad y de sorpresa. Con eso bastaría, pero además ha integrado los oficios de las artes visuales para generar un código estético que impacte fuertemente en el espectador. Así me lo platicó.

Aquellas pequeñas cosas

Son aquellas pequeñas cosas
que nos dejó un tiempo de rosas.
Joan Manuel Serrat

Mi nombre es Sergio Ábrego Hernández, soy músico profesional recién egresado del Centro de Estudios de Jazz de la Universidad Veracruzana, también tuve la oportunidad de estudiar música clásica, cursé el ciclo propedéutico de la Facultad de Música de la UNAM en Ciudad de México, y actualmente estudio la Maestría en Mercados y Negocios del Arte Contemporáneo por la Universidad Centro, aquí, en Ciudad de México.

Casa estudio de Luis Barragán (foto: cdmxtravel.com)

Soy oriundo del barrio de Tacubaya, es una zona de muchísimo folclor y cultura, por ejemplo, aquí se grabó parte de Los olvidados, de Luis Buñuel, y también el arquitecto y maestro, padre del modernismo, Luis Barragán construyó aquí su Casa-estudio, creo que ese lugar es un buen ejemplo de lo que es barrio y cultura, y cómo convergen.
La familia de mi papá estuvo instalada en esta zona desde que era llano, con la urbanización, la ciudad se empezó a apoderar de esta zona y también de Santa Fe, una zona que colinda con Tacubaya que actualmente es una de las zonas con mayor afluencia comercial, entonces, claro que la urbanización llegó a la zona poniente y creo que desde que era chico, instalado acá he tenido un retrato de un México real, un México sin filtros. Esta es una zona mercantil de muchísimo movimiento en la que, evidentemente, la cumbia, la salsa suenan a cada momento, más que nada en los tianguis de domingo. Cuando íbamos a surtirnos para la despensa, era de escuchar muchísima música, muchísimo ruido, muchísima gente de esta misma zona.
Mi mamá tuvo un contexto más rural, ella vivió en Tulancingo, Hidalgo, y su familia está instalada en Tláhuac, que también es una zona cultural importante. Igual que Tacubaya, Tláhuac es una zona privilegiada, es vecina de Xochimilco, entonces la chinampa, el sembradío, la reforestación, la preservación del ajolote, todo eso es muy importante por allá, y es una zona de feria, de estas ferias de pueblo que llevan una rueda de la fortuna de procedencia dudosa y llevan a Los Cuisillos, a la Banda El Recodo, a la Banda Machos, entonces son momentos de muchísimo baile, muchísima comida, muchísima gente. Creo que estos elementos, aterrizándolos al día de hoy, sí que apelan a mi quehacer musical y a mí quehacer como artista. De alguna manera, los artistas tenemos que proyectar ciertas reflexiones de lo que hemos vivido, en conjunción con alguna idea o algún proceso de la actualidad, y yo creo que todo esto afectó muchísimo a lo que hago actualmente.
Tengo muchas anécdotas, por ejemplo, los fines de semana siempre eran motivo de reunión en casa de mi abuelo paterno, Alfredo Ábrego, junto con mi abuelita Mari y sus tres hijos: mi papá, Sergio, y mis tíos Alex y Carlos. Esos días eran motivo de comer, motivo de jolgorio, mi abuelito siempre sacaba el Don Pedro (risas) y era momento de jugar baraja, jugar dominó, y la música era muy importante, mi abuelito y mis tíos ponían a Marco Antonio Muñiz, a su hijo el Coque y a El Pirulí, y ahora, en reflexión te puedo decir que lo importante era la letra, que ya entrados en la reunión lo importante era cantar con los discos o escuchar lo que tenía que decir alguien en una canción, me acuerdo que ponían un disco y era escuchar lo que tenían que decir las letras y creo que eso sí afectó en lo que yo hago. Esas reuniones eran un pretexto para que la familia pudiera estar junta y creo que es un recuerdo de los más viejos que tengo en relación a la música.
Mi papá es un tipo de melómano pero muy discreto, desde que yo era chico él escuchaba a [Joan Manuel] Serrat, a Silvio [Rodríguez], a Joaquín Sabina, y en su exploración personal buscaba las letras o buscaba los conciertos completos en Internet, o mi tío le prestaba discos y se ponía escucharlos solo, pero para mí era una de las tantas prácticas que podía tener mi papá, no tenía una relevancia especial para mí, pero ahora puedo saber que claro que fue importante, para mí es muy importante la letra del idioma español y el cancionero latinoamericano que permea prácticamente todo el continente, por eso mi quehacer trata de preservar y difundir todo este canon de la música latinoamericana, y creo que tiene mucho que ver con todo esto que te cuento.

Yesterday

Yo creo que en mi primer acercamiento a la música también tiene que ver con mi papá, él siempre ha sido un gran fan de los Beatles, tenía algunos discos pero, realmente, nunca tuvo la oportunidad de acceder a todos sus discos, una vez nos regalaron una discografía para computadora y ese compilado nos permitió muchísima exploración, tanto a él como a mí. Desde entonces, sin tener un conocimiento de la música yo podía reconocer la habilidad de los Beatles para hacer canciones —hay que recordar que las canciones son piezas musicales cantadas, muchas veces, erróneamente le llaman canciones a piezas que no lo son— tan populares pero también tan digeribles y a la vez tan bien hechas, desde entonces se lo he reconocido muchísimo a los Beatles.

Sergio Ábrego en la infancia (foto proporcionada por el artista)

También me gustaba mucho el rock americano de mi época. Siempre he dicho que mi curiosidad y el Internet nacieron juntos, y sí, realmente yo era un chico muy introvertido y hacía mis búsquedas personales, y fue en el Internet donde pude encontrar todos los conciertos de estas bandas —los muchos o pocos que podían estar colgados en el Internet—, recopilar la mayor cantidad de fotos de estos grupos, investigar quiénes eran los integrantes, de dónde eran, conocer las letras. Me acuerdo que cuando encontraba una canción, la descargaba, la pasaba a un disco y la escuchaba treinta y cinco veces en mi discman, con la letra a la mano para aprendérmela y poder cantarla con el disco. Creo que desde entonces soy una persona a la que le gusta mucho la recopilación de información y poder entender una información a través de diferentes puntos, por ejemplo, los artistas, el contexto, la memoria que crearon, su trayectoria; creo que desde entonces empezó esa vocación por la investigación.

El canto de la guitarra

Realmente, yo no fui una persona muy enfocada en los estudios escolares, cuando estaba en la prepa, en un esfuerzo de mi mamá de que me enfocara en algo, compró una guitarra acústica, llegó a la casa, me dio y me dijo mañana empiezas en el taller de guitarra de la prepa.
El primer reto fue entrar físicamente, yo era alguien muy tímido y cuando me asomé a la ventana vi siete chicos más el maestro, entonces fue difícil, pero ya dentro creo que recibí una de las lecciones más grandes de música, que me abrió el panorama; como te comento, había siete chicos con guitarra, y yo, en mi desconocimiento le pregunté al maestro por el cantante, volteó y me dijo: la guitarra canta. En efecto, era un ensamble en el que nosotros hacíamos las melodías y los contrapuntos, y el maestro, como era el más experimentado, era quien hacía los ritmos.
En este punto de la reflexión, te puedo decir que me doy cuenta de lo importante que es un buen maestro en la educación en general, pero especialmente en la educación temprana, tener un maestro que tenga una vocación real por la enseñanza es muy importante. No cualquier músico sabe hacer un ensamble, no cualquier músico sabe dirigir, no cualquier músico sabe hacer melodías, y en ese sentido, fue inspirador mi maestro Javier Baeza Lara y hasta la fecha lo reconozco como mi más grande maestro.
Era un ensamble de pura música latinoamericana y no creo que fuera fortuito porque el padre de mi maestro es requintista de bolero, entonces mi maestro traía toda esa tradición, y si el american songbook es extenso, el México boleros songbook lo es más, y él se las sabía de todas, todas. Lo mejor era escucharlo cantar, no lo hacía mucho pero cuando se ponía a cantar con la guitarra y hacía su requinto, era de una inspiración maravillosa. Él estudió en la antigua Escuela Nacional de Música, entonces era algo inspirador.
En algún momento, este ensamble tomó tanta seriedad que de las tres horas del ensayo, la primera era de técnica y las otras dos eran de repertorio. A mí me parece muy loable que un ensamble de una escuela promedio pueda hacer que un cúmulo de chicos se enfoquen en algo que, realmente, en la cultura actual no es de relevancia —la música, desgraciadamente, no se considera tan importante en la sociedad y creo que eso debería de cambiar— y cómo es que mi maestro creó una ecología de saberes propicia para que nos pudiéramos enfocar, fue la primera vez que yo sentí que formaba parte de algo, fue la primera vez que desarrollé una curiosidad genuina y las ganas de autoaprender, el primer repertorio de música clásica me lo aprendí por mi propia cuenta.

La apropiación de los sueños

Todo esto sucedió a tal grado que en cierto punto decidí estudiar y dedicarme a la música, una decisión que tomé de golpe y porrazo, algo a lo que me gusta llamarle sinapsis. Creo que todas las decisiones las he tomado así, simplemente, en algún momento llega una idea y confío en esas ideas porque sé que detrás de ellas hay un cúmulo de reflexiones, así es como decido.
Cuando decidí estudiar música, al principio mis padres fueron un poco renuentes, sin embargo creyeron en mí; siempre lo he dicho, gracias a mis padres por hacer suyos mis sueños. Hice la convocatoria a la UNAM, quedé, y debido a que fue un logro personal y que la máxima casa de estudios es una institución en la que no teníamos que pagar nada, de alguna manera eso me dio —válgase la redundancia— autonomía de mis padres, aun así, ellos no quitaron el dedo del renglón, quisieron pagarme una licenciatura y me inscribieron en la Licenciatura en Música de la escuela Fermatta, que es de música popular. En esa escuela solo estuve un semestre, en ese entonces mis intereses eran otros. Así fue como inicié mis tres años en la Facultad de Música de la UNAM que está en Xicoténcatl, en Coyoacán.
De ese taller del que te platico, salimos tres chicos que hemos estudiado música de manera profesional: Édgar Verde, Aldo Tirocchi y yo, ellos dos estudiaron en la Escuela Superior de Música, en la parte de clásico, y yo en la Nacional, pero el único que se dedicó a la música de manera profesional fui yo. Édgar es un gran arquitecto, de hecho me va a diseñar un espacio aquí en la Ciudad de México para que yo pueda vivir, y Aldo es un artista plástico y hotelero, con quien también he podido colaborar en el sentido de que he tocado en el hotel en el que él trabaja. Te platico esto porque cómo es que la música puede crear estas amistades que perduran, inclusive aunque ya no nos dedicamos a lo mismo.

Un golpe de realidad

En la Nacional tuve muchísima fortuna, aunque realmente no creo en las fortunas, creo en las posibilidades que tú mismo te creas, pero bueno, tuve la suerte de que me encomendaran con grandes maestros desde un principio y lo agradezco porque conocí a los mejores exponentes de la educación musical: el maestro Arturo Valenzuela —que es el primer doctor en música que conocí—, maestro de solfeo que tenía una gran capacidad didáctica, nos explicaba los elementos desde diferentes aristas con muchísima dedicación, era realmente admirable. El maestro Roberto Ruiz Guadalajara, era el maestro de historia, pero más que historia, nos daba su perspectiva de la música a través de la historia; él me dio una de las lecciones más grandes de vida en cuanto a la música: cuando entramos a esta escuela éramos muy jóvenes y queríamos ser como los grandes concertistas que veíamos en los videos y lo primero que dijo fue que si queríamos llegar a eso, que lo olvidáramos porque, para empezar, ya estábamos muy grandes, pero no lo dijo de una manera desalentadora, lo dijo en el sentido de que aprovecháramos nuestras posibilidades, nuestro contexto y lo que podíamos hacer para realmente hacer un aporte a la cultura; que pudiéramos leer tanto nuestras posibilidades como nuestro entorno de manera que pudiéramos crear argumentos que apoyaran a la actividad cultural musical de donde nos desenvolviéramos; yo creo que eso, más que algo desalentador, fue un golpe de realidad importante.

Escuela Nacional de Música (foto: Anders Leipzing/Wikipedia)

También tuve al maestro Domínguez en armonía, al maestro Salvador en contrapunto y al maestro de guitarra, René Báez de la Mora, quien ya tenía cierto acercamiento al jazz y me enseñó varios conceptos y me dio la posibilidad de presentarme dentro de la institución en con ciertos ensambles que yo mismo armaba, con mis arreglos o con mis ideas; esos pininos fueron de muchísima ayuda. Con estos referentes tan grandes, yo ya tenía una vara para medir la educación musical en México y se me había abierto el panorama de las posibilidades que un maestro puede tener en la música.
En el último año de la Nacional, entré al taller de big band que dirigía el maestro Octavio Íñigo y eso me cambió la vida; cuando puedes escuchar la batería, el contrabajo o el bajo, los metales con todo ese poder, y tú eres parte de eso, es algo que realmente te enriquece. Los ensayos eran algo que se gozaba demasiado, aparte, todo el lenguaje de la big band es muy distinto al de los combos más pequeños. Eso fue sumando a mis decisiones finales.
En cuanto a mis relaciones personales dentro de ahí, también las agradezco muchísimo porque a la fecha las mantengo, curiosamente todos son cantantes, tanto mujeres como hombres, y creo que también tuvieron mucho que ver en el impacto de mi quehacer actual. También conocí ahí a un amigo pianista que fue con quien hice el viaje a Xalapa posteriormente.

Jazzimiento

Acabé el ciclo propedéutico, iba a hacer el cambio de nivel, que es estudiar la licenciatura. Se hace a través de un examen y yo siempre he sido muy rebelde, tal vez no de acción, pero sí de pensamiento, y busqué la posibilidad de estudiar otros estilos. En ese momento estaba iniciando mis estudios de manera particular con el maestro Emmanuel Mora, guitarrista que ahora se dedica más a la laudería, le hizo sus guitarras al maestro Roberto Picasso y a Pancho Lelo [Francisco Lelo de Larrea].
Estando en la Ciudad de México, la primera opción de escuela para estudiar jazz que se te ocurre es la Escuela Superior de Música, pero ya cuando investigas, la cantidad de gente que entra es muy poca y hay ciertos elementos que realmente son muy desalentadores y, al menos en ese momento, no me daban ganas de hacer la convocatoria ahí. Mi maestro Emmanuel, que estudió en la Facultad de Música de la UV, me habló de movimiento JazzUV, me dijo que era muy receptivo, que era innovador, que era nuevo y que tenía un festival muy bueno. En ese tiempo, el maestro Édgar Dorantes fue a hacer una presentación al Imer para invitar al Festival JazzUV, mi amigo Alberto Esquivel, el compañero pianista que te cuento, y yo fuimos a escucharlo tocar y fue el momento en el cual decidimos hacer el viaje al Festival JazzUV en la edición 2012, todavía estaba el formato anual que era de casi dos semanas.

The Crash Trio en el Festival Internacional JazzUV (Foto JazzUV)

Era el primer viaje que yo realizaba por mi cuenta con amigos y lo primero que nos recibió fue la neblina, que se extraña en la ciudad xalapeña; conocí el Tierra Luna, la Casa del Lago, el Teatro del Estado. Fue un festival muy latinoamericano en el que conocí a la saxofonista Melissa Aldana, a Camila Meza, a Francisco Mela, a Giovanni Hidalgo, que dio un concierto en el que se echó un solo como de doce minutos, loquísimo. Lo que más recuerdo, y con más gusto, fue el jam de cierre, lo dio Ricardo Vogt, un guitarrista brasileño a quien pude escuchar en una entrevista en el mismo festival. Él tiene una guitarra Godin que es muy similar a la guitarra Godin que yo tengo, me acerqué a comentárselo y tengo una foto con él sosteniendo su guitarra. Este jam fue más en ritmos brasileños, no tan en el lenguaje del jazz, fue más íntimo, más de subir a cantar, y fue un momento para escuchar a alguien que versaba su lírica en su idioma, entonces fue algo que recuerdo con muchísimo gusto.

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: La voz del encordado
TERCERA PARTE: Lirios y delirios

 

 

 

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