Médicos y enfermeros rusos, la primera línea en el combate contra la pandemia del coronavirus, desconfían de la vacuna Sputnik V desarrollada por el Centro Nacional de Epidemiología y Biología Gamaleya. Los profesionales de la salud -quienes eran los seleccionados prioritarios para inocularse con la fórmula anunciada por Vladimir Putin en agosto- son renuentes a presentarse a los lugares de vacunación que se prepararon especialmente en Moscú para inmunizarlos. En las primeras dos semanas se abrieron 70 centros. Sin embargo, apenas se presentan interesados.

“Quizás en dos años”, dice Viktoria Alexandrova, una médica general basada en San Petersburgo, durante una entrevista con la cadena de noticias CNN cuando fue consultada respecto a cuándo se vacunaría con la Sputnik V. Ese medio elaboró una investigación especial alrededor del fenómeno de desconfianza. “En esta etapa, no estoy lista para vacunarme, ya que la vacuna rusa no es transparente y su efectividad no ha sido probada”, añadió.

La capital rusa abrió dos semanas atrás las puertas de los primeros 70 vacunatorios del país hace dos semanas. La prioridad la tenían los trabajadores de la salud, maestros y otros grupos de riesgo, exceptuando a los mayores de 60 años: la pócima no está autorizada aún para el grupo de mayor edad, el más riesgoso de todos si contrajera COVID-19. Lo afirmó el propio Putin hace seis días. Pero al constatar la evidencia, decidieron expandir el “beneficio” de la inmunización hacia otros grupos: desde periodistas hasta trabajadores del transporte.

Desde entonces, apenas 15.000 personas han sido vacunadas, según los datos aportados por el alcalde de Moscú, Sergei Sobyanin. La ciudad tiene 12 millones de habitantes.

Las salas están vacías y una preocupación crece entre las autoridades: la cantidad de dosis que deben descartarse por falta de interesados en vacunarse. Es que una vez que un vial se abre y descongela -cada uno de ellos contiene cinco dosis- deben utilizarse todas. Eso no está ocurriendo. Al faltar gente en las filas para inocularse, las que no son inyectadas en los hombros de los moscovitas deben ser desechadas.

“Cuando estaba recibiendo mi inyección, solo aparecieron dos de cada cinco personas que se inscribieron para ese horario. Las otras tres vacunas descongeladas tuvieron que ser desechadas”, tuiteó la periodista Nikita Sologub, quien vive en aquella capital. El desperdicio aumenta proporcionalmente con la desconfianza.

Una de las principales sospechas de los médicos y profesionales de la salud radica en que creen que el estado conducido por Putin ha querido imprimirle un tinte político e ideológico al desarrollo de la vacuna contra el coronavirus. Una carrera con implicancias peligrosas que sólo provocó desconfianza entre su población. Si hasta el nombre elegido recuerda a la carrera espacial que se desarrolló durante la Guerra Fría: entonces, la Unión Soviética bautizó a su primer satélite Sputnik.

La otra duda radica en datos concretos: las autoridades rusas y los científicos de Gamaleya -un centro biológico de renombre- todavía no publicaron los resultados de la Fase 3, la más importante de todos por la escala de muestras que consigue y que respaldan la eficacia y seguridad de la pócima. Aseguran que tiene una eficacia del 91 por ciento, pero los informes aún no fueron evaluados por la comunidad internacional.

“Recientemente me recuperé de COVID-19, por lo que todavía tengo anticuerpos. Ninguno de mis colegas planea vacunarse ahora. Puede que la tengan más tarde, pero primero debemos ver cómo se las arregla la gente”, dijo Natalya Romanenko, enfermera de la región de Chelyabinsk, a la cadena de noticias norteamericana. Pero el escepticismo crece entre la población general, no sólo la sanitaria. Una encuesta publicada por la agencia de noticias estatal ROA Novosti reportó que el 73 por ciento de los rusos no tenía planeado vacunarse en el corto plazo con la Sputnik V. Otra muestra, esta vez del Levada Center, colocaba ese número en 59 por ciento.

Las noticias sobre la desconfianza hacia el desarrollo de Gamaleya recorren el mundo. Es por eso que algunos hospitales de Moscú ya están obligando a su personal médico a vacunarse. El malestar aumenta y la Alianza de Médicos -el sindicato del sector- ya hizo la denuncia. “En un país donde el sistema de salud es en gran parte estatal y donde los jefes de las instituciones estatales tienen una autoridad tremenda, ese tipo de presión es significativa”, señaló la periodista Mary Ilyushina, autora del reporte.

Doce días atrás, era el diario The Washington Post el que advertía sobre la falta de confianza de la gente en esta pócima que Putin anunció con fanfarria en agosto pasado. Ante las salas vacías, el informe de Robyn Dixon decía: “Parecía haber más escépticos de las vacunas que adeptos en la primera semana en Rusia, luchando con el cuarto mayor número de casos con más de 2,5 millones. Las razones se basan tanto en la historia de Rusia de cautela ante las autoridades como en las teorías conspirativas que circulan por Internet y los negacionistas de la pandemia, lo que refleja gritos de protesta similares contra las vacunas en los Estados Unidos, Alemania y otros lugares”.

Rusia tiene una población de casi 150 millones de habitantes. De ellos, 2.905.196 están infectados, de acuerdo a datos de Johns Hopkins University. Las víctimas fatales suman 51.810 y los brotes no parecen controlados. La vacuna Sputnik V quizás sea efectiva. Sin embargo, el gobierno deberá hacer algo más para convencer a su población: tal vez lo más recomendable sería dejar de hacer política con el desarrollo.

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