Coyo Licatzin tiene claro que la música es mucho más que las bolitas, los palitos y los simbolitos que aparecen en un pentagrama, que la canción trasciende las palabras, más o menos afortunadas, que la componen; Coyo Licatzin, como Víctor Jara, no canta por cantar ni por tener buena voz, canta para encontrar sentido y razón.
Con un hondo sentido social, feminista y ecologista, Coyo Licatzin se construye como artista de su tiempo y de su circunstancia; como voz de una generación que se debate entre los devaneos de las redes sociales y los embates de una realidad amenazante, a la que, sin embargo, ve como material de construcción de empatía y comunidad.
Coyo Licatzin ve el jazz menos como una meta que como el camino que la conduzca a la cantante y compositora que quiere ser, una que tenga una firme solvencia musical, pero que no sea sino sustento de una voz social, empática, emocional y espiritual.
Con estas palabras me lo dijo:

Soy Istmo, viento y América

Yo me llamo Emma Coyolicatzin Hernández Solórzano, nací el 16 de diciembre del 99. Soy de Oaxaca, nací en Juchitán —tengo familia de ahí— pero mi registro está en Comitancillo y ahí es donde enterraron mi ombligo, es una costumbre de allá. Mi mamá es de Comitancillo, mi papá es de Ixtepec y ahí es donde crecí.
Creo que he tenido una gran cobertura musical porque es un arte que a toda la familia le gusta. Toda mi familia de parte de mi mamá es de gente muy musical, les encanta cantar. Mis recuerdos respecto a que me haya llamado la atención la música son de muy chiquita y los veo a todos ellos —es una familia muy grande, mi mamá y trece hermanos— cantando sobre todo mucha música latinoamericana y mucha cumbia, y cuando se reunían todos, en fin de año o en cualquier cumpleaños, siempre era una fiesta.
Mi papá toca muy bonito la guitarra y también tiene una voz preciosa, pero él es el único de su familia que toca, él dice que viene la vena de que su abuelo era compositor, pero era bastante borracho, mujeriego, y de pronto desapareció del mapa, no se sabe mucho de él.
Empecé a cantar a los tres años porque mi papá siempre tocaba la guitarra, y en una ocasión, para una presentación en el kínder, quiso que yo cantara una canción que se llama El lorito de la Veracruz [La Cotorrita], la cantaba Tania Libertad y la tengo registrada como la primera vez que memoricé y canté una canción completa. Mi papá tocaba y mi mamá cantaba, pero cuando yo empecé a cantar más seguido con mi papá, mi mamá dejó de hacerlo, como que me cedió el espacio. Cantábamos canciones de Mercedes Sosa, Violeta Parra, Víctor Jara, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Vicente Feliú, Eugenia León. Recuerdo que el más grande impacto que he tenido con un artista fue cuando, de muy pequeñita, escuché a Mercedes Sosa, me impactó mucho su voz y desde entonces es mi referente musical, vocal; incluso, en el compromiso de lo que es un artista y de la perspectiva social del arte, para mí, Mercedes Sosa es muy importante.

Let me be

Además de esa música, escuchaba a Cri Cri y a [Luis] Pescetti. Cuando crecí un poquito, como a los cinco años, empecé a escuchar otras cosas como [Joaquín] Sabina, [Joan Manuel] Serrat, Panteón Rococó, Molotov, Manu Chao, Ska-P, también me gustaron mucho y creo que puedo decir que también tengo mucha influencia de ellos. A mi mamá no le agradaba mucho la idea de que escuchara a Molotov, la verdad, (risas), pero yo era niña y realmente no comprendía muchas cosas y me encantaba la energía que transmitían, porque también tuve la oportunidad de ver algunos conciertos, me los pasaba un tío que en ese tiempo era muy joven, era chavo y por eso me pasaba esa música, también me presentó a Queen, a Kiss, a Guns and Roses y con ellos tuve mi primer acercamiento al rock, luego conocí a los Beatles.
Todo esto es lo que yo escuchaba de los cuatro a los doce años, y lo cantaba y bailaba. Como te comentaba, me gustaba muchísimo la energía que proyectaban en los conciertos, siempre me llamó mucho la atención cómo un pequeño grupo de personas podía mover a tanta gente, cómo podría impactar en tantas personas en un momento, y desde entonces tuve la espinita de que quería estudiar algo relacionado con la música, aunque, por increíble que suene —porque en toda la familia había mucha onda musical—, no concebían que yo estudiara música como carrera, mi papá me visualizaba más como antropóloga o socióloga, mi mamá me veía como pedagoga o doctora, y yo, por llevarles la contraria, en algún momento dije voy a hacer agrónoma (risas).

Te doy una canción…

Como a los cinco años me llamaba mucho la atención la música, me llevaron con un maestro que daba iniciación musical y aprendí a leer un poco; después de estar un tiempo con él, mi papá me llevó con el que había sido su maestro de guitarra cuando era pequeño, el maestro Marcial Rasgado, y elegí que quería ser flautista porque me inspiró mucho una chica francesa que llegó de intercambio y tocaba la flauta transversal, la escuché y dije, ¡guau, qué sonido tan bonito! Era algo que no había escuchado jamás y me cautivó bastante, entonces, mi papá me llevó con su maestro, que es multiinstrumentista pero en realidad es pianista de profesión, yo creo que aprendió a tocar flauta conmigo, y como era muy estudioso, funcionó.
A los ocho años, por fin me regalaron una flauta, fue un obsequio de un hermano marista —mi papá trabaja en una escuela marista—, era una flauta que no le servía tanto, según entendí, a los chicos de otra escuela marista que era mucho más grande, y me la obsequiaron. Estudié flauta transversal hasta los catorce años, fueron como siete años.

L’amour est un’oiseau rebel

Luego entré a la prepa, no tenía pensado estudiar música porque había tenido solamente el encuentro con la flauta transversal y me encantaba pero no me llenaba lo suficiente, siempre me gustó más cantar, pero, además de que mis papás decían que la música no es lo más sustentable para vivir, el maestro me decía sí, vas a vivir de la música pero no como cantante, debes tocar un instrumento, debes saber hacer algo porque los cantantes no saben nada.
Recurrentemente me decían cantar ya lo tienes, ya cantas, después de unos años me di cuenta de que no cantaba nada (risas) porque entendí que no, que es un instrumento, yo diría que es el instrumento más noble pero, al mismo tiempo, el más complejo. Finalmente decidí que sí quería estudiar canto, entonces mi maestro me dijo bueno, pero que sea ópera (risas), y yo decía bueno, es que, la verdad, no me veo cantando ópera; eran muy cortas las opciones: flauta u ópera, y no me gustaba.

Cuando labre la tierra / sembraré las palabras…

Entré a la prepa en la que trabaja mi papá, esa escuela tiene todo un proyecto de agroecología: sembrábamos, teníamos una parcela de producción orgánica para un huerto y teníamos conexión con otras preparatorias —a mí me gusta mucho hablar de eso porque sigue siendo parte de mi vida y creo que me impactó bastante—, gracias a eso hice un viaje acá a Xalapa —yo nunca había venido a Veracruz— para un encuentro de huertos escolares que es a nivel internacional, aquí conocí a Juliana y ella me presentó a Paty Ivison, que es maestra de JazzUV. La conocí, fuimos a desayunar al Café-Tal —ella es un amor de persona, es una gran maestra, una gran intérprete, un maravilloso ser humano, yo la adoro— y me llevó a JazzUV. Yo nunca había ido a una escuela de arte, entonces, cuando entré a JazzUV y todo estaba sonando, todo era muy bonito, me encantó; me llevó a una clase en la que estaba el maestro Olson [Joseph] con Lucy [Gutiérrez] Rebolloso, hija de Laura, y otra vez quedé impactadísima cuando la escuché, me encantó y le pedí su contacto.
Dije igual y sí quiero estudiar canto, y Paty me dijo aquí en JazzUV vas a tener la posibilidad de estudiar otros géneros. Mi miedo más grande era que yo no quería ser cantante de ópera, entonces, conocer JazzUV fue muy bonito porque en ese momento entendí que era una escuela que también se enfocaba en abrir otras posibilidades porque el jazz, finalmente, es música popular, entonces no puede estar cerrado a decir que otros géneros del mundo no son música o no entran dentro del esquema, sería una contradicción muy fuerte.
Yo nunca había escuchado jazz, formalmente, en mi vida, ahora sé que muchas de las cosas que tocábamos eran jazz, estaba sacando la Suite para flauta y jazz piano trío, de Claude Bolling, en la que toca Jean Pierre Rampal, pero no sabía qué era eso, no tenía el lenguaje, no tenía ni idea de quiénes son esos personajes. Cuando regresé a Oaxaca, fui con mi maestro y le dije voy a presentar examen para una escuela de jazz, y me dijo está bien, sí te voy a apoyar, no importa, vamos a ver qué tal te va. Tuve como tres o cuatro meses para prepararme y me vine a Xalapa.

 

 

(CONTINÚA)

 

 

SEGUNDA PARTE: El florear de la libertad
TERCERA PARTE: Llueve sangre en la ciudad

 

 

 

 

 

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