¿Qué podrían haber hecho dos niños de 12 y 14 años de origen mazahua para que sus cuerpos fueran convertidos en despojos y arrojados en bolsas de plástico negro en el centro de la ciudad de México? ¿Cuál habrá sido su pecado para que, siendo la carne de cañón del crimen organizado, no merecieran un castigo ejemplar sino la tortura y una muerte violenta inaudita? ¿En qué se ha convertido la Ciudad de México?

La descomposición política en México es brutal, sin embargo, resulta una especie de novela romántica respecto de lo que está sucediendo en lo más profundo y oscuro de la violencia criminal. La delincuencia carcome las entrañas de una sociedad cada vez más putrefacta mientras el gobierno de la ciudad y el federal montan un espectáculo para ocultar sus cadáveres, como lo hacen los propios cárteles.

La historia del brutal asesinato de Alan Yahir y Héctor Efraín pusieron al descubierto la brutal barbarie que viven miles de niños y adolescentes en la ciudad de México, utilizados por el narco y la delincuencia organizada para realizar todo tipo de tareas. Una generación que habita en las alcantarillas donde el único futuro posible es ser reclutado desde los siete, ocho o nueve años para robar, vender droga, cobrar extorsiones y matar… o acabar en pedazos dentro de una bolsa de plástico que alguien va a tirar oculto en la madrugada.

No es, como lo han querido sugerir en el resto del país, una violencia heredada. La ciudad de México es la urbe más grande de México que ha sido gobernada por el actual grupo en el poder desde hace más de dos décadas. A Cuauhtémoc Cárdenas lo reemplazó Andrés Manuel López Obrador y a este Marcelo Ebrard; y luego Miguel Ángel Mancera y Claudia Sheinbaum, con los pasos efímeros de Rosario Robles y Alejandro Encinas. Nadie más, sólo ellos han gobernado la ciudad más violenta del país.

Por eso no hablan de lo que pasa ahí, porque no hay a quien echarle la culpa. Porque la Unión Tepito, la Anti Tepito, la Mano con Ojos o como quiera que se llame la organización se fecundó en los gobiernos de izquierda. Ahí donde ni el gobierno federal se atrevía a intervenir porque era acusado de un acto de injerencismo. Ahí incubaron una delincuencia más violenta, más brutal, más sanguinaria, más extensa que muchas de las principales organizaciones delincuenciales del país. Ahí también está su base política, por eso han mantenido el poder por tantos años.

El Presidente puede dedicar horas enteras a revisar en los diarios el número de críticas a su gobierno o el paralelismo de emblemas entre movimientos sociales, pero jamás se referirá a las decenas de adolescentes que salen todos los días a matar o morir en las calles de la ciudad de México.

Lo de Alan Yahir y Héctor Efraín sólo develó el fétido olor de una delincuencia enquistada que es dueña de la ciudad, apenas a unas calles del Palacio Nacional, donde cada mañana se pincela un mundo maravilloso.

A raíz del homicidio de los pequeños mazahuas, el periodista Héctor de Mauleón, experto en tema de seguridad y delincuencia, reveló la serie de ejecuciones que se dieron en los días previos y posteriores en las calles del centro de la ciudad de México. Muchos de ellos, líderes de las organizaciones criminales que no llegaron siquiera a cumplir la mayoría de edad.

Cuenta que los niños habían desaparecido el martes 27 de octubre. La última vez que se les vio fue cerca de la esquina de Donceles y Allende. Un sujeto se los llevó a bordo de una moto. Aparentemente, los adolescentes se dedicaban a la venta de dulces.

Pero resulta que el mismo día de su desaparición, hubo una ejecución en el centro. A plena luz del día, en la esquina de Santa Veracruz y Eje Central, fue asesinado Juan Miguel García Salas, El Rata, de 18 años de edad. Se dedicaba a la extorsión y de acuerdo con los comerciantes del Centro echaba mano de niños y adolescentes para que realizaran los cobros.

Un día antes del asesinato del Rata, un día antes de la desaparición de los adolescentes, ocurrió otra ejecución en el centro: en calles de la colonia Morelos fue acribillado Dilan Michel “N”, hijo de una supuesta operadora de la Unión Tepito a la que apodan Big Mama. La víctima tenía 19 años. Dos sujetos en motocicleta le tiraron en el tórax y en los brazos hasta dejarlo muerto, relató el periodista.

Esa es la realidad que se vive todos los días en la ciudad de México. Es la realidad que ni siquiera el cineasta Luis Estrada ha sido capaz de reflejar: no es la sátira censurada de la Ley de Herodes, tampoco la crítica social de Un Mundo Maravilloso o los horrores explícitos de El Infierno. Los días de furia que vive el país suponen que la trilogía de Estrada es apenas un tímido asomo a la barbarie que vivimos.

Cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo, Yahir y Efraín nos mostraron el país que nadie quiere mirar.

Las del estribo…

1. Difícil de pensar que un grupo de senadores de la República acusaran ante el Pleno al Secretario de Gobierno, Eric Cisneros, de proferir amenazas en contra de presidentes municipales del PRD y de otras fuerzas políticas si no tuvieran las pruebas que lo sustenten. La misma acusación repica una y otra vez.

2. Se llevan pesado los morenos. Ayer entre los diputados locales Rubén Ríos y Magdaleno Rosales se intercambiaron insultos y acusaciones que versaron desde golpeador de mujeres hasta analfabeto funcional que no terminó ni la primaria. En realidad ese es el nivel de la política que hoy se practica en Veracruz.