Lo que vimos este martes en los Estados Unidos no fue la elección de su Presidente. En realidad se trató de un plebiscito al gobierno de Trump en medio de un país polarizado por la pandemia, la violencia racial y la crisis económica. Paradójicamente, el candidato más votado en la historia de ese país fue un espectador más, beneficiario del encono entre los fanáticos de Trump y sus adversarios.
Biden sacó por mucho más votos de Bill Clinton o Barack Obama, los últimos presidentes demócratas que resultaron un fenómeno en las urnas. Pero la personalidad gris de Joe Biden no tiene nada que ver con el carisma de Clinton y el arrastre de Obama, a quienes en sus campañas se les comparó únicamente con John F. Keneddy. Biden ni siquiera es el demonio socialista que quisieron hacer ver algunos cubanos de la Florida, tratando de darle personalidad al adversario del actual mandatario.
Joe Biden será el próximo Presidente de los Estados Unidos gracias a la delirante personalidad de Donald Trump. Por meses, miles de norteamericanos –demócratas o no- salieron a las calles a hacer campaña en contra de Trump y no a favor de Biden. Insistieron en señalar una y otra vez los agravios cometidos por el tornasolado mandatario. Y eso animó a sus partidarios a hacer lo mismo.
Los millones de votos que emitieron los norteamericanos este martes fueron para Donald Trump casi todos. Unos a favor y una muy pequeña mayoría en contra; sólo unos cuantos sufragios fueron a favor de Biden. El magnate revolucionó el escenario electoral en Estados Unidos y provocó la elección más alta en la historia de ese país. Superó en votos a cualquier otro presidente republicano o demócrata, menos a él mismo. Biden pasará a la historia gracias a Trump.
A la luz de los resultados, muchos analistas políticos coinciden que no se trató de un triunfo de Biden sino de los opositores a Trump. No es del todo cierto. Sin embargo frente a otro contrincante, Biden nunca hubiera alcanzado los votos que obtuvo.
Todo esto viene a cuento porque hay quienes empiezan a observar con calzador algunos paralelismos en el escenario electoral de ambos países. En mi opinión no los hay, aún cuando el frenesí entre los adversarios del Presidente mexicano y el encono que promueven sus simpatizantes puedan tener algunas coincidencias. Sin embargo, las diferencias son tan abismales que no permiten comparación alguna.
Me referiré a algunas de ellas. El próximo año tendremos las elecciones intermedias en las que también se elegirá a la mitad de los gobernadores del país. No se trata de una elección Presidencial como sucedió en los Estados Unidos, por lo que no importa cuál sea el resultado, López Obrador seguirá siendo el Presidente al día siguiente de la jornada electoral.
Por tanto, su nombre no aparecerá en la boleta como sí apareció el de Donald Trump. A diferencia del elector norteamericano que podría expresar su apoyo o rechazo directamente, el elector mexicano lo tendrá que hacer a través de un tercero, es decir, un candidato que represente al Presidente y a su partido, pero que no es él en sí mismo. De esta forma, aún si ganan los partidos de oposición, el Presidente no habrá perdido del todo como sí sucedió con Trump.
El próximo año habrá en México una elección que servirá para evaluar en las urnas el desempeño del Presidente, pero no será tan determinante como en Estados Unidos. Los votos no serán a favor o en contra de López Obrador, sino que aquí sí intervendrán toda una serie de factores locales como es el hecho de que habrá elección de alcaldes en muchos estados.
Los partidos políticos tienen clientelas electorales diferenciadas en los estados y el comportamiento en una intermedia jamás es igual a la presidencial. Los casos más recientes son Hidalgo y Coahuila, donde con menos votos que hace dos años cuando ganó López Obrador, el PRI logró recuperar muchos de los espacios perdidos.
Otra diferencia fundamental es el sistema de partidos políticos. Si en Estados Unidos hubiera al menos tres partidos, Donald Trump hubiera ganado por un amplísimo margen porque el voto en su contra su hubiera polarizado. Al haber sólo dos partidos –el republicano y el demócrata- era una apuesta de todo o nada.
El próximo año en México competirán al menos una decena de partidos políticos entre locales y nacionales lo que permitirá que el voto duro y clientelar de Morena pese sobre la polarización entre el resto. Esto tampoco es absoluto y debo referirme nuevamente a los casos de Coahuila e Hidalgo.
En Estados Unidos se vivió un plebiscito. Eso sólo podría compararse a la consulta sobre revocación de mandato. En México tendremos elecciones intermedias, no sabemos qué tan libres ni qué tan limpias. México no es EU y López Obrador no es Trump, con todo lo que esto signifique.
Las del estribo…
1. No cabe duda que en la fraternidad morenista hay hijos y entenados. Los hijos son aquéllos que se han mostrado dóciles y leales, y por tanto, se les perdona realizar multitudinarias reuniones en medio de la pandemia –como sucedió con Ana Miriam Ferráez- o disculpar judicialmente la brutal golpiza en contra de una mujer, como sucedió con Rubén Ríos quien ayer entregó la Mesa Directiva del Congreso local. Ríos debería andar buscando un abogado y no la alcaldía de Córdoba. Ominoso silencio del morenismo.
2. En el lado de los entenados indeseables está el ínclito Magdaleno Rosales, quien no acaba de entender que en Morena no lo quieren y que lo van a exhibir cada vez que tengan oportunidad. En efecto, Rosales no fue el único que hizo fiestas familiares ni que metió al hijo a la nómina, sin embargo, ninguno más ha recibido el regaño público del Gobernador. Por si no había entendido, ahora la exhibida fue en medios nacionales.