Porfirio Muñoz Ledo se proclama ganador de una campaña en la que no ha salido de casa. Lo hará, no obstante, este lunes, para proclamarse presidente de Morena a los 87 años, pese que el Instituto Nacional Electoral (INE) ha asegurado que se produjo un empate técnico con Mario Delgado. Muñoz Ledo no reconoce esas tablas y ha pedido a la militancia que lo acompañe en masa para preservar su triunfo. Es el penúltimo movimiento de una carrera que inició en 1952, cuando se hizo militante del PRI. En casi 70 años de carrera, el político ha logrado lo que muy pocos en México. Ha sido académico de El Colegio de México, secretario de Trabajo con el presidente Luis Echeverría (1972-1975) y de Educación con José López Portillo (1976-1977); coordinador junto a Carlos Fuentes de la revista Medio siglo; embajador de México ante la ONU (1979-1985) y la UE (2001-2004); asesor presidencial de Echeverría; consejero cultural en embajadas, secretario general del IMSS (1966-1970) y presidente del PRI (1975) y el PRD (1993-1996). Ahora pretende serlo de Morena, el partido creado por Andrés Manuel López Obrador, que buscaba nuevo dirigente desde el verano de 2019.
Muñoz Ledo comenzó su trayectoria en los partidos políticos por accidente. En 1952, cuando estudiaba para convertirse en abogado en la UNAM, viajó por Centroamérica. Una amiga escritora le pidió un texto sobre la experiencia para una revista de la militancia del PRI. Como pago recibió un carné del partido del Gobierno. La curiosidad intelectual era una constante. Poco después de aquello se hizo secretario general de Medio siglo, la mítica publicación de la Facultad de Derecho de la UNAM, que no solo abría sus páginas a textos jurídicos sino a literarios. En su despacho en su casa de Lomas de Chapultepec, Muñoz Ledo guarda una fotografía de aquellos años. En ella, sostiene un cráneo con su mano derecha mientras la mira fijamente como si interpretara a Hamlet. Junto a él, Carlos Fuentes hace una mueca juguetona. Atrás de ellos, un distraído Carlos Monsiváis, secretario de redacción de la revista, sostiene una bebida.
Personaje de ego volcánico y memoria prodigiosa, es miembro de una familia de clase media. Sus padres eran profesores, su madre de educación primaria y su padre de educación física. Ingresó al jardín de niños Brígida Alfaro, donde coincidió con Cuauhtémoc Cárdenas, quien era hijo del presidente de México, el general Lázaro Cárdenas. Fue un azaroso encuentro. El destino de ambos iba a quedar atado por siempre. En 1987, Muñoz Ledo y Cárdenas, en ese entonces exgobernador del Estado de Michoacán, fueron los rostros más visibles de la corriente democratizadora dentro del PRI. La ruptura con el partido oficial los llevó a crear el Partido de la Revolución Democrática (PRD) tras las elecciones de 1988, donde Carlos Salinas tuvo un dudoso triunfo ante Cárdenas. Muñoz Ledo se convirtió en senador. Años después, cientos de militantes abandonaron el PRD para sumarse a Morena siguiendo los pasos de López Obrador.
Muñoz Ledo se convirtió en asesor de López Obrador a principios de 2006. Como muchos de los barones de la izquierda mexicana, la relación está marcada por encuentros y desencuentros. Pero ambos beben del nacionalismo como principal fuente ideológica. Las afirmaciones de Muñoz Ledo pueden ser mejor articuladas que las del presidente, pero coinciden en una visión del mundo formada en los años setenta. “La campaña de 88 es única en la historia del país”, afirmaba Muñoz Ledo hace siete años, “desgraciadamente logramos lo contrario de lo que proponíamos: el fondo de nuestra lucha era evitar la instauración del sistema neoliberal y fue precisamente lo que ocurrió”. Como presidente del Congreso, Muñoz Ledo colocó la banda presidencial sobre el pecho de López Obrador, un presidente que ha prometido borrar el rastro del neoliberalismo y sus instituciones.
Durante la campaña a la presidencia de Morena, no obstante, el veterano ideólogo de la izquierda también recibió fuego amigo. Múltiples contrincantes, en busca de remontar distancia en las encuestas, lo criticaron por haber declinado en favor del conservador Vicente Fox en las elecciones de 2000. Este apoyo no fue gratuito. Fox fue el primero en ganar las elecciones al PRI y premió a Muñoz Ledo enviándolo a Bruselas como representante ante los 28. Los compañeros de Morena también le echaron en cara haberse integrado al Gobierno del alcalde Miguel Ángel Mancera en Ciudad de México (2012-2018), quien obstaculizó y trató de impedir a toda costa la fundación de la nueva organización.
Según su propio relato, Muñoz Ledo se consideró siempre dentro del PRI parte de la “extrema izquierda constitucional”. “Toda mi vida dentro del PRI fue de lucha”, dijo en 1987, cuando su ruptura ocupaba las páginas políticas de los diarios. Sin embargo, también supo ser un hombre del sistema. No abandonó su cargo en el Gobierno tras la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968. En ese entonces era secretario general del Seguro Social. “No tenía injerencia en la mayor parte de las decisiones gubernamentales”, se ha defendido en su libro de memorias Compromisos, afirmando también que aquel año le significó una “profunda crisis de conciencia”.
El político hizo el doctorado en Ciencia política en la Universidad de París. Daniel Cosío Villegas lo invitó a El Colegio de México, donde fundó una clase sobre el sistema político mexicano que mantuvo durante 25 años y lo llevó a impartir cátedra en varias universidades alrededor del mundo. Ganador de concursos de oratoria nacionales e internacionales, su estilo se perfeccionó en el Congreso y en las Naciones Unidas, donde fundó el Grupo de los 77, un bloque de países del Tercer Mundo que se organizaron como contrapeso a Estados Unidos. En México se convirtió en uno de los tribunos más recordados por un sencillo motivo: es el parlamentario con más participaciones en la historia del país.