Una pequeña capilla recién construida en el comedor de Las Patronas —ubicado en Guadalupe La Patrona, Amatlán de los Reyes, Veracruz— para que las personas migrantes tuvieran donde orar, se convirtió en el único refugio disponible para las personas migrantes que llegan después de largos recorridos en medio de la pandemia del Covid-19.

La famosa cocina ubicada en el centro de Veracruz, donde diariamente se ha preparado comida para multitudes de migrantes, ha ido cambiando a lo largo de sus 25 años de historia. Pasó del fogón de leña a las hornillas de gas. De las ollas pequeñas a los grandes recipientes. De un par de cocineras a nutridos grupos de voluntarias.

Al lado de la cocina, se construyeron cuartos para ofrecer hospedaje a voluntarias y voluntarios, así como albergue a migrantes en casos puntuales. La última reforma ha sido la construcción de una capilla de piedra, financiada por la orden franciscana, que se inauguró el 14 de febrero de 2020, día del vigésimoquinto aniversario de Las Patronas.

Sin que lo supieran, al inaugurar la capilla estaban estableciendo el que se convertiría en el único albergue para migrantes abierto en cientos de kilómetros a la redonda. Días después de su inauguración, cuando ya habían noticias que hablaban sobre los estragos en América del virus originado en China, los demás centros de ayuda humanitaria para la población en tránsito comenzaron a cerrar sus puertas.

De hecho, el mismo día de la inauguración el gobierno de México inició un diagnóstico de la capacidad hospitalaria ante la inminente llegada del virus y el 28 marzo inició la Jornada de Sana Distancia, que fue el instrumento de las autoridades para pedir a la población que se quedara en casa.

El 2020 había comenzado con un fuerte incremento del flujo migratorio, según muestran las cifras de la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (COMAR). Durante los tres primeros meses, la COMAR había registrado un incremento del 34% de solicitudes de refugio recibidas con respecto al mismo periodo del 2019.

“Eso quiere decir que las tendencias de incremento continuaban este año. Se sabía del Covid, pero todavía no impactaba en México”, dijo el coordinador de la COMAR, Andrés Ramírez Silva.

Pero el cierre de las fronteras en el norte y el sur de México trajo “un cambio tremendo” que se reflejó en abril, cuando la cifra de solicitudes bajó en 86% con respecto al mismo periodo del año anterior.

La disminución de las peticiones, en opinión de defensoras y defensores de Derechos Humanos consultados en distintos puntos de la ruta migratoria, no significa que la migración haya parado, sino que un brusco cambio de escenario obligó a la población en tránsito a hallar otros caminos y soluciones.

La nueva normalidad de Las Patronas

Desde mediados de marzo Las Patronas cerraron la entrada a las habitaciones donde se da hospedaje a hasta 30 personas, y mantuvieron la preparación de comida para quien llegara a pedir alimento. La capilla, ubicada fuera de las bardas que delimitan el espacio de la cocina y el albergue, pasó de ser un lugar de culto a un lugar de cuarentena, donde ese mismo mes fueron llegando sus primeros inquilinos viajeros.

Las medidas se hicieron estrictas: La toma de temperatura al entrar, el confinamiento dentro de la capilla por 14 días, el uso separado de trastes, el lavado de ropa, manos e higiene personal son algunas de las reglas impuestas en el albergue.

“Se quedan en la capilla porque tenemos que cuidarnos nosotras también”, explicó Julia Ramírez el 23 de julio, a nuestro paso por el refugio. Acababa de atender a un guatemalteco que había llegado caminando.

Julia Ramírez le llevó un plato con arroz, frijoles y una pieza de pollo, y un vaso de agua. El migrante comió sentado en una galera afuera de la cocina. Norma Romero, la fundadora del lugar, le ofreció que entrara a la capilla a descansar, pero él prefirió seguir. Después de dejar sus datos registrados en la libreta donde Las Patronas llevan el control de personas atendidas –José Luis Basurto, nacido el 13 de enero de 1989– siguió su camino.

“Hemos visto que los migrantes nos llegan caminando. Ahorita con esta enfermedad hay muchos albergues que cerraron. Aquí viene uno que otro caminando y los recibimos con reglas de higiene”, contó Julia Ramírez Rojas, integrante del grupo humanitario, desde la cocina de las Patronas, donde había más bolsas con pan de las necesarias y las grandes ollas para el arroz estaban en desuso.

“Esto nos agarró de sorpresa a todos”, dijo Norma Romero, iniciadora del grupo. Con un cuarto de siglo de experiencia, las voluntarias tenían ante sí un escenario totalmente nuevo. “No estábamos preparadas para este tipo de situaciones”.

Una llamada para saber qué pasa

El pasado 23 de julio, Norma Romero, con numerosas interrogantes sobre la situación en la ruta migratoria, tomó el teléfono e hizo una llamada a otra persona que se dedica a dar ayuda humanitaria en la ruta.

—Aquí han pasado de regreso algunos que dicen que donde está muy duro es en Orizaba otra vez. Están teniendo muchos asaltos —dijo la voz al otro lado de la línea.

—Es que ahí ya no hay nadie que apoye. Por eso yo digo, bueno, ¿ahora cómo le hacemos?, nos vamos enterando de lo que ellos nos van diciendo —replicó Norma Romero.

—Sí, así está ahorita. Coatzacoalcos nada más está dando comida. En Oluta, como tienen refugiados y están en cuarentena, nada más están dando de comer por afuera a los que pasan. Palenque estuvo cerrado y están empezando a atender a los que están lastimados. Salto de Agua –en el norte de Chiapas, en otra ruta migratoria –sí está funcionando, creo que están recibiendo por una noche nada más. Es que esa zona está muy contaminada. ¿A ustedes no les ha tocado ningún caso?

—No, nos ha tocado nada, bendito sea Dios.

—Bendito Dios, qué bueno.

—¿Ustedes están bien?

—Sí, en el equipo se enfermaron dos personas, pero no por el albergue, sino que la pescaron por afuera. Dentro del albergue gracias a Dios hasta ahora no. Ahí vamos, aunque aquí en la ciudad de Tierra Blanca la pandemia está en el pico.

—Está complicado. No hay que desanimarnos, hay que ayudar en lo que podamos, ¿no?

—Pues sí, claro que sí. Yo hasta donde sé sí ha afectado bastante, en Oluta hubo un caso dentro del albergue, en Coatzacoalcos también, en Palenque tuvieron algunos casos. A mi me dijeron que está muy, muy difícil. Sé que está muy difícil en la zona de Tapachula, que hay mucha gente contaminada. Hay mucho riesgo en el viaje.

—Nosotros con los que llegan estamos poniéndolos en cuarentena porque se quedan, se les da alimento, pero no pueden ingresar al albergue, hay que estar a las vivas con ellos. Es importante tomar nuestras debidas precauciones —respondió Norma Romero.

Esta región, donde Las Patronas ofrecen alimento y comida a los viajantes, lleva años siendo un foco rojo por los ataques a migrantes. Es uno de los tramos de la ruta migratoria de donde salió la información que usó la Comisión Nacional de Derechos Humanos para denunciar en 2009 la maquinaria de secuestro de migrantes que se instaló en la región.

‘Esto no se puede paralizar’

A diferencia de lo que ocurría antes de la pandemia, durante la contingencia llegaban al comedor de Las Patronas personas solas o en grupo muy pequeños, luego de caminar distancias enormes. Hasta antes de marzo lo habitual eran grupos de decenas de migrantes llegados en trenes de carga.

“Están pasando muchas cosas de las cuales tenemos que estar muy atentas. Esto tiene que seguir, no se puede paralizar”, dijo Norma Romero, en referencia al descontrol en la ayuda humanitaria causado por la contingencia.

En las habitaciones había dos migrantes hondureños llegados antes de la pandemia que se quedaron a trabajar en los campos cañeros de Amatlán, en espera de la resolución de sus trámites de refugio en la COMAR.

También, relataron las voluntarias, han debido atender a personas mexicanas expulsadas de sus comunidades de México por las carencias económicas causadas por la pandemia.

Julia Ramírez contó que el tren ya no pasaba con frecuencia durante el día. Había empezado a pasar por las noches, y pese a que que iban migrantes sobre los vagones, no podían salir a su encuentro y entregarles comida. Los migrantes iban extenuados y eso podría causar una caída a la hora de intentar alcanzar las bolsas con agua y comida con el tren en movimiento.

“Ya van cansados y se nos pueden caer del tren”, explicó Ramírez.

Las grandes ollas para cocinar cantidades industriales de arroz y frijol que antes alimentaban a cientos de personas al día se encontraban en desuso. El rol de actividades en la cocina que cuelga en una pared ya no se sigue al pie de la letra porque la carga de trabajo había disminuido drásticamente.

Ante la falta de afluencia de población migrante aprovecharon para dar mantenimiento a sus instalaciones.

Antes del Covid, según explicó Norma Romero, “eran dos trenes a los que se les daba atención diario y ahí iban los migrantes, posteriormente [con la llegada de la pandemia] empezamos a ver que los trenes comenzaron a cambiar de horarios”. En la nueva situación lo habitual era un único tren diario a la medianoche. Ha habido momentos, dijo Romero, “en que no vimos trenes en una semana”.

Según explicó Juliar Ramírez, antes de la pandemia recibían una llamada desde Tierra Blanca —la parada anterior— cuando salía un tren con migrantes para que estuvieran preparadas con la comida.

“El tren se hace tres horas de Tierra Blanca para acá. Hay que hacer el arroz, el frijol y empaquetar”, explicó.

Desde la aparición del Covid en la zona esa llamada dejó de llegar, al igual que los trenes. La cuenta atrás de tres horas se detuvo. Las patronas, que preparaban hasta 12 kilos de arroz diarios, empezaron a hacer un par de kilos, y a dejar el café enfriar. Lo calientan, se vuelve a enfriar y lo vuelven a calentar en espera de migrantes que lleguen a tocarles la puerta.

AVC

Textos: Rodrigo Soberanes / Fotos y videos: Javier García
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