La Asamblea Nobel del Instituto Karolinska de Estocolmo ha distinguido con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología a los investigadores Harvey J. Alter (EEUU), Michael Houghton (Reino Unido) y Charles M. Rice (EEUU) por sus aportaciones al descubrimiento del virus de la hepatitis C.

El jurado ha subrayado la «contribución decisiva» que estos científicos han hecho para combatir un patógeno que es capaz de provocar enfermedades como la cirrosis o el cáncer de hígado. Alter, Houghton y Rice hicieron posible la identificación del virus, contra el que ya se han desarrollado fármacos efectivos. Los tres habían recibido previamente otro prestigioso galardón, el Premio Albert Lasker de Investigación Médica (Alter y Houghton en 200 y Rice en 2016).

Tras la identificación de los subtipos A (transmitido por consumir alimentos contaminados) y B (que se transmite a través de la sangre y los fluidos corporales), los científicos seguían sin poder explicar un porcentaje considerable de casos de hepatitis crónica, que provocaba importantes problemas de salud. Tenía que haber otra cosa, otro agente desencadenante que aún no se había podido descifrar.

Con esa idea en la cabeza trabajaba Harvey J. Alter que, a finales de los años 70 investigaba en los Institutos Nacionales de Salud de EEUU la incidencia de casos de hepatitis en personas que habían recibido una transfusión sanguínea. Hacía poco tiempo que los test para detectar el virus de la hepatitis A y B estaban disponibles, pero en muchos casos, esas pruebas seguían dejando sin explicación la existencia de la enfermedad.

Preocupado por la transmisión de la hepatitis a través de las transfusiones sanguíneas, Alter profundizó sus estudios y pudo demostrar que si se transfundía sangre de un afectado a chimpancés, los animales también desarrollaban la enfermedad. La causa, demostraron posteriormente los estudios, era un agente infeccioso con las características de un virus. Sin más datos a los que agarrarse, al principio la enfermedad recibió el nombre de ‘hepatitis no A y no B’.

Fue Michael Houghton, desde la compañía farmacéutica Chiron, quien asumió la tarea de aislar la secuencia genética del virus. Como si de armar un puzle se tratara, su equipo fue recopilando fragmentos de ADN hallados en la sangre de chimpancés infectados y estudiando anticuerpos en muestras de sangre de pacientes afectados. Gracias a un pormenorizado trabajo, finalmente pudieron identificar a un virus del género Flavivirus que recibió el nombre de virus de la hepatitis C. Era 1989. Finalmente, el estudio de anticuerpos en pacientes de hepatitis crónica cuyo origen no se había podido determinar demostró que aquel era el agente que llevaban tanto tiempo buscando.

Quedaba por determinar si el virus, por sí mismo, era capaz de desencadenar la aparición de la enfermedad, una cuestión que pudo desentrañar Charles M. Rice, desde su laboratorio en la Washington University de St. Louis (EEUU). Mediante ingeniería genética, el investigador creó una variante RNA del patógeno que, inyectada en el hígado de chimpancés, provocaba, por sí misma, el desarrollo de la enfermedad, lo que confirmó la relación causal entre el nuevo virus identificado y el daño hepático.

Hoy en día, gracias a las aportaciones de los tres científicos, se han desarrollado test de detección que han eliminado la transmisión del virus a través de las transfusiones sanguíneas. Pero, además, sus hallazgos también han permitido el desarrollo de fármacos antivirales que hacen posible la curación de la enfermedad.

Javier García-Samaniego, jefe de Sección de Hepatología del Hospital Universitario La Paz, en Madrid, y coordinador de la Alianza para la Eliminación de las Hepatitis Víricas, considera que el galardón avala unas investigaciones «que han permitido, tres décadas después, que podamos estar hablando de eliminación de la hepatitis C». García-Samaniego recuerda que la infección por el virus de la hepatitis C «es la primera causa de enfermedad hepática crónica, cirrosis y cáncer de hígado en las sociedades occidentales». El descubrimiento de este patógeno y su posterior conocimiento en profundidad «han permitido el diseño de fármacos antivirales extraordinariamente eficaces», que sitúan la eliminación de esta enfermedad en un horizonte próximo para diversos países del mundo, sin ir más lejos, España.

En opinión del especialista, las contribuciones de los tres científicos son muy relevantes, tanto la identificación inicial del patógeno, como la evidencia de la vía de transmisión sanguínea del virus y sus implicaciones en la enfermedad hepática crónica, en la cirrosis y el cáncer de hígado, además de la perspectiva virológica con la que se han definido dianas hacia las que dirigir tratamientos específicos, que ya permiten la curación de la enfermedad.

También recibe la noticia del Nobel con entusiasmo el hepatólogo Ricardo Moreno, quien considera el premio un merecido reconocimiento a la labor «entregada» de estos científicos en el campo de las hepatitis víricas. Moreno recuerda días de trabajo compartidos con Harvey J. Alter en el «edificio 10» de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) estadounidenses, justo en frente del Hospital Walter Reed donde el presidente Trump fue ingresado por Covid-19 hace unos días. Para Moreno, que entonces estaba en los NIH trabajando en otra enfermedad hepática -llamada entonces cirrosis biliar primaria y ahora colangitis destructiva crónica no supurativa- Alter es «un hombre entusiasta, sencillo y muy ingenioso», de quien destaca una «gran cultura, más allá del ámbito científico».

Alter, por cierto, cuando estaba empezando su carrera como médico, colaboró en la identificación de otro virus de la hepatitis, el B, hallazgo por el que su jefe entonces, Baruch Samuel Blumberg (Nueva York, 1925) obtuvo el Premio Nobel en Medicina en 1976 junto con el también científico estadounidense Daniel Carleton Gajdusek.

El descubrimiento del virus de la hepatitis C (VHC) ha sido «una de las grandes contribuciones a la Hepatología moderna», considera Jesús Prieto, Catedrático Emérito de la Universidad de Navarra, y uno de los pioneros en España de Terapia Génica en Hepatología.

A su juicio, el hallazgo que han realizado de forma gradual los actuales premiados -y a los que Prieto ha tratado personalmente-, ha sido la base para el desarrollo de nuevos tratamientos que han beneficiado a millones de personas en el mundo hasta llegar a los actuales y eficaces fármacos antivirales que «han barrido al virus por completo».

No obstante, y aunque se muestra muy satisfecho por este reconocimiento, echa en falta que el premio Nobel tenga un límite de reconocimiento máximo de tres personas, ya que «también habría que destacar las esenciales aportaciones en este ámbito de otros grupos de científicos que han contribuido a este importante avance para la salud de la Humanidad».

Para Carmelo García Monzón, jefe del Laboratorio de Investigación Hepática y del Servicio de Medicina Interna del Hospital Santa Cristina, de Madrid, este descubrimiento ha supuesto «un antes y un después» en el manejo clínico y en el tratamiento de pacientes infectados por el virus C de la hepatitis.

García Monzón destaca como fundamental el sistema de diagnóstico que puso en marcha Houghton, para hacer un cribado del VHC en las transfusiones de sangre y para el diagnóstico de los pacientes basado en la detección de anticuerpos contra la hepatitis C. «A partir del desarrollo de esta técnica diagnóstica es cuando pudimos empezar con los tratamientos, actualmente curativos».

En esta misma línea se pronuncia José Luis Calleja, jefe de Servicio de Gastroenterología y Hepatologia en el Hospital Universitario Puerta de Hierro de Madrid, quien considera este Nobel como «un merecidísimo premio», aunque también quiere aprovechar este momento para reconocer el trabajo de «los descubridores los antivirales de acción directa, el primer tratamiento que cura definitivamente casi al 100% de los pacientes, en unas 8-12 semanas y sin apenas efectos secundarios. Esta terapia, asegura, «ha cambiado la historia radicalmente. En España ya se han tratado más de 140.000 personas y se ha reducido a la mitad el número de ingresos hospitalarios producidos por hepatitis C y también ha disminuido de forma drástica el número de trasplantes por complicaciones de dicha infección». Sólo en cuatro años, «se ha producido un hecho abrumador» y es que «la principal causa de ingresos por enfermedad hepática se va a convertir en un hecho residual. Es la primera infección viral crónica que se cura con un tratamiento tan sencillo. Tenemos que seguir por este camino».

HARVEY J. ALTER

Harvey J. Alter (Nueva York, 1935) se licenció en la Facultad de Medicina de la Universidad de Rochester. Tras especializarse en Medicina Interna en los hospitales Strong Memorial y el Universitario de Seattle, se unió en 1961 a los Institutos Nacionales de Salud (NIH) como asociado clínico. Después, pasó varios años en la Universidad de Georgetown antes de regresar de nuevo a los NIH en 1969 para unirse al Departamento de Medicina Transfusional del Centro Clínico como investigador principal.

En los NIH, Alter, que estaba estudiando la aparición de una «extraña» hepatitis (causada por un agente infeccioso no identificado) en pacientes transfundidos, inició las investigaciones que demostraron que el patógeno desconocido tenía las características de un virus y se hallaban ante una forma nueva y distinta de hepatitis viral crónica. La misteriosa enfermedad se conoció como hepatitis «no A, no B».

MICHAEL HOUGHTON

El británico Michael Houghton, nacido en la década de los 50, es actualmente catedrático de Investigación de Excelencia en Virología en la Universidad de Alberta (Canadá). En 1986 fue co-descubridor del genoma de la hepatitis D y tres años más tarde co-descubridor de la hepatitis C, hallazgo que condujo al desarrollo de reactivos de diagnóstico para detectar el virus de la hepatitis C (VHC) en suministros de sangre.

Sus estudios, en 1990, sobre identificación de anticuerpos contra la hepatitis C en la sangre, llevaron al desarrollo de una prueba de detección de sangre que eliminó la posibilidades de contagio en transfusiones sanguíneas. En otros estudios publicados durante el mismo período, el equipo de Houghton ya establecieron relación entre el VHC y el desarrollo de cáncer de hígado.

En 2013, y junto a miembros de la Universidad de Alberta demostró que una vacuna derivada de una sola cepa de hepatitis C era eficaz contra todas las cepas del virus. La vacuna se encuentra actualmente en ensayos clínicos.

CHARLES M. RICE

Charles M. Rice nació en 1952 en Sacramento (EEUU). Recibió su doctorado en 1981 del Instituto de Tecnología de California, donde también se formó como becario postdoctoral entre 1981-1985. Estableció su grupo de investigación en la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, St Louis en 1986 y se convirtió en profesor titular en 1995. Desde 2001 ha sido profesor en la Universidad Rockefeller, Nueva York. Durante 2001-2018 fue director científico y ejecutivo del Centro para el Estudio de la Hepatitis C en la Universidad Rockefeller, donde permanece activo.

LOS PREMIADOS DE 2019

El año pasado, la Asamblea Nobel del Instituto Karolinska de Estocolmo distinguió con el Premio Nobel de Medicina a los investigadores William G. Kaelin (EEUU), Sir Peter J. Ratcliffe (Reino Unido) y Gregg L. Semenza (EEUU) por sus investigaciones sobre cómo las células se adaptan a la disponibilidad de oxígeno.

En 2018, James P. Allison y Tasuku Honjo fueron los galardonados por sus investigaciones sobre la inmunoterapia contra el cáncer.

En 2017, el galardón fue para Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young en reconocimiento a sus descubrimientos sobre los mecanismos moleculares que regulan los ritmos circadianos.

Tras el Nobel de Medicina, le seguirán los de Física el martes y Química el miércoles. Al final de la semana se divulgarán dos de los más esperados: el de Literatura el jueves y el de la paz el viernes, en Oslo.

El Mundo

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