Casi nada empaña la enorme alegría que me invade cada vez que veo ganar a mis queridísimas Águilas del América, pero ayer muchas y muchos de nosotros no pudimos evitar una pequeña punzada de preocupación por la noticia de que una segunda voluntaria de las pruebas de la vacuna contra el coronavirus desarrollada por AstraZeneca y la Universidad de Oxford había presentado síntomas de lo que llamaron “una enfermedad neurológica inexplicable”.

Y es que se trata de la misma vacuna respecto a la cual México tiene un convenio para producir millones de dosis en conjunto con Argentina “una vez que haya superado las pruebas de seguridad en humanos”. Precisamente es esto último entrecomillado lo que podría estar en la tablita si resulta que la vacuna presenta un fallo.

Podría estar en la tablita o no. Resulta que entre 18 mil personas de cinco países que han recibido la inmunización de prueba no sería descabellado que ocurrieran lamentables coincidencias de enfermedades que no tuvieran relación con la vacuna –por ejemplo, si de repente alguien muere de un infarto o un derrame cerebral que se iba a producir de todas maneras-. Esperemos que sean eso, tristes coincidencias.

Pero por lo pronto, ayer alguien que estaba cerca de mí cuando supimos la noticia dijo: “nos van a terminar poniendo la vacuna rusa”. Lo enunció sin tristeza ni alegría, pero me recordó que entre muchas personas hay una suerte de ánimo adverso a recibir una vacuna que no provenga de las tradicionales fuentes de tecnología occidental. (Por el contrario, el puro nombre de Oxford evoca a una especie de respetabilidad sin cuestionamientos).

Como si hubiera una salvación médica menos deseable que otra según la bandera o la ideología del país que la produce.

Me acordé de una época en la que la Cruz Roja y el Ejército de Estados Unidos no aceptaban donadoras y donadores de sangre afroamericanos. Y aun cuando lo hacían, esa sangre “negra” era segregada para evitar transfundirla a una persona blanca. Semejante despropósito nos resulta inimaginable en nuestros días –al menos en México- pero era la normalidad de los prejuicios sin base científica de la sociedad de Estados Unidos de aquella época, hace apenas 80 años.

Lo cierto es que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador desde hace tiempo nos lo dejó claro: tenemos otras opciones de vacuna de Estados Unidos, China y Rusia. Nos vamos a poner la primera vacuna segura que esté a nuestro alcance sin prejuicios políticos.

Estoy convencido de que británica, estadounidense, china o rusa, bienvenida sea la vacuna que nos saque de esta pandemia que dolorosamente nos ha arrebatado a miles de personas y ha consumido más de medio año de nuestra agenda pública y privada.

Parlamento Veracruz | Juan Javier Gómez Cazarín
Diputado local del Congreso de Veracruz, presidente de la Junta de Coordinación Política.