El movimiento jazzístico de Xalapa es uno de los más importantes del país: cuenta con una de las mejores escuelas del género a nivel nacional —JazzUV—, en los festivales se han presentado muchas grandes figuras —McCoy Tyner, Jack DeJohnette, Joe Lovano, Gary Bartz, Ray Drummond, Tootie Heath, John Patitucci, Miguel Xenón, David Sánchez y muchos más—, hay un número cada vez más creciente de músicos jóvenes que forman agrupaciones que trascienden las fronteras estatales y nacionales, hay un público apasionado que abarrota los bares y los auditorios en los que se presentan músicos locales, nacionales e internacionales, cuenta con el grupo en activo más longevo del país, Orbis Tertius. Todo esto es producto de una historia de más de medio siglo que será transmitida por el Ágora de la Ciudad durante los próximos cuatro jueves.

Hace unos años, el divulgador del jazz Antonio Malacara —columnista de La Jornada— vino a presentar su Atlas del Jazz en México; lo acompañó en la presentación un colega de Oaxaca —Óscar Javier Martínez— y dijo que para conocer el jazz de Xalapa, «todos los caminos llevan a Guillermo Cuevas». Efectivamente, para reconstruir la historia del jazz local hay que remitirse, necesariamente, a Guillermo Cuevas. En su colaboración para ese Atlas del Jazz, Memo narra que en una investigación casi arqueológica, «(…) pude conocer a algunos músicos que me dijeron que en la Xalapa de los años treinta y cuarenta, hubo al menos dos conjuntos que incluían en su repertorio piezas que el público de entonces identificaba como jazz: Los Bombines Dorados y Los Caballeros del Estilo, nombres característicos de la moda de aquellos tiempos, que acaso evocaban el de Jabbo Smith and his Rhytm Aces y de Andy Kirk and His Clouds of Joy.

«¿Pero tenían alguna influencia del jazz, o presentaban repertorio que había sido tocado por jazzistas, o reproducían algo del fraseo y la instrumentación de los grupos de Nueva Orleans o de la llamada Era del Swing? ¿Sabían esos músicos xalapeños algo de Coleman Hawkins, de Art Tatum, de Chich Webb? Creo que con respecto a lo que ahora la mayor parte de los historiadores considera jazz, no hay gran cosa en el pasado de Veracruz.»

En los años sesenta el chipi-chipi era encimoso y la neblina, tenaz, cuentan los antiguos que había que andar por las callejas a tientas, guiándose solamente por las sonatas, sonatinas, estudios y piezas ligeras que se escurrían entre los postigos y la herrería decimonónica de las fachadas de calicanto, emanadas de un artefacto imprescindible en la escenografía clasemediera, el piano. Cramer, Clementi, Beethoven y Chopin se dispersaban por el aire esfuminado y las húmedas baldosas de una ciudad melómana en la que, sin embargo, la palabra «jazz» era tan vaga como las siluetas transeúntes, un término recién horneado que nacía con cierta dosis de misterio y exotismo.

Las calles Enríquez, Primo Verdad y Zaragoza, y el año 1963 fueron encomendados por el azar para que inocularan la semilla de esa música enigmática en esta feraz provincia, ese año, Guillermo Cuevas, que ya llevaba un tiempo estudiando piano, ingresó como estudiante a la Facultad de Filosofía y Letras, y como percusionista a la Orquesta Sinfónica de Xalapa que estrenaba director, el joven, talentoso y prometedor Francisco Savín. Una de esas tardes de pleniniebla descubrió, azorado, entre aparatos electrodomésticos, muebles y modernísimas consolas reproductoras de acetatos que coexistían en una tienda del Pasaje Enríquez, una serie de nombres que no figuraban en su creciente inventario de malabaristas de las notas: Cal Tjader, Mongo Santamaría, Vince Guaraldi.

Tres años después, entre los anaqueles de Discolandia —una tienda de discos que estaba en el Pasaje Enríquez— descubrió un nombre que no le resultó desconocido porque alguna vez emergió, no desprovisto de misterio, de los labios de su primo, el también joven, también talentoso y también prometedor pianista Raúl Ladrón de Guevara: Dave Brubeck. Brubeck à la mode fue el disco elegido para abordar una de esas cabinas, provistas de una tornamesa, que representaban el factor decisivo para determinar en cuál de tantas opciones había que invertir los sesenta y tres pesos que costaba un LP. Cuando escuchó la pieza inaugural del álbum, Dorian Dance, cayó en un estado de trance del que, medio siglo después, no ha logrado salir.

La semilla estaba ya en el barbecho y ese mismo año habría de echar sus primeros brotes en el Café Cristal, recién estrenado establecimiento —propiedad del señor Antonio Ballesteros— que se ubicaba en el también recién estrenado local que se ubica en la esquina de las calles Zaragoza y Primo Verdad (sede actual de la Fundación Dondé).

Ese es el inicio de una historia de cincuenta cuatro años que será narrada en El jazz en la arena, crónica del jazz de Xalapa. Las emisiones serán los jueves 17 y 24 de septiembre, y 1 y 8 de octubre, todos a las 21:00 horas a través de la página de Facebook del Ágora de la Ciudad. No se pierdan esta apasionante historia.

 

 

 

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