Una de las cosas que más disfruto es cocinar, y me refiero a todo lo que está alrededor de la comida, adquirirla, planear, preparar, imaginar, esperar, y luego la convivencia, la familia, también conocer o aprehender de la cultura alrededor de esa comida, de esos platillos y de esos ingredientes.
Por otro lado, también me he preocupado por lo que como, y cómo me siento después. He tratado, aunque sin mucho éxito, de no subir de demasiado de peso. Últimamente he tomado la decisión, aunque aquí también un poco obligado por los efectos que hace la comida en mi cuerpo, de dejar de comer carne, y en varias ocasiones me he puesto la disciplina de estar muy autoconsciente de lo que como, simplemente trato de estar pendiente de la calidad y cantidad de mis alimentos y comidas diarias.
En las últimas semanas se ha abierto una discusión muy interesante e importante sobre la alimentación de los mexicanos, a raíz de la constatación de la manera en que aumenta la letalidad y mortalidad por enfermedades como la del Covid19 cuando se trata de personas con obesidad o mal nutridas. A partir de ahí el debate ha girado principalmente en la necesidad de revisar el consumo de comida “chatarra” alta en carbohidratos y de refrescos con gran contenido en azúcares. Igualmente se ha señalado la necesidad de aumentar impuestos a estos productos y de legislar para prohibir o regular la compra o consumo de estos productos, sobre todo en la infancia.
Me parece que el tema de nuestra nutrición y la forma en la que somos conscientes o no de lo que comemos es de la mayor importancia en la reflexión de la calidad de vida que queremos tener como personas, e impacta aspectos culturales y de nuestra propia identidad como individuos y como sociedad. Se trata de un problema público en configuración en el sentido que es una problemática, un debate y la posibilidad de construcción de políticas públicas, sociales y culturales desde múltiples y diversos ámbitos como es el de la salud, la educación, el económico y comercial, o las mismas prácticas culturales comunitarias y familiares, etc.
Coincido con quienes han señalado que no se necesitan solamente medidas fiscales o legales para atender o atacar este problema público. Me parece que el tema da para una reflexión más completa sobre nuestra nutrición y alimentación desde una perspectiva cultural mucho más amplia, además de significar una oportunidad para proponer, como ya se ha dicho en estos últimos días, la introducción de la educación nutricional en los programas de estudio desde preescolar hasta el bachillerato.
Esta oportunidad de una reflexión general sobre el papel de la comida, los alimentos, la cocina en nuestra vida diaria, y de incluir la educación nutricional en las escuelas de todos los niveles, no debe limitarse solamente a un aprendizaje sobre los alimentos nutritivos o las características de los nutrientes.
Desde luego estos contenidos y materias que tendrían que estar en los programas de estudio podrían diseñarse a partir de información y aprendizajes de los diferentes y diversos tipos de alimentos, nutrientes, sus características, grupos, divisiones, familias, como grasas, proteínas, ácidos, carbohidratos, sales, azúcares, etc. Sin embargo, se abre un mundo de posibilidades de nuevos aprendizajes y prácticas educativas que, si se hace bien, podrá tener un impacto muy favorable no sólo en la salud personal, sino en conocimientos en muy diferentes campos, desde nuevas formas de hacer, de convivir y de vivir, hasta nuevas capacidades y habilidades en producir, cultivar, comerciar, cocinar, consumir, etc.
Estamos frente a una oportunidad única para iniciar una verdadera reforma educativa que podría impactar en muchos aspectos de la vida cotidiana de las familias y de la sociedad. Desde la forma en que comemos hasta las prácticas productivas, comerciales y de consumo. Desde la forma en que compramos hasta la forma en la que cocinamos, en la que nos reunimos a comer, o en cómo convivimos durante las comidas.
El tema de la alimentación, la comida y la nutrición es central como es central en nuestras vidas, por lo cotidiano, habitual, existencial y cultural, pero también por la oportunidad de vivir más conscientes de lo que comemos y cómo lo comemos.
Por esto, la educación nutricional puede abrirse a una gran variedad de contenidos. En ellos se pueden incluir conocimientos y prácticas de cocina y recetas, es decir, eventualmente, incorporar preparación de alimentos. También se podrían tener cursos de gastronomía nacional o internacional, y a partir de ahí conocer otras sociedades y culturas, otras prácticas culinarias y culturales.
Para ello hay un material ya muy bien hecho en cientos de documentales que se pueden encontrar en plataformas como Youtube o Netflix, donde he visto testimoniales y recorridos culinarios que son muy educativos a la vez que son ciertamente entretenidos y visualmente muy atractivos.
Hago referencia por ejemplo a lo que Jamie Oliver ha llamado “Food Revolution” (la Revolución de la Comida), quien es un famoso chef inglés que se ha dedicado a promover la alimentación sana y el uso de productos fresco en las escuelas públicas de Reino Unido y Estados Unidos, con un claro efecto positivo en todos los aspectos en la salud y ánimo de los niños y niñas, además de propiciar un ambiente divertido y lúdico en la preparación de esos alimentos. https://www.jamieoliver.com/features/food-revolution/
Esta educación nutricional puede incluso impactar en otros espacios como la familia o la comunidad para promover nuevas convivencias y nuevas formas de relacionarse. En ese sentido, pueden estar vinculadas a las materias de educación cívica o civismo, desde la interpretación de promover una cultura de paz en las familias alrededor de la mesa, de las conversaciones y de la convivencia familiar en ese espacio particular y de confianza durante el consumo de los alimentos.
Por otro lado, en el aspecto que tiene que ver con el consumo y la adquisición de los productos, esta educación nutricional puede promover el consumo local, de productos cultivados y producidos en el entorno más cercano, a partir del aprendizaje de los productos autóctonos, ancestrales, y los productos y cultivos nativos y locales. También se podría incluir el aprendizaje del cultivo de huertos escolares o comunitarios, el intercambio o truque de productos, el consumo y comercio justo, etc.
Aquí en Xalapa y su región, hay una corriente muy fuerte por el consumo local y sustentable, y se han creado mercados y redes para la producción de alimentos y autoconsumo, así como de huertos familiares y comunitarios.
Recientemente me enteré de otra experiencia muy interesante en Monterrey. Se trata de “Bluhm: Sembrando el cambio”, https://www.inixar.com/proyectos/bluhm-sembrando-el-cambio, un proyecto de emprendimiento social que busca hacer de los huertos urbanos una experiencia transformadora hacia la sostenibilidad, que incluye diseño de programas y experiencias educativas. Este tipo de iniciativas son las embrionarias de nuestra propia “revolución de la comida” en México, que nos lleve a un círculo virtuoso entre escuelas, familias, comunidades y restaurantes, para convertirnos en personas y familias más saludables y comunidades más sustentables a través de la educación nutricional.