En los años 70, yo era un niño que iba a la primaria Rébsamen hasta donde caminaba, junto a mis hermanos y hermanas, desde Cayetano Rodríguez Beltrán, antes “San Miguel”, subiendo por Alvarado, Hidalgo y Mata, o bien rodeando Los Berros, por Diaz Mirón y luego Diego Leño.
En Diego Leño, casi junto a la casa de los y las Cuevas, estaba esa entrada casi invisible que te conducía, al fondo, por un camino de tierra y piedras rodeado de vegetación, a la casa de los Garcimarrero, donde vivían Iliana, quien además después fue compañera de mis hermanas en danza contemporánea, y Magno. Magno “chico” era nuestro compañero de grado, y en su casa, en alguna reunión de amigos, conocí a Magno “grande”, y por añadidura a Benjamín “grande”, cuyo hijo también Benjamín, estuvo también un tiempo en la Rébsamen. Supe también que ambos “cuates Garcimarrero” habían sido compañeros de mi papá y mis tíos en la prepa. Pero en ese entonces, de lo poco que pude ver y conocerlos, mis impresiones iniciales fueron tres: la hermosura de Iliana; la casa llena de libros y rodeada de un verde y frondoso bosque en medio del centro de Xalapa, que además todavía existe; y mi primer acercamiento a la ironía y sarcasmo de los cuates Garcimarrero, otros gemelos en mi historia.
Muchos años después, cuando regresé de la universidad en la capital del país, a través de los Flores, volví a encontrarme con ambos Magnos y con Benjamín. Desde luego también pude conocer mejor a Lola, la esposa de Magno grande, quien es una mujer amable, inteligente y simpática, musa de Magno, y muy amiga, amiguísima, de las tías Flores, quienes se convertirían en mis tías también, incluyendo a Lola, por haberme casado con la única hija de Raymundo Flores, él mismo entrañable amigo y compañero de noches muy, pero muy bohemias de los Garcimarrero.
En mi familia Márquez o Murrieta nadie cantaba y nadie canta. Mis dos hijos y mi hija salieron cantantes y músicos, sin lugar a ninguna duda por esa veta Flores. Con los Flores y con los Garcimarrero pasé mis primeras noches realmente escuchando la música romántica en español, más vieja que nueva. Ya he contado en otro espacio que mi papá “El Pica” escuchaba música clásica, jazz, rock, pero nunca o casi nunca esa música en español que vine a conocer ya casi adulto durante esas noches de grandes charlas, chistes y cantos, muchas veces hasta el amanecer.
Así conocí a Magno, casi en familia, entrañablemente, en una de sus mejores facetas, tocando el piano y cantando, junto a su cuate Benjamín, a su familia, y junto a mi nueva familia y amigos. Y desde luego, los chistes, las anécdotas, el albur y el doble sentido, escatológico (como el mismo lo llama) muchas veces, que me mostraba una parte del ser y corazón de un pasado que su generación vivió en los años 40, 50 y 60, y también, y principalmente, de la existencia de un territorio, un territorio cultural, idiosincrático, mítico, de la región serrana desde Jilotepec y Naolinco, hasta su original Jalacingo, identificado y descrito por los cuates Garcimarrero con ironía, magia y realismo. Mucho antes de García Márquez, los Garcimarrero ya habían inventado el realismo mágico de nuestra región.
Además un territorio que en mi historia familiar se vuelve doblemente significativo porque mi abuelo Josafat era de esa región, y más tarde bajaría hasta Misantla y Jicaltepec, abriendo otro capítulo del realismo mágico familiar marquesiano que en otra ocasión les contaré.
Mis hijos escucharían durante su infancia y su juventud, parte de la música y el talento musical de su abuelo Mundo, de sus tíos Flores y de los Garcimarrero. Pero también escucharían, divertidos y posiblemente intrigados, durante largos viajes a Platón Sánchez, y a ese rancho ahora ya mítico y guardado para siempre en la memoria y en los videos, los casettes de los chistes de los cuates Garcimarrero, repetidos una y otra vez, sus voces con acentos locales imitando las estulticias “como parvadas de elefantes”, de la gente común y corriente de ese territorio a veces real, a veces inventado.
A Magno lo conocí también en su faceta política. En mis últimos años de la facultad y primeros después de graduarme, anduvimos en los años 87 y 88 a 90 en la Corriente Democrática (que después desembocaría en la fundación del PRD), que fundó Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Heberto Castillo, con quienes estuve en mítines que llenaban la plaza Lerdo, y donde veía también a Magno, quien luego llegaría ser Senador de la República, a la muerte de Heberto. Me parece que Heberto debió haber llegado a ser Gobernador de Veracruz, con lo que la historia para nuestro estado hubiera sido por lo menos más digna, y Magno su Secretario de Gobierno o de perdida el Secretario de Cultura, con lo que la política en Veracruz hubiera podido ser por lo menos escatológicamente más divertida, o la cultura definitivamente más colorida.
En los últimos años, antes y después de la muerte del gran Benjamín, Magno luchó y pugnó por darle a la muerte y a quien está cerca de ella la dignidad humana, y trabajó, redactó, pulió, y promovió la aprobación de la Ley de muerte asistida, aprobada hace un par de años por unanimidad en el Congreso y que hoy es ley vigente. Como mi papá, quien también en alguna ocasión me dijo que esa posibilidad debía de existir, y que en sus últimos años se dejó morir él solito, sin saberlo casi nadie, ni sus hijos, y quien quizás hasta así lo quiso y planeó, hubiera podido utilizar esa ley para sí mismo, y habernos podido despedir con más conciencia y dignidad.
Mi hijo Arturo está viviendo ahora en ese bosque mágico y encantado en medio del centro de la ciudad donde viven también Magno y Lola. Me da gusto que pueda estar cerca de ellos. Me da gusto que pueda conocerlos. Me da gusto que Magno viva cerca y que mi hijo conozca mucho o poco de ese sabio irónico amigo de su abuelo Mundo, y también que Magno conozca la sensibilidad, seriedad e inteligencia de mi hijo, quien además es también un músico autodidacta y apasionado de la jarana, del canto con sentimiento.
Hace unos días saludé a Magno saliendo de la casa de mi hijo, y le pregunté que cuántos libros tenía escritos, pensé que me iba a decir tres o cuatro, porque yo mismo tengo y he leído un par de sus libros, y me contestó que 17, viendo mi sorpresa se regresó a su casa y salió con cinco libros más que me obsequió.
Magno no sólo es un símbolo y un ícono de Xalapa, es una constante aleatoria de mi vida, de la historia de mi vida. Magno, y en eso también Benjamín, fueron los inventores de nuestro propio realismo mágico. Magno es también, en las proporciones debidas, nuestro propio Monsivais. Magno no ha sido nunca un intelectual orgánico, tipo Aguilar Camín o los hermanos Reyes Heroles, por el contrario, Magno ha sido en todo caso nuestro Juanote intelectual, un Juanote que en lugar de cargar pianos o roperos, ha cargado música y carcajadas. Magno es el intelectual del humor, del sentimiento cantado (y en esto último sí que lo superó Benjamín), y también de una característica en la que quizá sólo mi papá “El Pica” lo superó: Magno es el intelectual de la anticorrección inteligente o de los anticonvenionalismos idiotas.