De los apuntes de Roger Bartra

Muchísima gente, especialmente si tiene inclinaciones religiosas, se resiste a creer que sus afectos y sentimientos son una mera propiedad del sistema nervioso. Estas personas tienen dificultad para aceptar que la conciencia es una peculiaridad biológica del cerebro, de la misma manera que la digestión es una característica biológica del tracto digestivo, para usar la expresión del filósofo John Searle. Aun a personas no religiosas les cuesta trabajo aceptar que la conciencia es el conjunto de procesos orgánicos propios de una masa encefálica perecedera.

Uno de los problemas principales radica, por supuesto, en que la afirmación de que no hay conciencia fuera del cerebro equivale a aceptar que no hay nada después de la muerte. Se tiene que reconocer que la gente tiene razón cuando intuye que los procesos biológicos, por sí solos, no explican la conciencia. Sin embargo, acudir a la creencia religiosa en un alma inmortal como explicación de la conciencia no resuelve el problema, sino que escapa de él. Acaso permita aplacar la melancolía que nace de pensar que la identidad que se vive en el presente carece de un futuro una vez que se pierde la vida. Pero la intuición de que debe de haber procesos o dimensiones fuera del cerebro que ayudan a explicar el fenómeno de la conciencia no debe de descartarse como una visión metafísica carente de rigor científico. Los resortes exocerebrales (fuera del cerebro), en el mundo cultural y social ayudan a entender el problema de la conciencia. La propuesta siguiente, que sin ser religiosa, defiende la idea de que entre el mundo físico y el sociocultural existe el mundo inmaterial de los estados mentales, conscientes e inconscientes, que Platón hubiese definido como “afectos del alma”. Ésta es la interpretación defendida por el filósofo Karl Popper y el neurobiólogo John Eccles en un libro que fue muy discutido hace algunos años y que todavía sigue despertando inquietudes. En este libro Popper defiende una idea triádica, más que dualista, ya que insiste en definir un mundo intermedio entre los estados físicos del cerebro (mundo 1) y la esfera del lenguaje y de los productos sociales o culturales del pensamiento (mundo 3). Este mundo intermedio es el de la conciencia del yo y de la muerte, que tiene como base la sensibilidad propia de la conciencia animal (mundo 2). A diferencia de Eccles, Popper no cree que el segundo mundo subjetivo sobreviva más allá de la muerte del individuo. Muy pocos científicos hoy están de acuerdo con las ideas de Eccles y Popper, pues ciertamente no parece necesario o útil insistir en las viejas ideas cartesianas que separan el mundo subjetivo de sus bases orgánicas. Popper introduce de manera forzada el segundo mundo de la sensibilidad y la conciencia, como una especie de alma mortal, pero no logra demostrar que no sea en realidad más que una configuración del mundo cultural basada en el cerebro. Sin embargo Popper reconoce que nuestras personalidades e identidades “están ancladas en los tres mundos, especialmente en el mundo 3”. Y agrega “yo sugiero que la conciencia del yo comienza a desarrollarse por medio de otras personas: tal como aprendemos a mirarnos en un espejo, así el niño se vuelve consciente de sí mismo al sentir su reflejo en el espejo de la conciencia que de él tienen los otros”.

En este punto Popper confiesa en una nota a pie de página que un amigo le hizo ver que el gran economista inglés Adam Smith ya había dicho que la sociedad es un espejo que le permite al individuo percatarse de su carácter y de la conveniencia o el demérito de sus propios sentimientos.

Si cada vez que investigamos el contorno cultural del cerebro se nos aparece el espectro de una dimensión intermedia de carácter más o menos metafísico, acaso nos tendríamos que prohibir cualquier búsqueda de ese tipo, a menos la inevitabilidad de dicha dimensión anímica, aunque  reconozcamos que es imposible entenderla desde una perspectiva científica. En realidad, el postulado de que existe una peculiar dimensión mental subjetiva separada der las realidades biológicas y culturales es un muro que nos bloquea la investigación y que nos vuelve ciegos….

*Roger Bartra (México 1942), es antropólogo, sociólogo, ensayista e investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Las notas aquí escritas son un fragmento del libro: Antropología del cerebro. Conciencia, cultura y libre albedrío. (Versión ampliada). Segunda edición 2014. Autoría de Roger Bartra. Editado por el Fondo de Cultura Económica.

 

Sintácticas

Del doctor Luna a una guapa enfermera en tono de broma para que oyera el demás personal de enfermería:

¡Que bárbara!…tenías bien fríos los pies anoche.

Entre los mismos albañiles de la ves pasada:

¡No ves que no entra!… ¡No seas pendejo otra vez le cortaste mal!

En la película Operación encubierta, del director griego Theodorodi:

¿Sabes que es lo que queda de la prisa?…El cansancio.

En una película europea:

¿Aún hay partos?… ¡Claro! Después de la guerra los hombres andan como perros rabiosos, están naciendo muchas niñas…Significa que no habrá guerra durante mucho tiempo…

Entre dos albañiles de la misma obra:

¡Dónde estás cariño!…Aquí, a un ladito…

 

Ennio Morricone. Giuseppe Tornatore. Monica Bellucci. Película: Malena: