La violencia, la violencia familiar sin duda, es como una enfermedad. Es una enfermedad que puede llegar a ser mortal, asesina.
En la violencia familiar no sólo estamos hablando de la violencia de género, se trata de una violencia de cualquier miembro de la familia hacia otro miembro de la familiar: los papás hacia los hijos, entre la pareja, los hijos contra los padres, entre hermanos, hacia los abuelos. Esta violencia puede ser física, pero también verbal, psicológica, económica.
Somos testigos, cada vez más frecuentemente quizá por las redes sociales, el internet, y los medios de comunicación, de casos fatales, inauditos, inimaginables, abominables, tristes. Desde luego el extremo de matar a otra persona, siendo además alguien cercano, puede resultar de un acto que quizá no tuvo ningún aviso, donde no hubo ninguna señal de alarma previa. Pero en la mayoría de los casos hay convivencias familiares violentas previas, ya sea verbales, psicológicas y, sobre todo, físicas.
De acuerdo con la Norma 046 de la Secretaría de Salud, “Violencia familiar, sexual y contra las mujeres. Criterios para la prevención y atención”, la violencia familiar es el acto u omisión, único o repetitivo, cometido por un miembro de la familia en contra de otro u otros integrantes de la misma, sin importar si la relación se da por parentesco consanguíneo, de afinidad, o civil mediante matrimonio, concubinato u otras relaciones de hecho, independientemente del espacio físico donde ocurra. La violencia familiar comprende: abandono, violencia sexual, maltrato físico, psicológico, económico o sexual.
Estas violencias existen, se dan, las vemos, las ejercemos. Es un problema estructural de nuestra sociedad. Creo que es también un problema educativo, no sé si cultural porque existe en todas las sociedades y países en mayor o menor medida, pero me parece que también tiene que ver en cómo estamos como sociedad, como comunidad, desde nuestras propias percepciones de nosotros mismos, desde todas las influencias que recibimos o no recibimos de la sociedad, los medios, el cine y la televisión, y desde luego, los ejemplos de vida que hemos recibido de nuestra propia familia, nuestros padres y abuelos. Obviamente también influye el contexto, la circunstancia económica, la crisis y dificultades económicas, las crisis personales, que pueden ser pivote o detonadores de violencias, independientemente del nivel educativo, sociocultural o económico de las personas. Es decir, la violencia familiar puede existir y existe en cualquier nivel social.
Un factor que desde mi punto de vista es particularmente inherente, asociado, acompañante de la violencia familiar, es el consumo de alcohol o de droga. Las adicciones, desde el alcoholismo hasta las drogas fuertes cada vez más comunes y accesibles, como el cristal, es, me parece, uno de los detonantes más fuertes de cualquier violencia, y sin duda de la familiar. Y otra vez, esto no es exclusivo de un nivel social o económico único.
La violencia familiar es como un cáncer. Es sin duda una enfermedad que puede ser fatal, pero aún sin llegar al extremo de una violencia mortal y homicida, vivir en un contexto, ambiente o circunstancia de violencia, con la gente con la que convivimos y que amamos, es algo que lastima mucho, que daña, que afecta el cuerpo y el espíritu de quienes la reciben o, incluso, de quienes están alrededor. Es por esto que esta violencia se incluye en el boletín epidemiológico de la Secretaría de Salud a partir de la Norma 046.
Como sociedad, y también desde el gobierno, tenemos que trabajar mucho en este problema, en esta enfermedad, desde muchas perspectivas, ámbitos, enfoques, para atenderla y prevenirla. Una gran parte de quienes reciben la violencia familiar son los niños y niñas, pero también los adultos mayores, y las mujeres. Existen leyes federales y estatales para atender, prevenir, y eliminar estas violencias, tanto para proteger a la niñez como a las mujeres y a los adultos mayores.
En Veracruz no teníamos una estrategia integral para abordar la violencia familiar desde todas las perspectivas. El gobernador Cuitláhuac García Jiménez ha pedido a su equipo de trabajo conformar un mecanismo interinstitucional para abordar la atención y prevención de la violencia familiar. Este grupo estará encargado de diseñar una estrategia para trabajar con los municipios y detectar los casos y contextos de riesgo a fin de establecer un sistema de alerta temprana para prevenir y proteger a personas en una situación de violencia.
Sin embargo, ninguna política pública ni estrategia funcionará si no se trabaja a un nivel emocional, con aprendizajes y una alfabetización emocional que incluya un trabajo terapéutico que nos enseñe a reconocer emociones y de dónde vienen nuestras reacciones, expresarlas correctamente, partiendo de una necesidad legítima sin dejar de reconocer a la otra persona (con qué parte de nuestra historia de vida están relacionadas), y ello requiere también un trabajo en competencias conversacionales y de comunicación.
Humberto Maturana, uno de nuestros grandes genios científicos latinoamericanos que, además afortunadamente todavía vive, tiene libros preciosos sobre la importancia del “emocionar” en la educación de los niños y niñas. En su libro “Amor y juego. Fundamentos olvidados de lo humano”, Maturana nos recuerda que sólo mediante la biología del amor podremos rescatar nuestras relaciones, a través del “respeto y la aceptación mutuos en el respeto por sí mismos, la preocupación por el bienestar del otro y el apoyo mutuos, la colaboración y el compartir”.
Esta biología del amor que nos dice Maturana la aprendemos desde la infancia, en el seno familiar, desde la energía emocional maternal de ambos padres. Desde esta perspectiva, la violencia familiar no es natural, la violencia familiar es lo contrario al amor.