«Cuando era niño, conocí un negro imponente que venía de Belice, medía como dos metros y siempre decía circus, circus; cada vez que lo veía le decía circus, circus y él me decía lo mismo, así nos saludábamos. Creo que era pulseador —los pulsadores son los que se cargan unos a otros en las manos, se avientan, hacen maromas en el aire y se cachan—, era muy fornido, era imponente verlo sin camisa y rapado, porque en los años setenta, ver a un hombre pelón era una cosa que los niños nos impresionaba; ahora, la calvicie es algo natural, pero antes no y cuando veíamos un calvo no le decíamos nada para no agredirlo o hacerlo sentir incómodo, pero sí nos impresionaba. Ahora que iba a salir el libro lo recordé y por eso le puse Circus, circus», me platicó el fotógrafo xalapeño Luis Ayala hace unos días. Hace dos años platiqué con él y, entre otras muchas cosas, me habló de su infancia, me dijo que vivía en una colonia muy pobre, su casa estaba por donde actualmente está la clínica del ISSSTE pero en aquel entonces eran llanos y ahí llegaban los circos. Su madre tenía que ver la manera de mantener a sus cuatro hijos, una de las cosas que hacía era vender comida en su casa. Cuando llegaba un circo, todo el personal iba a comer ahí, algo que, necesariamente, lo marcó para siempre
«Yo tenía seis años —me comentó en aquella ocasión— y en la mesa se sentaban enanos o malabaristas, y luego en el patio de la casa estaban haciendo sus actos o ensayando o había unos que se cargaban. Entraba un tipo y le decía mi madre:
«—¿Me da permiso de cambiarme?
«—Sí, pásale
«Y cuando salía ya era un payaso y se sentaba a comer con nosotros.
«Teníamos una mesa muy grande y me llamaba mucho la atención ver a Tony, que era el marido, a la mujer, no me acuerdo del nombre, y a su hijo de dos años, enanitos los tres. Sentarme a comer con todos estos personajes y vivir ese mundo era formidable».
De esas vivencias nació un libro que acaba de ser publicado y está disponible para ser descargado libremente en el sitio web de la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz (click en las letras verdes para ir al enlace). La semana pasada, volví a platicar con él para que me hablara del proceso. Así me lo narró:
«Los circos han ido desapareciendo, quedan el Circo Atayde y el Solari —cuando yo era niño estaba también el de los Hermanos Vázquez, eran los tres principales—, otros los han ido heredando los hijos de los dueños y ahora se llaman «El circo del hijo de tal». Yo traía en la cabeza este proyecto desde hacía mucho tiempo pero no se había dado la oportunidad, pero coincidió que en una época en la que andaba yo con mucho tiempo libre, llegó el Circo Solari a Coatepec, yo vivo en Coatepec y un día fui; yo sé que es muy difícil entrar con una cámara y decir vengo a fotografiarlos, a meterme en lo que no me importa (risas), es muy difícil que te acepten pero llegué, me presenté con el que estaba en la entrada, le pregunté por el dueño y me dijo que no estaba. No me pelaron, me dejaron hablando solo pero seguí insistiendo hasta que la chica de la taquilla me dijo mire, no es dueño, es dueña, pero no está; lo puedo poner en contacto con el encargado. Me presentó con el encargado y nos hicimos cuates, era el maestro de ceremonias en la pista, para hacer eso hay que saber mucho. Después supe que había trabajado en el Circo Atayde por veinte años, fue domador de leones, tenía veinte leones a su cargo; me contó la historia de su vida como domador, me dijo que era una estrella, y que en esa época los circos ganaban muchísimos millones, él se gastaba mil pesos —de los viejos— diarios en carne de pollo para alimentar a sus animales y se los pagaban; no había crisis, se ganaba un río de dinero y eso les permitía traer artistas italianos, franceses, ingleses, sobre todos italianos, que eran los más atractivos para el espectáculo.
«Hablé con este señor, le dije:
«—Mira, tengo un proyecto: quiero fotografiar la vida tuya y la de los demás artistas del circo, quiero estar todo el tiempo con ustedes y seguirlos hasta donde pueda y hasta donde me dejen
«—Déjame hablar con la dueña para preguntarle si se puede
«Regresé en la tarde y me dijo dice la dueña que sí, que no hay problema
«Estaban haciendo una parrillada en el potrero donde se instaló el circo, me invitaron a comer con ellos y nos hicimos amigos. Tomé unas fotos del espectáculo; nada fuera de lo común, lo que cualquiera ve cuando va al circo, pero a mí el espectáculo realmente no me interesaba, lo que me interesaba era recordar a mis personajes de infancia, quería encontrarme con los payasos que conocí de niño, con las trapecistas, que para mí eran como diosas, eran mujeres muy espigadas, muy bellas y algunas hasta se quedaron mucho tiempo a vivir en mi casa después de que se fue el circo; yo tenía como nueve o diez años y ver esos personajes en mi casa era alucinante.
«Me acuerdo que cuando yo era niño, muy poquitos personajes del circo podían tener dos funciones en la actividad circense, por ejemplo, Campanita —que era un amigo de la casa— era pulseador y era fotógrafo, hacía su acto y cuando terminaba se iba al tráiler por la cámara, se metía entre la gente con un payaso y mientras una persona estaba viendo el espectáculo, la abrazaba un payaso y le tomaban una foto, y al ratito regresaba con un visor de diapositivas y se lo vendían, eran formidables esas cosas. En esa época, muy pocas personas en el circo tenían esa doble función, ahora todos son multitask —como se dice en los nuevos términos—, multifuncionales, por ejemplo, llegan a Xalapa y arman la carpa, meten las sillas, acomodan todo, lo dejan súper bien. Al otro día, tienen que salir temprano —ya sea en una moto, en un carro de sonido o en una camioneta con un elefante de fibra de vidrio en la batea— a vender boletos en las calles y a buscar atraer a la gente —porque antes llegaba el circo y la gente automáticamente iba, ahora hay que ir a buscar al público—. A las dos de la tarde se regresan al circo, comen, se dan un baño, se visten muy elegantes y reciben a la gente de la primera función —la de las cuatro de la tarde— todos uniformados, impecables. Llega la gente, la forman, venden boletos, la llevan a su lugar. Antes de que empiece la función, se ponen a vender cosas: palomitas, luces de bengala, recuerdos, la foto, todo eso. Cuando empieza la función, cada uno tiene que correr al camerino —las sillas van en un camión, cuando las sacan, la caja queda vacía y la usan de camerino— y vestirse para su acto, y pueden tener un acto de malabarismo y un acto de trapecio, entonces, cuando termina un acto se regresan al camerino y se cambian para el otro. Cuando termina la función, tienen que salir a despedir al público, entonces, la gente del circo está súper ocupada ahora, un muchacho del circo o una actriz o una bailarina, hace cuatro o cinco funciones. También son más pequeños, antes eran inmensos, era una caravana enorme de camiones, tráilers, todo esto, y ahora se conforma de muy poquitas personas, treinta o cuarenta personas forman un circo y ellos, como te decía, hacen todo.
«Estuve trabajando con ellos en Coatepec, cuando se fue el circo, los seguí a otro pueblo, luego a Huatusco y luego a Córdoba; después se iban para el norte del país y yo ya no podía seguirlos hasta allá. Así es como hice este trabajo.
«Yo trabajo sin pensar en dónde va acabar el resultado, por ejemplo, ahora tengo en la cabeza varios proyectos, uno que se llama El origen del hombre y otro que es un trabajo muy personal que tiene que ver con la sensualidad. Desarrollo el proyecto y después no me interesa, realmente, si termina en una exposición o en un libro o en un periódico, eso no es importante, lo importante es mi proceso; si soy fotógrafo es porque necesito hacerlo y no sé dónde va a terminar. Empecé este proyecto del circo porque quería buscar mi infancia, tenerla en las mano, verla de lejos; ahora que tengo cincuenta y tres años quería ver cómo era a los siete años y dónde estaba yo parado.
«Tuve una infancia formidable, creo que la infancia que cualquier niño hubiera querido o la infancia que cualquier cineasta hubiera soñado filmar. Vivía en una colonia de Xalapa —por donde ahora está la clínica del ISSSTE— en la que no existía nada, solo eran potreros, la única construcción que había era la famosa presa de San Bruno y más al fondo estaba el seminario, no había nada más, eran campos y todos eran míos; mientras mi madre se iba a trabajar, yo me salía con mis amigos o con mi hermana y nos íbamos a jugar, a hacer papalotes, a nadar, a pescar, a cazar bichitos o grillos o mariposas; si se venía el agua, nos llovíamos, si se venía el granizo, salíamos a cachar granizos. Nuestra vida era fantástica. Fue formidable esa infancia de libertad, yo creo que los niños de ahora no lo entenderían, la sociedad ha cambiado tanto que a los niños los tenemos como presos, no los dejamos que vayan solos a dos cuadras porque les puede pasar algo; antes, si un hijo se iba hasta donde fuera a cazar mariposas, los padres decían se fue a cazar mariposas, ya regresará.
«Yo tuve eso y fue formidable, quería recuperarlo y me puse investigar, a escribir un poco y terminé fotografiando el circo. Después coincidió que al nuevo director de la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, se le ocurrió publicar, entre todas las publicaciones que se hacen, tres libros de fotografía. Se hizo un concurso de fotografía en Veracruz, sacaron la convocatoria y llamaron a un jurado. La convocatoria fue abierta a todo el que tuviera un proyecto sobre fotografía veracruzana. Metí el proyecto del circo y gané el segundo lugar; realmente, el premio fue una cosa simbólica, nos dieron una prima muy pequeña pero eso no importa, lo que nos importaba a los tres que ganamos era tener un libro publicado. Los otros dos son sobre las fiestas patronales de Veracruz, yo hice eso durante mucho tiempo, ya publiqué un libro que se llama Historias Fragmentadas que tiene que ver con las fiestas tradicionales en Veracruz y en México, y no quise concursar con algo así porque me parecía un poco repetitivo o que no avanzaba la progresión de mi carrera, entonces, para este concurso pensé que el circo podía funcionar y funcionó, y me da mucho gusto que haya sido seleccionado. Ahora salió la versión digital por la pandemia, estamos esperando a que termine para hacer una presentación en forma, con una gran exposición, como debe ser».
VER TAMBIÉN:
En busca de la infancia perdida | Luis Ayala
La fraternidad del 77 | Luis Ayala / I
Los Ilustres Xalapeños | Luis Ayala / II
El vuelo de los peces | Luis Ayala III
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