Los hechos parecieran indicar que Andrés Manuel López Obrador siempre estuvo preparado para buscar el poder, pero nunca para gobernar, (quizá en su interior creyó pasaría a la historia sólo por su lucha ideológica, más no por instalarse en Palacio Nacional con 30 millones de votos de respaldo).

AMLO era un gran opositor y demandaba espacios para disentir y debatir; como Presidente no tolera la batalla de ideas, busca avasallar políticamente, y si en algún momento observa peligro, se apresura a descalificar, ofender y polarizar.

Pero la verdad es que AMLO no tiene una oposición que le haga mella. Aunque sean cuatro partidos políticos, (PAN, PRI, PRD y MC), el bloque contrario no tiene en las Cámaras los números suficientes para jugar a las pulseadas con Morena y sus aliados.

En San Lázaro la oposición no existe: la abrumadora diferencia de diputados oficialistas y sus satélites, (ahora con el Verde Ecologista de su lado), hace que el Congreso Federal sea tan sólo una aduana de paso para las iniciativas de AMLO.

Si bien es cierto en la Cámara de Senadores las cosas no son tan dispares, siguen faltando los números para que el Ejecutivo tenga contrapesos y las cosas no sean casi unilaterales, como actualmente se observa.

Nuestra democracia vive hoy dos grandes paradojas:

a) La insistencia de AMLO por temer a una oposición que no alcanza los números necesarios, y entonces, en lugar de ejecutar su plan de gobierno, dedica buena parte de su día a inventar la imagen de un bloque contrario que sólo es peligroso en su cabeza.

b) Los priístas y panistas, quienes en vez de reinventarse, apuestan a que el anunciado fracaso del tabasqueño les brindará no sólo una victoria moral, sino el añorado regreso a Palacio Nacional.

Después de las elecciones del 2021 surgirán nuevas paradojas, y en buena medida dependerán de los números que la oposición, (la real, no la fantasmal), obtenga tanto en las Cámaras Federales como Locales.

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