La década de 2020 que vivimos tiene similitud con la década de los años treinta del siglo XX, cuando se preparaba la Primera Guerra Mundial.
Stefan Zweig en 1933 advirtió: “Vamos a la deriva hacia grandes catástrofes. Todo nos lleva a una nueva guerra. No apostaría un céntimo por nuestras vidas. Han establecido el reinado de la barbarie”.
Y aunque ahora no hay movimientos de masas –fascistas, nazis o comunistas- como los que asolaron la Europa de entreguerras, las fuerzas de la xenofobia están nuevamente en marcha, la esclavitud ahora es “trata de personas” y las torturas son “técnicas de interrogatorio reforzadas”, los gobiernos contemporáneos están desplegando las últimas tecnologías para desarrollar técnicas de control hipermodernas, mucho más invasivas que las tiranías tradicionales.
Esta identidad que tenemos con las generaciones que vivieron en los años treinta del siglo pasado tiene que ver también con la vivencia de los alemanes, donde la felicidad y el terror no eran irreconciliables. Nosotros, como ellos, estamos viviendo una vida narcotizada en un mundo de ensueño. Quizá nosotros, como los alemanes de ese entonces, seamos terriblemente felices, pero estemos también terriblemente degradados
El mito ahora es otro, claro está, y no esa llamada que hizo Hitler a la “mentalidad prelógica y totémica” (Arthur Koestler) sino la llamada que nos permite, sin levantarnos, sin unirnos corporalmente a otros en plazas o ejércitos, vivir mitos (en aquella ocasión el del superhombre) que son prácticamente efímeros: se transmiten a lo largo del mundo por canales de noticias de veinticuatro horas y, a través de internet, se despliegan como virus, entrando en las mentes de decenas y cientos de millones de personas en cuestión de horas o de minutos.
¿Se trata de mitos verdaderos o de fantasías manufacturadas? El encanto de un modo de vida liberal como en el que estamos en una década que dista prácticamente un siglo de la década en que empezaron las matanzas del siglo XX, consiste en que permite que la mayoría de la gente renuncie a su libertad sin saberlo.
Aceptemos que “la humanidad” es una ficción compuesta a partir de miles de millones de individuos para los cuales la vida es singular y definitiva. Ahora, es preciso saber que a medida que las ficciones humanas se traducen en códigos genéticos y electrónicos, la realidad intersubjetiva engullirá por completo la realidad objetiva, y la biología se fusionará con la historia.
Tenemos que descifrar las ficciones que dan sentido al mundo, pero a nivel práctico la vida moderna consiste en una búsqueda constante de poder en el seno de un universo desprovisto de sentido. La ficción humanista nos da un mandamiento primario: crea sentido para un mundo sin sentido.
Nosotros como las generaciones de 1930, tenemos un gran reto, que ahora se traslada a nuestra intimidad. No hay dos tipos de seres humanos, el salvaje y el civilizado. Sólo existe el animal humano, en guerra consigo mismo siempre. Ahora, en la nueva economía del capitalismo global, en la que la existencia desarticulada es una suerte común, y en la que los neoconservadores llaman a la guerra perpetua como medio para la democracia universal, los individuos tenemos como nunca antes, la constancia de los impulsos contradictorios que nos dividen.
Todo parte del mito del progreso, del humanismo, de la creencia de que la riqueza real es infinita. La riqueza se puede crear en muchos sistemas económicos, pero nunca durante mucho tiempo. El capitalismo no está agotado. Está cambiando de forma, como ya lo hiciera otras tantas veces. ¿Cómo resolverán los capitalismos antiguos y nuevos sus conflictos sobre a quien le corresponden el uso de los recursos de la tierra en tiempos en que los que el número de seres humanos no deja de aumentar?, es algo aún por ver. Una alteración en el panorama global que nadie podrá prever ni controlar.
Como la música barata, el mito del progreso levanta los ánimos y entumece el cerebro. La unicidad humana es un mito heredado de la religión que los humanistas han reciclado como ciencia. La ciencia se ha convertido en un canal para los mitos (y la vida sin mitos es como la vida sin arte o sin sexo, insípida e inhumana) y el más importante es el mito de la salvación a través de la ciencia, y que sepamos más que antes sólo significa que tenemos mayor campo para desplegar nuestra locura.
En este episodio que sostengo es el primer capítulo de la batalla global de la Nueva Guerra, la Ciencia Epidemiológica y sus expertos han pasado a ocupar la primogenitura del Mito de la Salvación, pues la salud puede ser la condición natural en el resto de las especies, pero en los seres humanos es normal la enfermedad.
El despliegue que vive el mundo de los argumentos de la enfermedad consiste, en su novedad, que se corresponden los virus biológicos e informáticos y estamos ante una danza de lenguajes (la batalla por el relato, se ha dicho por ahí) que es el Primer Mural Planetario cuando el Antropoceno se declara completamente como una Era Geológica donde se relaciona en automático la faena productiva humana y la naturaleza, en el tejido de la catástrofe.
La ciencia, ese mecanismo para manejar el caos de la experiencia, sienta sus reales en el conocimiento humano, que está formado por ficciones. Y el mito del progreso es el consuelo principal de la humanidad moderna. Una vida basada en ficciones no puede ser imposible, puesto que así es precisamente nuestra vida todos los días.
El poder del mito reside en crear sentido a partir de las ruinas del sentido. Muy parecida esta situación a la vivida por los alemanes en los años treinta, aunque con un matiz. La felicidad heroica de ese entonces ha pasado a ser hoy solamente una tristeza feliz. Así la gente pasa su vida en un estado de prometedora agitación. Encuentran sentido en el sufrimiento que conlleva la lucha por la felicidad. En su huida del vacío, no hay nada a lo que la humanidad moderna esté tan apegada como a ese estado de tristeza feliz, monitoreada siempre en la pantalla (que a su vez nos monitorea).
Así que adelante, nuestro confinamiento es apto para las videofiestas. (Risas y aplausos)
Bibliografia:
El silencio de los animales. John Gray. Sextopiso. 2013.
El alma de las marionetas. John Gray. Sextopiso. 2015
Homo Deus. Yuvaal Noah Harari. Debate. 2019.