Al recibir el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Veracruzana (UV), Gilles Lipovetsky se definió a sí mismo como un nómada intelectual. “Para los filósofos soy un sociólogo; para los sociólogos, un filósofo”, declaró en 2015, y es que además de su nomadismo intelectual, es un generoso ser humano que en sus libros y de viva voz ha transmitido en varias geografías sus ideas, con el fin de invitar a los demás al ejercicio de la reflexión y de la creación de un pensamiento autónomo.
Podría afirmar que es el filósofo extranjero que más ha sido escuchado en México. Ha dado conferencias en teatros y auditorios de la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Xalapa, Oaxaca y Guanajuato, entre otras partes del país. Sus libros son leídos y discutidos en ámbitos humanísticos, pero también en otras áreas de conocimiento, como el diseño.
En estos meses de confinamiento debido a la pandemia por el coronavirus SARS-CoV–2, las voces que han sobresalido analizando de forma panorámica la crisis, son las de los filósofos en diversos rincones de un universo que se contrajo y, paradójicamente, se hermanó al enfrentar a un enemigo en común.
El domingo 31 de mayo entrevisté a Gilles Lipovetsky y compartí con él una iluminadora charla de lo que significa vivir en tiempos del Covid-19. Eran las 17:00 horas en Grenoble, Francia, y las 10:00 en La Orduña, Coatepec. Fue la primera vez que Gilles interactuaba con la plataforma Zoom. Su rostro, que de alguna manera se mantiene en una especie de edad sostenida, sonrió con la espontaneidad que lo caracteriza y que lo vuelve un ser entrañable. La tecnología no nos traicionó, nos escuchamos casi como si estuviéramos sentados uno junto al otro.
Leí en una entrevista que no crees en el cambio de la humanidad después del Covid-19, ¿qué piensas de la nueva normalidad?
La gente ha estado confinada. Las actividades como ir al cine, al café, el restaurante y los viajes fueron reducidos, lo que provocó un discurso colectivo de que se viviría una revolución completa sobre el modo de vivir, que nos haríamos conscientes al no poder consumir ni viajar, de ocuparnos de nosotros mismo. Creo que es una completa ilusión, ya lo vimos en Estados Unidos y en Francia, en cuanto abrieron las playas, la gente se precipitó, salió por todos lados tratando de hacer lo que siempre han hecho.
Lo que no entendemos de esto es que el mundo materialista que conocemos no es solamente un efecto alienante de marketing, manipulación y publicidad; pienso que el consumismo, el gusto por lo nuevo, el cambio en las cosas como la música, la moda, los viajes, es algo que acompaña la cultura moderna. El mundo democrático después del siglo XX ha potenciado las esperanzas de vivir mejor, más libre y con una pasión por tener cada vez más. La cultura moderna ha aniquilado la tradición. Fundamentalmente ésa es la cultura moderna, la destrucción de la tradición.
La historia humana se ha descrito y contenido por la tradición. Antaño, no existía el deseo particular de cambiar el modo de vida, la gente comía, vestía, bailaba y trabajaba de la misma manera que lo hicieron sus padres y sus abuelos. La modernidad transformó esa dinámica al colocar en el centro a la libertad y la igualdad. Para mí esto es lo importante, una vez que la crisis termine o se equilibre, la gente continuará viajando a Túnez, China, Japón o a la playa; entonces, creo que el Covid-19, desgraciadamente, no nos hará más sabios.
Hay que ser lúcidos, no podemos esperar de una crisis de este orden una modificación de la consciencia, se necesita una evolución constante de principios intelectuales, como la intervención política y económica, un cambio en la forma de producir que considere el tema de la ecología y el respeto al medio ambiente, entonces sí podríamos hablar de una transformación. No hay que esperar a que nuestra conciencia colectiva haga el trabajo. No nos haremos sabios gracias a esta situación particular.
El caso de México “es interesante, no es lo que vimos en Italia, España o Francia, donde se respetó el decreto de confinamiento, al día siguiente del decreto las calles estaban vacías, sin nadie”
En este contexto, ¿qué opinas del buen vivir, qué significa el buen vivir?
El buen vivir lo marca y difunde el capitalismo y el mercado. No hay que demonizarlos, porque gracias a eso nos podemos comunicar, viajar, vivir más tiempo, tenemos acceso a bienes materiales, pero al mismo tiempo estamos obligados a observar que el buen vivir material muchas veces no contempla y no da el sentimiento de bonanza. Provoca ansiedad, estrés y depresión. El desasosiego se distribuye a través de los medios de comunicación como las noticias falsas.
Creo que de frente a un modelo materialista del buen vivir, debemos hacer no una revolución, pero propongo, primero, un modelo de desarrollo compatible con la ecología.
Es un imperativo el buen vivir material, pero debe ser respetuoso con el medio ambiente, y esto implica el trabajo de ingeniería y de los investigadores porque no es una tarea moral. El cambio se logra gracias al conocimiento, con ejemplos concretos como los coches eléctricos, las casas autosustentables, aviones que consuman menos combustible, y para lograrlo se necesitan universidades, laboratorios e invertir en innovación.
Un segundo punto es que el buen vivir apela a una transformación en la educación, es más fácil cambiar la escuela que cambiar la economía.
La economía es mundial y complicada, pero la educación está a nuestro alcance. Hay grandes posibilidades de educar a los niños de una manera diferente y, de paso, a los padres. En una época como la nuestra, debemos apostar por una educación que abra los horizontes de los individuos, eso te cambia la vida. ¿Cómo lo hacemos? Desarrollando la cultura general y el espíritu reflexivo y crítico, algo que las computadoras no pueden hacer por sí mismas, se necesita un acompañamiento.
Las humanidades, la literatura, las ciencias sociales, la educación artística en áreas como la fotografía, el video, el teatro, la danza, el cantar y crear, nos permiten discernir entre consumir y lo verdaderamente deseable y disfrutable. Comprar y satisfacer no es suficiente. Necesitamos comprometernos con otras acciones de manera apasionada y comunitaria, por ejemplo, en el trabajo voluntario, las asociaciones de protección de los niños, la naturaleza, los animales, etc. Creo que es necesario repensar la cuestión del arte a través del buen vivir y no sólo como la creación pura y vanguardista.
Leemos que los filósofos son quienes dan voz y luz frente a las incertidumbres ontológicas del SARS-CoV-2. Es paradójico que los filósofos, a través de su análisis, nos inviten a reflexionar; mientras que las humanidades, en cualquier nivel educativo y país, deben “justificar” su presencia en los programas. Existe la tendencia de disminuir departamentos, fondos y, en el caso de la educación media, materias como la filosofía.
Hoy es la tendencia, lo veo en Brasil con su presidente que cortó los presupuestos para las humanidades porque no generan retorno inmediato al contribuyente. La escuela prepara y nos integra a una sociedad técnica e inteligente, entonces la informática, las matemáticas y otras ciencias son necesarias, por supuesto, pero la educación no puede reducirse a formar “productores”.
Somos ciudadanos y somos seres sensibles, lo técnico no es sensible, es operacional. De una manera u otra debemos continuar proponiendo la enseñanza de las humanidades porque el humanismo moderno y también la democracia moderna, no son sólo un proyecto político, la democracia se concibe como un ideal ético que sostiene el proyecto de la modernidad. Realizar este ideal humanista exige destacar la ciudadanía, su representación y expresión a través de la literatura, el arte, la música, etc. Esta dinámica no nace de forma individual y espontánea, se debe preparar, ayudar y colaborar para lograrlo y qué mejor que en el mundo de la infancia.
En estos meses, durante la crisis por el Covid-19 escuchamos a los políticos haciendo un llamado a aprovechar el tiempo en confinamiento para disfrutar de la cultura, de las cosas esenciales y profundas, pero en unas cuantas semanas no puedes volverte receptivo al arte si no hay antes una formación, y ésta la recibimos en la escuela y en la universidad.
Durante este tiempo, lo artistas escénicos están enfrentando una realidad adversa, la están pasando muy mal porque ellos sí necesitan un público; en cambio, con todos los amigos intelectuales con quienes he hablado, este periodo de confinamiento ha sido de prosperidad. ¿Por qué? Porque se tiene todo el día para trabajar tranquilos.
En mi caso particular, es maravillosos tener el día para escribir mi libro y no es la crisis, sino que son los elementos externos los que te distraen de la labor. Entonces no es correcto culpar a la gente o señalarla, porque debería leer este libro, escuchar tal música; no, porque se necesita una formación que sostenga eso, no es espontáneo, sino producto de una formación permanente.
“Los europeos han integrado, más que los latinos, el ideal de salud y de seguridad que es la nueva obsesión occidental”
Me atrevo a afirmar que eres un pensador con una fuerte presencia en México y el filósofo más escuchado en nuestro país, de alguna forma nos conoces y a Brasil. Conoces nuestras fiestas y nuestras ligerezas, ¿cómo nos percibes, como latinoamericanos, frente a la pandemia?
Bueno, me falta información sobre lo que ha pasado en México o en Río de Janeiro. Tengo más información sobre España e Italia, este último ha sufrido terriblemente el confinamiento porque, como en México, son un pueblo que sale, se abraza, se toca; pienso que para los pueblos del sur, habituados a la socialización, de pronto verse encerrados en sus casas ha sido particularmente difícil. La pandemia para nada va a romper la sensibilidad latinoamericana, obviamente es una situación difícil, la gente está frustrada desde hace dos meses o más, pero después rápidamente recuperarán las formas de relación. La crisis dejará secuelas y serán enormes, pero no sobre las costumbres. Habrá impacto en la vida práctica y en la vida económica, esta última será la más afectada. Tendremos una crisis terrible; por ejemplo, en Francia se estima cerca de un millón de desempleados y empresas que cerrarán.
Los problemas de los países latinoamericanos son de régimen político y económico, ahí hay mucho trabajo por hacer.
En México no fue posible el confinamiento como en Europa, pararon las escuelas y ciertos sectores laborales, pero la gran mayoría de las personas tiene que salir a trabajar para comer, y quienes sí cuentan con un sueldo de todas formas han salido.
Es interesante, no es lo que vimos en Italia, España o Francia, donde se respetó el decreto de confinamiento, al día siguiente del decreto las calles estaban vacías, sin nadie.
En cambio aquí, por ejemplo, anoche mi vecina hizo fiesta y había como 10 coches afuera. (Gilles se ríe)
Hay una relación diferente entre el pueblo latino y el europeo. De alguna forma en los países latinos la relación con el miedo es diferente. Los europeos están aterrorizados y se quedan dentro de su casa, no se mueven, es el miedo, no la moral. Los europeos han integrado, más que los latinos, el ideal de salud y de seguridad que es la nueva obsesión occidental. Probablemente, en México en las clases media y alta cuenten con plataformas más próximas a lo que pasa en Europa, pero luego tienes al resto del pueblo con la imperante necesidad de comer en una sociedad desigual, con población en pobreza extrema, en donde hay otras necesidades, que por supuesto no son la obsesión de usar o no el cubrebocas.
¿La seducción en tiempos de Covid-19?
Es una buena pregunta reflexionar el problema de la seducción en época del Covid-19. La gente no puede tocarse ni verse; entonces, nos queda un poco de seducción, la peor, la de consumir.
En Francia, en promedio las personas han subido de peso dos kilos. La gente se siente vacía, angustiada e inquieta, entonces come para llenar y satisfacer. En segundo lugar, este tiempo ha sido la gran oportunidad de Netflix. La gente ve películas y series porque no hay otras experiencias de seducción. El universo de los centros comerciales, los viajes, el turismo, es cero. La seducción ha quedado recubierta y aniquilada por el miedo. El miedo es lo contrario a la seducción.
La seducción es una experiencia lúdica y de alegría, pero el Covid-19 no es un juego, es ansiedad. Creo que durante varias semanas la lógica de la seducción de nuestra sociedad –como salir y tomar un café, encontrarse con los amigos, caminar, pasear libremente– quedó anulada, y nos quedó la seducción de mass media que fatiga muy rápido. No podemos ver televisión todo el día.
¿Y qué te seduce a ti, en tu día a día qué te da satisfacción?
Lo que más disfruto son las cosas simples. No me gustan los restaurantes sofisticados, prefiero la comida simple. Encuentro satisfacción en el trabajo de escritura de mi libro, cumplo jornadas de ocho horas y no tengo necesidad de nada más que de eso. Estoy absorbido por mi trabajo que me apasiona y a lo demás no le doy tanta importancia, no poseo deseos materialista importantes. Tengo una linda terraza en casa, amplia, ahí trabajo con mi computadora y soy feliz. No tengo grandes deseos. Después están las pequeñas cosas de la vida, como tomar una cerveza o fumar un cigarro, pero siempre moderado.
Soy un filósofo paradójico porque a mí no me seduce de lo que hablo en mis libros sobre la moda y el consumismo. Me siento cercano a la escuela griega de encontrar el placer en la simplicidad, en la vida no tan sofisticada. La repetición y la rutina no me afectan, trabajo y reflexiono, es por eso que para mí la crisis no me resultó angustiante o sufrible.
Merci beaucoup, cher Gilles Lipovetsky.
UV/Magali Velasco Vargas
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