Escribe John Gray:

En la actualidad las muertes acaecidas en el campo de batalla han disminuido y es posible que lo sigan haciendo. Desde cierto punto de vista puede considerarse que esto es un progreso hacia la paz. Desde otro, que contempla la variedad y la intensidad con que se emplea la violencia. La larga paz que desde hace décadas hemos vivido puede describirse como un estado de guerra perpetuo.

En las épocas posteriores a la Segunda Guerra Mundial había un dogma de fe en la ciencia, era que el rigor lógico y el lenguaje matemático harían que se produjera un acuerdo transparente sobre el significado y la importancia de diversos modelos y sus implicaciones.

Lo que la cibernética ofrecía a la economía no era sólo el poder de predicción y control –aunque sin duda eso formaba parte del atractivo de la nueva ciencia-, sino la posibilidad de comprender la conducta humana en términos no humanos.

La guerra no es, como en general se supone, principalmente un instrumento de política utilizado por las naciones para ampliar o defender sus valores políticos o sus intereses económicos. Por el contrario, es en sí misma es la principal base de organización sobre la que todas las sociedades modernas están construidas.

Los grandes ejércitos han sido abolidos en casi todos los países avanzados y los drones están reduciendo cada vez más la necesidad de soldados humanos.

Está aumentando el número de instituciones dedicadas a inteligencia y vigilancia, el complejo militar-industrial ya no posee la centralidad de antes.

El papel de la guerra en las sociedades avanzadas es otro actualmente. Los medios de comunicación que dan noticias las veinticuatro horas del día generan un estado crónico de ansiedad de baja intensidad junto con una tranquilizadora sensación de seguridad.

Si se crea la percepción de que el mundo es endémicamente peligroso, se puede proyectar a cualquier sitio un paisaje de terror a través de las pantallas de televisión, ordenadores y dispositivos móviles.

La estabilidad de las sociedades avanzadas depende, más que de ningún otro factor individual, de cómo forman las percepciones los medios de comunicación.

¿Por qué los que viven bajo él (el espectáculo) son tan sumisos? Si los seres humanos de alguna manera pudieran traspasar el siempre presente velo exigirían una vida que no estuviera mediada y distorsionada. Pero ¿y si muchos prefirieran una existencia vicaria en el mundo virtual? Cualquiera puede alcanzar una fama momentánea, pero hoy en día quince minutos de anonimato se han convertido en un sueño imposible para casi todo el mundo.

Se trata de una nueva tecnología que está permitiendo la abolición de la intimidad. Casi todo lo que se hace deja un rastro electrónico, que se puede recoger y almacenar indefinidamente.

No son sólo los gobiernos de los Estados occidentales los que tienen el poder de controlar a la población. También lo hacen las corporaciones comerciales, los Estados tiránicos y las redes del crimen organizado.

La sociedad de la vigilancia  encierra en un panóptico a toda la población. Con las nuevas tecnologías de vigilancia se puede acceder a todas las comunicaciones electrónicas de cualquier individuo, ya no es necesario segregar a los internos. Como no existe mundo exterior, la fuga se hace inimaginable. El progreso tecnológico ha dado vida a un sistema de vigilancia de mucho mayor alcance que cualquiera que Bentham (el creador del edificio penitenciario clásico) hubiera podido concebir.

Encerrar a toda la población en un panóptico virtual podría parecer la invasión definitiva de la libertad. Pero el confinamiento universal no tiene por qué experimentarse como una privación. Si no se conoce otra cosa, lo más probable es que se acepte como normal. Si la tecnología mediante la cual funciona la vigilancia también proporciona diversión continua, es posible que pronto se encuentre intolerable cualquier otra forma de vivir.

El terror y el entretenimiento se entremezclan. Sería temerario suponer que los internos ansían escapar del panóptico universal. Su mayor temor puede ser que los obliguen a abandonarlo.

En términos tecnológicos, el mundo es algo parecido a un sistema integrado único. En términos geopolíticos, el mundo es fragmentario. La corriente instantánea de información e imágenes que permiten Internet y las redes sociales está avivando los movimientos de masas –la Primavera Árabe, la Revolución Naranja, los sucesos de la plaza de Maldán y el auge de las “repúblicas del pueblo” en Ucrania, entre otros- que sirven como los instrumentos a través de los cuales pueden perseguirse las rivalidades de los grandes poderes. Promocionadas como fuerzas unificadoras, las nuevas tecnologías de la comunicación se están utilizando como armas.

El ciberespacio es un espacio de guerra incesante. En parte por este motivo, el ciberespacio podría resultar ser la sede de un cambio evolutivo radical.

La perspectiva de que el mundo sea gobernado por virus electrónicos puede parecer el mundo al revés. Y debemos aceptar que la súbita extinción de formas de vida es la norma humana.

Con los cambios de los sistemas climáticos como consecuencia de la intervención humana, el ser humano y el mundo natural ya no están separados. Se haga lo que se haga ahora, la expansión humana ha provocado un cambio que persistirá durante miles de años. Señal de que el planeta se está curando a sí mismo. Sea como sea la forma en que finalice, el Antropoceno será breve.

Bibliografia:

El alma de las marionetas

John Gray

Sextopiso

2015