Juan Pablo Aispuro tuvo que pasar por la guitarra, el charango, la quena, el chelo, la batería y el bajo para encontrarse con el guembri, un instrumento modesto en apariencia pero ritual y sanador; tuvo que pasar por la música popular, la clásica, el punk y el jazz para encontrarse consigo mismo en el silencio del desierto; tuvo que trascender las grandes metrópolis para llegar al corazón africano a aprender que si no era para la comunidad, ni la música ni su formación ni su vida tenían sentido. Así me lo platicó.

Aprendiendo a caminar

Yo soy de una familia que no es de músicos, mis dos papás son arquitectos. Mi padre es de Culiacán y mi mamá es de aquí, de la Ciudad de México, pero su papá era de la Mixteca, entre Oaxaca y Puebla. A mi mamá le gustaba mucho escuchar música, sobre todo por su papá y porque desde chicos, ella y sus hermanos seguían mucho los movimientos de las peñas, y en casa de mi abuelo y, después, en mi casa se escuchaba muchísimo folclor latinoamericano: Inti-Illimani, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Chavela Vargas. Mi abuelo y sus hermanos tenían un trío de boleros, mi abuelo tocaba la guitarra y el requinto, uno de sus hermanos tocaba las maracas y el otro, también la guitarra, y los tres cantaban; cada vez que hacíamos fiesta y cada vez que nos reuníamos hacíamos una fogata y era una cantadera de boleros hasta que amanecía, de eso me acuerdo muchísimo. En mi casa había muchos discos, nos sentábamos, poníamos un disco y nos poníamos a cantar, eso era algo que yo veía que realmente le gustaba hacer a la familia. Ese fue mi primer acercamiento con la música.
Mi primer profesor de música fue mi abuelo, él tenía un piano y me empezó a enseñar a tocarlo y a leer las notas musicales, también enseñó algo de guitarra. Uno de mis tíos, hermano de mi mamá, también me empezó a enseñar a tocar guitarra, charango y quena. Esa fue mi formación musical como de los siete años a los nueve años, pero era muy empírica porque ninguno de los dos tenía un gran conocimiento de la música —mi abuelo es profesor, es director de una escuela primaria, y mi tío estudió artes plásticas y es pintor—, solo me decían pon los dedos así, esta es primera de do, segunda de do. Me enseñaron canciones rancheras, norteñas y boleros, y cuando había reuniones, mi abuelo me decía vente, acompáñanos; me daba mucho gusto acompañar a mi abuelo y le agarré un placer muy bonito a tocar lo que fuera, si me daba las maracas, tocaba las maracas y si me daba la quena, la tocaba. Esa fue mi niñez musical.
Por el lado de mi papá no había mucha música, no le gustaba poner discos; era el menos musical, pero no le molestaba que hubiera siempre música en la casa.

Opus 1

Entré a estudiar la primaria al Colegio Cedros, que es del Opus Dei, y cuando estaba en tercer año llegó un personaje que se llama Gabriel Pliego, en ese entonces era concertino de una orquesta de Estados Unidos, pero dice que sintió la vocación de regresar a México a dar clases de violín. Llegó al Cedros, empezó a dar clases de violín a los de cuarto de primaria, tengo un hermano que es un año más grande que yo y le tocaron esas clases. Al otro año, como mi hermano estaba en violín, yo quise entrar a chelo y ahí nació algo que realmente empezó a cambiar mi vida porque a los que estábamos en el taller de orquesta, cuando era la hora de música nos acaban del salón y nos daban una clase de música especial, nos daban solfeo, contrapunto, armonía y teoría musical más en forma. Poco a poco se empezó a formar una orquesta infantil; primero una orquesta de cámara, después una orquesta sinfónica y a la fecha, Gabriel Priego acaba de abrir la carrera de música en la Universidad Panamericana y el Colegio Cedros es un conservatorio de música en las tardes, es increíble el proyecto musical que lograron, la verdad, y yo fui de la primera camada de ese experimento.
Entré a la orquesta juvenil de la escuela, yo lo veía como que en lugar de ser de la selección de fútbol o de la selección de básquetbol, nosotros estábamos en la orquesta; terminando las clases nos teníamos que quedar al ensayo y a nuestra clase de instrumento. Después empezaron las presentaciones y la verdad es que me llamaba mucho la atención, me acuerdo que pasaba horas estudiando el chelo, me fascinaba tocar el chelo y encontraba en él un refugio emocional fuerte.
Después, Gabriel se dio de que tenía un proyecto muy bueno entre las manos y empezó a crecer, y como los colegios que forman parte del Opus Dei son muy unidos, empezó a conseguir giras de la orquesta en las otras escuelas para mostrar el proyecto, entonces, cada año teníamos una gira. El primer año fuimos a Monterrey, a Aguascalientes y a San Luis Potosí; el segundo año salimos del país, fuimos a Washington, y el tercer año fuimos a España a tocar a la capilla de Monseñor Esquivel porque lo acababan de hacer santo, también fuimos a Londres para presentar el proyecto en un colegio con el que se estaba haciendo un vínculo cultural. Ahí me di cuenta de que podía viajar con la música y que tenía que seguir tocando.
Cuando estaba en la secundaria, ya era el primer chelo de la orquesta de cámara de la Universidad Panamericana; en ese momento yo sentía que iba muy bien y mi maestro me apoyaba muchísimo, me decía eres muy bueno y tienes que seguir. En esa época, lo que yo quería ser era concertista y dedicaba muchísimo tiempo de mi vida a estudiar el chelo, y siempre que salíamos de gira me compraba discos e iba a las papelerías como la de la Royal Academy a conseguir partituras para pedirle al profesor que pusiera un concierto.
La música me apasionaba mucho pero no me gustaba mucho la idea de seguir en el Opus Dei y el siguiente escalón de la secundaria del Cedro era la preparatoria de la Universidad Panamericana, tampoco quería seguir entre hombres nada más, ya quería un cambio en mi vida en ese aspecto y me quería ir al Tec de Monterrey.
Para la preparatoria me cambié de escuela y me sacaron de la orquesta, y fue un golpe durísimo porque la orquesta era muy importante para mí. Me deprimí, dejé de tocar el chelo como dos años y me dediqué a hacer mi preparatoria, a estudiar, a ser normal, hasta que mi mamá me regañó muy fuerte, me preguntó que porqué había dejado algo que me encantaba simplemente por cosas de instituciones, y me animó a volver a agarrar el chelo.

Música enigmática

El mundo musical que me rodeaba en esa época era música folclórica, música de América Latina, música clásica, casi no escuchaba rock ni música pop y no sabía que existía que existía el jazz, pero de pronto apareció un disco en la casa que hasta la fecha no sé cómo fue que llegó ahí, era un disco de Joshua Redman pero no tenía funda ni nada, no supe qué disco era hasta mucho tiempo después. Lo escuchaba y no entendía si todo lo que estaban tocando estaba escrito o si estaban improvisando, era un disco que me causaba mucha curiosidad y me acuerdo que cuando salí de la secundaria, los dos discos que más escuchaba eran ése y uno de Jacqueline du Pré tocando un concierto de Haydn para chelo.

 

(CONTINÚA)

 

SEGUNDA PARTE: El nido del sonido
TERCERA PARTE: Soundprints

 


 

 

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