Aunque son numerosos los ejemplos de creaciones pictóricas y literarias que ilustran las consecuencias de pestes y epidemias, en la escena operística los ejemplos no son abundantes, pese a que este tipo de desgracias han sido parte esencial en la historia de la humanidad.
Por ejemplo, la “peste negra” a mediados del siglo XIV liquidó a millones de personas. Se calcula que la mitad de la población en Europa desapareció víctima de ese mal, con sensible impacto también en Asia y África. En el continente americano, el aniquilamiento de las etnias precolombinas y las culturas respectivas se debió, en gran parte, a las enfermedades que arribaron con los conquistadores y no sólo al poderío destructor de su armamento.
En estos casos, los virajes sociales y económicos fueron sustanciales y dieron paso a la sensible transformación que no sólo consistió en la recuperación de los niveles poblacionales. En Europa, aquella mortandad ocasionó una crisis de mano de obra disponible para la producción de alimentos, con el consecuente debilitamiento del sistema feudal y el acumulamiento de riquezas entre la burguesía. En el México inmediato a la Conquista, la desaparición de ocho de cada 10 indígenas dio lugar al tráfico de esclavos africanos y el establecimiento inicial de lo que actualmente identificamos como nuestra “tercera raíz”.
Nos interesa ahora la consideración hacia dos dramas musicales que nos conducen hacia aquella clase de adversidades. La primera es The visitors, del compositor mexicano Carlos Chávez (1899-1978) sobre un texto del poeta norteamericano Chester Kallman (1921-1975) y estrenada en Nueva York en 1957 con el título Panfilo and Lauretta. Después de diversas modificaciones, la versión definitiva fue presentada en México con motivo de las Olimpiadas.
La acción se centra en las experiencias de cuatro personajes –Lauretta, Elisa, Pánfilo y Dioneo– sobrevivientes de una destructiva epidemia y que se recluyen en una pequeña villa con la intención de pasar el tiempo de la mejor manera posible, a la espera de que se disipe el peligro y se aleje la mortandad. En una reiteración del procedimiento escénico conocido como “teatro dentro del teatro”, representan una serie de fábulas e historias dramatizadas hasta que el inevitable arribo de extraños termina por contaminar la estancia y a los protagonistas.
La siguiente es Death in Venice (Muerte en Venecia), ópera en dos actos del británico Benjamin Britten (1913-1976) sobre un libreto de su colaboradora Myfanwy Piper (1911-1997), estrenada en junio de 1973. El título nos indica claramente su origen en la obra del alemán Thomas Mann (1875-1955), Premio Nobel de Literatura en 1929. La obra original (Der Tod in Venedig) es una novela corta que apunta hacia la soterrada homosexualidad de su autor a través del escritor Gustav Aschenbach y su encuentro con un hermoso adolescente llamado Tadzio. Es también la descripción de la histórica Venecia convertida en foco de una creciente y atemorizante epidemia de cólera; un contexto de decadencia extrema al cual Aschenbach arriba para pasar los últimos días de su existencia.
Dada a conocer en 1912, no podemos soslayar el halo premonitorio de Der Tod in Venedig ante los sucesos que poco después azotarían al mundo entero. En 1918 la denominada “influenza española” irrumpió para dejar su huella como una de las pestes más mortíferas en la historia. La propagación fue producto, en parte, de las movilizaciones militares propias de la Primera Guerra Mundial, abonadas por la concentración poblacional en espacios reducidos. El saldo se estima en un tercio de la población mundial infectada y más de 50 millones de decesos.
La obra de Mann fue llevada a la cinematografía por el italiano Luchino Visconti (1906-1976) y se supone que Britten encontró en la misma la inspiración para trabajar sobre su ópera, misma que no se aleja mucho de la trama. El compositor desplegó en la misma toda su experiencia, cuando ya había obtenido fama y reconocimiento y sentía próximo el final de su existencia. Se sabe que el músico se hallaba sumamente identificado con el personaje protagonista y su caso era comparable al del artista maduro y homosexual que veía cercano el día de su muerte.
Se ha dicho de esta ópera que su tema principal no es la relación homosexual a la que aspira el viejo Aschenbach, sino algo mucho más profundo. Es la muerte en sentido anímico, representada por un hombre que, al final de sus días, descubre un amor radical. Aunque anteriormente había dado a conocer historias de severo impacto emotivo como “Peter Grimes”, la que nos ocupa es posiblemente la obra más desgarradora y personal de Britten, compuesta hacia el propio ocaso vital, en preocupantes condiciones de salud y ante la inminencia de una delicada intervención quirúrgica a la que se vio obligado a renunciar para terminar su obra.
Britten dedicó el rol principal con su compañero Peter Pears, y con este mismo cantante tenor encabezó una grabación discográfica al frente de un reducido elenco y la English Chamber Orchestra.
UV
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