Al Presidente López Obrador le molesta mucho el tema de los feminicidios, no sólo por la frívola incomodidad de que toma por asalto su agenda mediática –la rifa del avión es el caso-, sino porque se le exigen resultados de un tema que poco conoce, que no entiende su dimensión y que es el único que le ha resultado contraproducente cuando intenta evadirlo con frases de descalificación y lugares comunes.
En el feminismo –y su activismo justificadamente hostil ante la incapacidad de las instituciones del Estado para prevenir y castigar los feminicidios- está germinando la verdadera transformación social, no la que él dice encabezar desde un discurso político que empieza a perder adeptos. El movimiento de los pañuelos verdes es inmune a cualquier señalamiento de ser conservador, de estar financiado por adversarios del gobierno o que se trata de mujeres inconformes que perdieron privilegios con su llegada al poder. El Presidente no entiende que no entiende.
Frente al feminismo y los feminicidios el gobierno no tiene respuestas ni discurso. Está a la deriva frente a la descarnada realidad que viven miles de mujeres –incluidas por supuesto niñas y adolescentes- que sufren de violencia a causa de un machismo crónico que ha mostrado su peor cara. El propio Presidente es producto de esa cultura, por eso no logra entender que lo que se percibía como normal, en realidad era una aberrante distorsión social de manipulación y violencia que justificaba la impunidad. ¿Cómo castigar lo que es normal?
Incluso, como explica la académica e investigadora veracruzana Mónica Salas Landa -profesora en el Lafayette College, Doctora en Antropología de la Universidad de Cornell y ex becaria postdoctoral en la Universidad de Harvard- la violencia en contra de las mujeres se trata de un problema estructural.
Hasta ahora, mucho de lo que se propone para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres son una serie de acciones individuales para un problema que es netamente estructural (leyes, burocracias, instituciones—como la escuela o la familia misma—que se derivan de un orden patriarcal). También sorprende que los agentes de cambio a los que implícitamente refieren estas acciones son las mujeres mismas y no los hombres que, en la mayoría de los casos, son los que ejercen los actos violentos.
Llevamos una vida enfocándonos en lo individual y el la conducta de las mujeres sin ningún resultado. De hecho esto ha sido parte del problema mismo. Es por eso el interés de muchas de nosotras de empezar a atacar el problema desde lo estructural.
El martes pasado, el diario español El País dedicó un editorial al fenómeno feminicida que se vive en México: “La violencia de género en México es un problema de tal magnitud que necesita una estrategia integral con carácter urgente. Un promedio de diez mujeres muertas al día y un 90% de casos impunes son unas cifras tan espeluznantes que el Gobierno debe reaccionar de inmediato con medidas efectivas que atajen esta sangría. Pero el presidente del Gobierno se limita a expresar “con toda el alma” su “deseo de que se reduzca la violencia y que no se agreda a las mujeres”.
“El clamor de los ciudadanos pidiendo al Gobierno que actúe es abrumador. Frente a ello, todo lo que ha ofrecido en las últimas conferencias matutinas el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido un catálogo de ignorancia sobre la violencia de género, un asunto harto estudiado y donde es fácil fijarse en la experiencia de otros países más avanzados en esta materia.”
En palabras del propio López Obrador, eso “lo calentó”, por lo que recurrió a la única herramienta que tiene: la descalificación, acusando sin pruebas que el medio ibérico guardó silencio cuando empresas españolas hicieron grandes negocios en México. Pero eso no modifica la realidad. Su discurso se agota.
La brutalidad y la cobertura mediática de los homicidios de Ingrid y la pequeña Fátima han logrado movilizar a la sociedad civil como no se había visto en los últimos años; una vez que prácticamente el único franquiciatario de la marcha y la plaza pública llegó el poder, la sociedad mexicana había permanecido relativamente en calma. Ahora la movilidad social ha surgido de donde un gobierno misógino menos lo esperaba: de las mujeres.
Con la consigna de que “el 9 nadie se mueve”, diversos grupos de activistas lanzaron una convocatoria en redes sociales para realizar un paro nacional el próximo 9 de marzo para que esa fecha sea #Undiasinmujeres. Este paro consiste en que las mujeres y las niñas no salgan a la calle, no compren nada, que las niñas no vayan a la escuela, que las maestras no asistan a dar clases y que las mujeres trabajadoras no asistan a sus empleos.
La Universidad Veracruzana y su rectora han confirmado que se unen al paro nacional. Hoy todos son feministas. ¿Se atreverá el Presidente a confrontar sus 30 millones de votos –muchos de ellos de mujeres- contra un movimiento nacional de esta dimensión? Sería suicida.
El Estado ha sido rebasado por completo por la violencia y la delincuencia, particularmente en contra de las mujeres; harta de eso, está por ser rebasado por la sociedad a la que no supo defender. Es posible que estemos presenciando el nacimiento de nuestra propia primavera verde.
El próximo lunes 9 de marzo, mis hijas tampoco irán a la escuela.
Las del estribo…
- Después de la luna de miel, empieza a surgir el matrimonio forzado entre el anterior y la actual presidenta del Tribunal Superior de Justicia. Tras algunas semanas de ausencia, Sofía Martínez Huerta requirió por escrito la presencia de su antecesor –amenazando incluso con dar vista al Congreso-, lo que provocó el enfado del magistrado Álvarez Peña, exigiendo respeto a su investidura. Como en la escuelita, en el Tribunal ya pasan lista de asistencia muy temprano.
- “A la próxima preguntan más del campo”, reclamó visiblemente molesto el titular de la Sedarpa, Eduardo Cadena Cerón, al ser cuestionado sobre los secuestros y extorsiones que sufren los productores veracruzanos. Tiene razón, no es su tema, pero pues del campo sabe todavía menos. Por eso decidió la compra de 13 camionetas de lujo para ir a conocerlo.