Hay un Body and Soul de Claudio Roditi que no tiene perdón de Dios (porque Dios no perdona estas cosas). El trompetista brasileño, en complicidad con tres paisanos suyos: el pianista Helio Alves, el bajista Leonardo Cioglia y el baterista Duduka da Fonseca, logra que feeling y saudade se imbriquen de tal manera, que de tal maridaje brote una voz absolutamente personal. Pero si uno escucha a Claudio Roditi con Tito Puente o con Paquito D´Rivera, puede pensar que es cubano. Y si lo ve tocando samba, no dubita de que se encuentra ante un carioca. En alguna entrevista, el trompetista venezolano Noel Mijares dijo que el sonido personal de cada músico es como su huella digital, algo único que lo identifica y lo diferencia de todos los demás. El sonido de Claudio Roditi lo confirma, un músico brasileño que creció escuchando por igual la bossa nova y el jazz, y que con esa amalgama configuró su huella digital.
«El primer instrumento que toqué fue la mesa de nuestra casa —le comentó Roditi a Marian McPartland en el programa Piano Jazz—. Luego le pedí a mi padre que me trajera un juego de bongós, así que ese fue el primer instrumento que tuve». «A los seis años—anota Nate Chinen en el portal WBGO— ya estaba tomando lecciones de piano con el primo de su madre; unos años más tarde vio una trompeta en una sala de la banda en Varginha y ‹fue amor a primera vista›».
Alguna vez me dijo Édgar Dorantes que si quieres ver leones, tienes que ir a la selva; si quieres ver ballenas, tienes que ir al mar: si quieres escuchar jazz, tienes que ir a Nueva York. Claudio Roditi quería estudiar jazz y acudió al lugar en el que estaba, en 1970 se fue a Boston para estudiar en Berklee College of Music. Cuando terminó sus estudios, quería tocar jazz y dio el paso siguiente, en 1976 se fue a Nueva York, esa jungla jazzera en la que solo sobreviven los mejor dotados. Y Roditi lo logró, pronto logró los méritos suficientes para ser invitado a tocar con músicos tan importantes como Joe Henderson, Charlie Rouse, Herbie Mann, Tito Puente, McCoy Tyner y Paquito D’Rivera, con el que colaboró de forma regular durante mucho tiempo. En 1989, Dizzy Gillespie lo integró a la United Nations Orchestra.
Después formó sus propias agrupaciones, grabó una extensa discografía como líder y como sideman, forjó una gran carrera. Fue un gran músico y un hombre cálido y carismático, Paquito D’Rivera declaró a WGBO: «Decir que era muy especial es redundante, porque todos lo amaban mucho. Era un original sin siquiera intentarlo».
«Roditi —continúa Chinen— fue celebrado por su fluida síntesis musical de bebop y música brasileña, como lo demuestra el título de su álbum de 1994 Jazz Turns Samba. Pero era experto en una amplia gama de escenarios, desde post-bop hasta mambo afrocubano y música sinfónica. Su forma de tocar combinaba el dominio del vocabulario de la trompeta del jazz moderno, los dialectos de Clifford Brown y Lee Morgan, entre otros, con la esencia de la saudade, una expresión claramente brasileña de anhelo melancólico».
En El Puente, crónica contenida en El equipaje del viajero, José Saramago dice: «Este día ha venido al mundo por error. Había una promesa en él, pero alguien se desdijo y perjuró». Lo mismo sucedió el fin de semana pasado. El domingo 18, como comenté ayer, murió Jimmy Heath (ver: Murió Jimmy Heath, descanse en jazz). El sábado 17, en la página de la plataforma GoFundMe abierta para solicitar apoyo para el tratamiento de cáncer de próstata que aquejaba a Claudio Roditi, su esposa escribió:
«Querida familia y amigos de todo el mundo:
«Con gran tristeza, anuncio el fallecimiento de mi amado esposo, Claudio Roditi, el viernes por la noche, 17 de enero de 2020. Fue un esposo amoroso y el mejor amigo para mí durante 45 años, aunque nunca perdí de vista el hermoso hecho de que la música, particularmente el jazz, fue su primer amor.
«Estoy segura de que la mayoría de ustedes saben que en los últimos tres años Claudio estuvo lidiando con cáncer. No le gustaba el concepto de ‹combatir› o ‹luchar› contra el cáncer. Lo aceptó y sintió que era más como algo con lo que solo estaba tratando de vivir. Su actitud optimista y valiente permaneció con él durante su viaje con esta enfermedad hasta el final, que fue en casa, conmigo y muy pacífico. Fue una partida relajada».
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