En 1995, la cadena de televisión chilena ARTV creó el programa La belleza de pensar. El conductor era el poeta y docente chileno Cristián Warnken y el formato consistía en largas entrevistas a personalidades de los mundos artístico y científico. Uno de los invitados de 1999 fue Carlos Monsiváis. A lo largo de la hora que duraba el programa, Monsiváis esgrimió su erudición, humor y memoria para abordar los varios temas que propuso el entrevistador, hacia el final hablaron de las migraciones culturales y, especialmente, del cine.
Warnken
—Hablemos de las migraciones culturales; en otro capítulo de tu libro, tú hablas de diferentes migraciones y entre ellas ubicas a la televisión y las migraciones tramitadas por la tecnología. Somos un continente de emigración e inmigración.
Monsiváis
—Ahí me hizo falta Internet, no lo había vivido y gozado tanto como ahora. Yo creo que el siglo XX fue un siglo de migraciones, pienso que éste va a ser todavía más acentuado. Pienso en la migración de afganos, en este momento, a Pakistán y [en] los pequeños obstáculos que encuentran para hacerlo; y que las migraciones culturales son las que han determinado, en muchos sentidos, la posibilidad de los países de no ahogarse en sus estructuras opresivas. Sin el cine, la vida rural, agraria, en América Latina hubiese sido simplemente la demolición.
Warnken
—¿Que fue más importante, el cine o la radio?
Monsiváis
—El cine porque, como te dije, ha sido la gran profecía de los comportamientos, los que veían en Boyacá o en Valparaíso o en Guadalajara cómo se comportaban en Nueva York, estaban, de alguna manera, asomándose a una forma de máquina del tiempo que los nulificaba por contraste pero les permitía el asomo de la utopía y eso era extraordinario. Y yo creo que la migración cultural que despierta el cine persiste porque, además, ahora los jóvenes lo ven para afinar su comportamiento posible, dígase lo que se diga, eso hacen; y ve, por ejemplo, algo que me tiene muy obseso, la influencia del film noir en la literatura latinoamericana de hoy.
Warnken
—A ver, algunos ejemplos.
Monsiváis
—Las grandes películas del film noir: Los asesinos o Tener y no tener o El gran sueño, etcétera; todas esas visiones de las ciudades como la pesadilla vivificante, el uso de la fotografía para marcar las transiciones del bien al mal, del regreso, los personajes tenebrosos de las rubias flamígeras que solo traen en su maletín la bomba atómica; todo eso creo que ha sido muy benéfico para esta novela de violencia, pienso en Rubem Fonseca, por ejemplo, en Brasil o en muchos autores que entienden ahora la importancia del montaje de un modo que no se había dado antes del film noir… y de la iluminación que, en este caso, es la descripción.
Warnken
—Ahora, ¿porque no se han dado?… tú afirmas que no se ha dado bien el cine negro en Latinoamérica, ¿cuál es la explicación de eso? Ni el cine negro, ni el western
Monsiváis
—El western, porque ha sido un fracaso; lo que le llaman el «western enchilada» es una cosa ridícula, cuando tú ves un pueblo que está construido en los estudios de la manera más premiosa, ves que van a disputarse el duelo y bostezan los espectadores, bostezan los extras, bosteza el proyeccionista… Creo que no se ha dado el film noir porque… empieza a darse porque se ha roto ya la sacralidad del poder, el film noir exige que tú sepas de antemano que el jefe de policía es corrupto, que los policías que están interrogando están al servicio del criminal. Al romperse cualquier idea de sacralidad del poder, pueden funcionar todos estos géneros en cine, ha habido una liberación temática en el cine, notable.
Warnken
—En cambio, el humor sí se da y tú citas el ejemplo de Cantinflas, de su no decir.
Monsiváis
—Cantinflas es una aportación genial al principio…
Warnken
—¿Es un genio al nivel de Chaplin?
Monsiváis
—No, es otra cosa
Warnken
—¿Cuál es la diferencia, a ver?
Monsiváis
—Aunque sea corporalmente extraordinario, Cantinflas tiene límites muy precisos, jamás hubiera hecho una película como Monsieur Verdoux, esa gloria del cine, o jamás hubiera hecho Tiempos Modernos porque exigía una racionalidad y una comprensión, aunque sea esquemática, del mundo contemporáneo que nunca tuvo; pero la idea de que el idioma es una trampa para tu interlocutor, eso me parece notable; Cantinflas no habla, le pone trampas al interlocutor para que se vaya precipitando, es un constructor de abismos instantáneos que le lanza a la gente que no entiende lo que está diciendo y que se precipita.
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