«El sadomasoquismo forma parte del hombre.
Existía en la época de Sade y hoy, pero esto
no es lo que me interesa. Me importa el sentido
real del sexo en mi película que es una metáfora
de la relación entre poder y sumisión.
Todo el razonamiento de Sade,
el sadomasoquismo de Sade, tiene una función
muy específica y clara, la de representar
lo que el poder hace del cuerpo humano;
el desprecio al cuerpo humano (…),
la anulación de la personalidad del otro».
[Declaraciones de Pasolini en el documental
Salò d’hier à aujourd’hui (2002)].

En la segunda sesión del Ciclo de Cine Gay del Kinoclub del Ágora de la Ciudad, se exhibirá Saló o los 120 días de Sodoma, la película de 1975 que acaso le costó la vida a su realizador, Pier Paolo Pasolini.

Saló es una de las películas más controvertidas —si no la más— de la historia del cine. Una cinta —basada en la novela Los 120 días de Sodoma o la escuela de libertinaje, del marqués de Sade— que expone con crudeza inaudita la podredumbre humana.

La historia está dividida en cuatro círculos dantescos —Anteinfierno, Círculo de las manías, Círculo de la mierda y Círculo de la sangre—, y se desarrolla en una suntuosa mansión ubicada en la República de Saló, en la que se reúnen cuatro personajes siniestros que representan los poderes: el Presidente, el Duque, el Obispo y el Magistrado. Para unir sus destinos para siempre, acuerdan intercambiar a sus hijas y casarse, cada uno, con la que le fue entregada.

En el interior de la mansión practican una serie de rituales que elevan la abyección al más alto nivel posible. Las aberraciones avanzan en crescendo. En el primer círculo —Anteinfierno—, dieciocho adolescentes de ambos sexos son secuestrados y conducidos a la mansión. En el segundo —Círculo de las manías—, en un lujoso salón, una arpía narra historias procaces, acompañada de una pianista, para excitar a los perversos. Los jóvenes los rodean con actitud de sumisión, dispuestos a satisfacer sus perversiones sexuales. En otra escena, los jóvenes desnudos, atados con correas y collares de perro, son obligados a comer del piso. A una de las chicas se le entrega un pan lleno de clavos que le hieren la boca. «Lo primero —afirma Javier G. Trigales en una reseña de la película— es matar el espíritu humano. Más tarde se encargarán del cuerpo».

El tercero de los círculos —Círculo de la mierda— llega al clímax de la humillación y el sometimiento. Los jóvenes son convidados a una elegantísima cena cuyo platillo gourmet —que son obligados a ingerir— es un bocadillo de heces fecales.

El cuarto círculo —Círculo de la sangre— es el climax de la atrocidad. La brutalidad lo sobrepasa todo. Sobrevienen las torturas crudelísimas y los asesinatos. Muchos de los jóvenes cautivos, cito a Trigales, son «marcados como ganado, quemados, arrancado el cuero cabelludo, descuartizados bajo un sol abrasador en la escena más desasosegante y cruel jamás filmada. De fondo, dos de los ayudantes de los monstruosos señores, bailan un vals. No hay remordimientos. No hay catarsis. No hay salida».

«El ser humano es capaz de lo peor —concluye la reseña—, y eso no es ser pesimista, sino realista. Desgraciadamente la historia ha dado ejemplos sobrados de lo último. La lección —brutal— de Pasolini es ésta: que jamás vuelva a existir en ningún momento, en ningún país, en ningún régimen político, sea del signo que sea, una posición de poder tal que pueda disponer de la vida de otros seres humanos a su antojo. Jamás debe volver a pasar. Esta película quiere (y debe) funcionar como revulsivo para los espectadores. Nunca deben darse las circunstancias para otro nazismo. Aquí no disponemos de ningún héroe, de ningún ‹Schindler›. El que quiera ver, que lo vea, que no le ciegue la mierda. Nunca más la veré. Pero hay que saber. Para no repetir la historia. Como una señal de peligro, como una baliza con una leyenda que ponga: ‹recordad a Pasolini. Recordad Saló›».

La película se exhibirá en el auditorio del Ágora de la Ciudad el miércoles 11 a las 19:00 horas. Entrada libre.

 

 

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