Si Andrés Manuel López Obrador hubiera perdido la elección, el país estaría mucho mejor de lo que está ahora; y no por las capacidades de los otros aspirantes presidenciales –algo que quedará en el terreno de la suposición-, sino porque el eterno opositor al régimen no hubiera permitido muchas de las cosas que ha hecho él mismo.
Por ejemplo, la plaza de Mexicali llevaría semanas tomada por las hordas morenistas que se opondrían a la ampliación de mandato, como seguramente lo hubieran hecho en Veracruz si a Miguel Ángel Yunes se le hubiera ocurrido semejante atrocidad. El Congreso seguiría tomado por decenas de protestantes luego de que aprobara la revocación de mandato, lo que el tabasqueño hubiera interpretado como una provocación y un atentado a la democracia.
Habría una denuncia constante en contra del presidencialismo imperial que lo mismo impone a la ombudsman, intenta modificar la estructura del INE o busca someter la autonomía de poderes e instituciones. Seguramente celebraría a rabiar que el INE haya citado a declarar al Presidente como testigo y fustigaría el uso de una obscena mayoría legislativa en el Congreso que sólo sirven de empleados del mandatario.
Jamás hubiera dejado pasar –como no lo hizo en el pasado- el nombramiento de un Fiscal de la República que haya sido empleado del Presidente en turno. Todos los días, en cada mitin, el tabasqueño haría un recuento de las muertes y el dolor que ha dejado la violencia, en el que será el peor año de la historia. Habría fustigado los nombramientos y señalado los excesos en el Conacyt, el Coneval o en tantas otras áreas.
También habría dicho, una y otra vez, que el crecimiento cero de la economía era el ejemplo del fracaso del modelo económico; que los tecnócratas de Hacienda se habían equivocado y que el país se enfilaba a una crisis económica similar a la de los años setenta. Todo eso sería irrefutable.
Si el nuevo gobierno hubiera pedido nuevos préstamos al Fondo Monetario y se estuviera endeudando en los niveles en que lo está haciendo, acusaría al Presidente de ladrón y de ineficiente, de estar empeñando al país y de servir a los intereses del capital extranjero. Que en lugar de pagar millones de dólares en réditos, ese dinero se debía usar para reactivar el campo.
Andrés Manuel jamás hubiera permitido que el presupuesto se utilizara de manera abierta para que el PRIAN comprara votos a través de programas sociales. Y repetiría, con las pruebas en las manos, lo que dijo alguna vez: el PRI ya no hace fraudes robando urnas o quemando actas. Ahora lo hace utilizando el presupuesto en programas sociales para comprar la voluntad de la gente.
Con su movimiento, habría obligado al Presidente en turno a tener una actitud más digna frente a los Estados Unidos. Les diría que “vayámonos respetando” y que México pondría en su lugar a los gringos ante cualquier intento de injerencia en la política interior.
Pero sobre todo, mantendría plantones permanentes para que no se realizaran obras absurdas por inviables como el aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya o la Refinería de Dos Bocas. Habría acusado ante instancias internacionales que estos proyectos carecen de estudios técnicos y de impacto ambiental, y que sólo se habían realizado para hacer grandes negocios entre un pequeño círculo de allegados del Presidente.
Una y otra vez se pararía frente a una estación de gasolina para restregarle en la cara al gobierno que la gasolina no ha bajado; volvería a movilizar a sus huestes para que no pagaran los recibos de luz, producto de la corrupción de un director de la CFE que representa los intereses más oscuros del pasado.
Además, acusaría de criminal al gobierno por quitarle recursos a los Institutos Nacionales de salud o por no abastecer medicinas suficientes, principalmente los fármacos para combatir el cáncer infantil. El escándalo habría sido de dimensiones bíblicas. ¡Cuánta falta nos haces Andrés Manuel!
Es urgente que López Obrador vuelva a las calles y a las plazas; que vuelva a enardecer la indignación de la gente y que ponga en jaque cada insensata acción del gobierno en turno. Que desacredite aunque sea mentira, que injurie para mantener nervioso al poder.
Lástima que no podemos, porque hoy Andrés Manuel es el Presidente y todo eso es precisamente lo que ha hecho.
Las del estribo…
1. Me voy, me voy, pero no me voy. Tras una centelleante sesión del Consejo de la Judicatura, el Presidente del Tribunal Superior de Justicia, Edel Álvarez Peña aprovechó para tener un encuentro con los representantes de los medios. Dijo que no ha decidido si se reelige, que pase lo que pase no se retira del servicio público y que no hay pendientes en el TSJE. Llamó la atención la buena empatía con un gremio tan lastimado, algo de lo que no goza ningún personaje de la 4T aldeana. Buena parte de la culpa la tienen Iresine y Carlos.2. Si antes las comparecencias eran pasarelas políticas de miembros del gabinete con aspiraciones electorales, ahora se han convertido en un lastimoso vodevil en el que los funcionarios van a dibujar una realidad que sólo existe en su inexperta imaginación. Reducción de la pobreza, obras por doquier, incremento del turismo; son tan ingenuos que ellos mismos lo creen.