Como bien sabes lector, el jueves anterior cientos de sicarios al mando de Ovidio Guzmán López, hijo del Chapo Guzmán humillaron, derrotaron y pusieron en ridículo mundial al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador y al propio AMLO.
Elementos del Ejército detuvieron a Ovidio en Culiacán con lo que se desató un infierno. López Obrador ordenó que lo pusieran en libertad y a partir de ese momento quedó marcado para siempre como el presidente que entregó una ciudad a los criminales. Pero su argumento de que actuó así para evitar una matanza, ha partido en dos a la nación.
¿Qué salió mal en el operativo? Todo.
Sólo a principiantes se les ocurre mandar a 35 soldados a la cuna del Cártel de Sinaloa, en hora pico, a detener a uno de los hijos del narcotraficante más peligroso y letal del mundo.
Una vez detenido Ovidio, se puso en marcha un plan de rescate donde participaron al menos setecientos sicarios que quién sabe de dónde carajos salieron, pero que en cuestión de minutos sellaron las entradas de la ciudad, rafaguearon comercios, incendiaron autobuses, atacaron instalaciones del Ejército, la Fiscalía y las policías estatal y municipal; privaron de su libertad a familiares de militares, liberaron a 51 presos y provocaron cinco horas de horror inenarrable con un saldo de ocho muertos y 16 heridos.
Entre los muertos figura Alfredo González, soldado de Infantería de 26 años que era originario de Tierra Blanca.
Analistas aseguran que al doblegarse como lo hizo, López Obrador perdió en cuestión de minutos la autoridad moral con la que llegó a la presidencia. Otros dicen que la crisis de Culiacán es un hecho sin precedentes que marcará el antes y el después de la 4T.
Ignoro si es el antes o el después, lo que sí es verdad es que ese jueves la 4T hizo ¡crack! Y por lo que se advierte, más que grieta aquello es un enorme boquete que no se restañará con choros retóricos ni predicaciones.
El operativo diseñado por el gabinete de seguridad cuyos elementos (y no los soldados) deben ser investigados y corridos, mostró algo que no se quería creer: que los delincuentes se han adueñado de ciudades y por supuesto tienen permiso para delinquir en un México muy parecido a un Estado fallido.
Más allá de si se tuvo que actuar de esa manera para evitar una masacre, quedó en el imaginario colectivo la idea de que López Obrador es un presidente al que le faltaron tamaños para enfrentar el problema. Pero soberbio como es, desdeña el costo político por pagar y se envalentona:
“No nos importa que los conservadores, que los autoritarios quieran que se gobierne de otra manera, ya ellos lo hicieron y no dio resultados, al contrario, enlutaron a México y lo convirtieron en un cementerio. Esa estrategia de enfrentar la violencia con la violencia nunca más… jamás vamos a reprimir al pueblo de México”, dijo este domingo en Oaxaca.
Sólo que la realidad dice otra cosa. También este domingo el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, dio a conocer que en el acumulado de diciembre de 2018 a septiembre de 2019 se contabilizaron 29 mil 629 asesinatos y feminicidios. La cifra más alta de violencia homicida de la que se tenga registro en un inicio de sexenio. ¿Acaso esa cantidad no llena un cementerio; el primero de su administración?
Pero Andrés Manuel no ve esos muertos y pontifica: “La doctrina de mi gobierno es la hermandad, la no violencia, el amor al prójimo”.
Alguien debería decirle que 30 millones de mexicanos votaron por él para que gobierne y no para que catequice con sus prédicas mesiánicas.
El sábado, dijo también en Oaxaca: “No estaría hoy como estoy ahora o como están en Culiacán, como estamos el pueblo de México, con esta tranquilidad espiritual, porque quién sabe cuántos hubiesen perdido la vida el jueves. No, no somos dictadores, no somos tiranos, nosotros vamos siempre a respetar la vida de los seres humanos”.
Es evidente que al señor ya se le van las cabras al monte. ¿A qué tranquilidad espiritual se refiere? ¿Quién puede tener tranquilidad cuando en este gobierno (el suyo), se han contabilizado casi 30 mil asesinatos y es considerado el más violento del que se tenga memoria?
Esta semana que pasó (sin duda la más negra de su administración en cuestión de seguridad) estallaron balaceras en Aguililla, Iguala, Acámbaro, Nuevo Laredo y Culiacán. Es decir, la guerra del narco está desatada porque no la han podido detener los fuchi, los guácala, los abrazos ni las mamacitas de los delincuentes.
Pero al parecer López Obrador no ha dimensionado el asunto. Arropado con la cobija de la popularidad que aún lo cubre, no se ha dado cuenta del barril de trinitrotolueno en el que está sentado.
Por donde se le mire Culiacán fue un paso en falso, otro más y corre el riesgo de entrar en la historia de México por la puerta que da al retrete.
Pobre hombre, pero sobre todo, pobre México.