En el jazz, codo a codo, Patricia «Pilla» Reyes y Ciro Liberato son mucho más que dos, son los artífices de un sonido en el que el jazz, la música tradicional mexicana, la paisajística sonora de la selva y algunos otros contaminantes como el rock, las voces que transfigura la electrónica y demás vericuetos cibernéticos, se confabulan para tomar por asalto los sentidos. Pero Pilla también ha sido contagiada por las músicas que fue sembrando la negritud en esta nuestra Latinoamérica tan diversa y tan la misma, y desde hace una década ha neceado con el taller-ensamble Intermitente. Pero Pilla también tiene una voz individual, la que dice sus cosas más íntimas. Sobre esos tres vértices del triángulo equilátero que es la pianista, platiqué con ella la semana pasada.
«Nací en Texcoco, Estado de México, pero creo que ya es el lugar en donde menos he estado, sin embargo es un lugar clave para mí por varias razones, una es que está lleno de bandas de música, se escucha música por todos lados. En algún momento nos tuvimos que ir de ahí, pero mi madre tenía que hacer muchas diligencias e íbamos muy seguido, entonces, estuve rodeada de bandas musicales todo el tiempo.
«Soy la más chica de cinco hermanos, el más grande era contrabajista, estudió en el Conservatorio [Nacional de Música], entonces creo que la influencia más fuerte vino de ahí. Él tenía uno de esos grupos de la onda grupera de los ochenta, yo estaba muy chiquita pero tenía mucha inquietud por aprender y conocer la música, él necesitaba un tecladista y me enseñaba de manera oral, y yo tocaba en el grupo.
«Mi hermano me insistía en que me metiera a estudiar, hice mi examen al Conservatorio y entré a los catorce años. Ahí empezaron los dilemas —ahora es diferente pero antes era un poco más complicado— de tener una vida fuera del conservatorio —la de la música popular, que fue la que vivimos— y tener una vida dentro, además estaba la carga de que dedicarse a la música de afuera no era lo mejor, entonces estuve solamente cinco años ahí.
«Cuando me fui a la Ciudad de México empecé a tocar mucho, principalmente con músicos dominicanos, y mi interés por el jazz vino por unos discos que me regalaron, uno de Papo Lucca y otro de Eddie Palmieri. Como yo tocaba mucha música caribeña, decía ¡wow, qué es esto!, es como salsa pero sin voz (risas). Un día, un amigo trompetista, Fernando Castañeda, con el que tocaba en uno de esos grupos, me invitó a su recital de la [Escuela] Superior [de Música]. Él tocó en una big band pero antes de ellos se presentó un ensamble de jazz latino y dije esto es lo que he estado oyendo en los discos de Palmieri y de Papo Lucca, esto es lo que hacen.
«Tocó mi amigo y al final me acerqué y le pregunté qué se necesitaba para entrar a la Superior. Estaba con el maestro Francisco Téllez y él, con su estilo siempre retórico y rápido porque andaba bien activo en todo, me dijo que en ese momento estaba abierta la convocatoria, que fuera a pedir los informes. Hice los trámites en dos semanas, presenté el examen y me quedé.
«Muchas cosas me han cambiado la vida respecto a la música, pero creo que la Superior es una muy importante para mí. Francisco Téllez fue clave en muchas cosas de mi desarrollo, y también todas las masterclass que tuvimos ahí. A los 22 años yo no conocía a Charlie Parker, la Superior fue la entrada a un mundo totalmente nuevo para mí, y casi abandoné todo lo demás por dedicarme a estudiar esta música.
«Terminé los cuatro años de la Superior y me fui a San Cristóbal de las Casas, Chiapas, con Fernando, mi amigo trompetista, y con Ciro Liberato, y ahí empezamos un proyecto al que le pusimos Ameneyro.
«Llegamos a San Cristóbal de las Casas en el año 2000, cuando el pueblo estaba puesto en el mapa del mundo por lo del del 94. Había mucho movimiento, mucho activismo, pero no había un movimiento musical, solo se escuchaba reggae y ska. Decidimos quedarnos e hicimos talleres altruistas con los músicos locales, que son los que ahora hacen la escena de jazz ahí. Hacíamos los talleres en casa, levantábamos el colchón, poníamos el pizarrón y dábamos clases a los chavos. Cuando empezó a crecer el pueblo y hubo más lugares para la música, fue muy bonito y muy satisfactorio verlos tocar a Miles Davis, verlos tocar los standards y otras cosas, en ese sentido, para nosotros fue clave nuestro paso por Chiapas.
«En 2005, Ciro y yo entramos a dar clases a la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas y estuvimos ahí diez años como docentes. Se quería abrir una licenciatura en jazz en la Universidad, hablamos con el maestro Téllez y generosamente nos regaló el plan de estudios para que eso sucediera, lo único que hicimos nosotros fue entregarlo para que se abriera la licenciatura en jazz en la Unicach.
«Fernando se regresó a Ciudad de México pero Ciro y yo nos quedamos dieciséis años y seguimos con el proyecto, crecimos muchísimo porque fue, más bien, buscar todo el tiempo el proceso creativo para hacer música original. Ese proyecto lo dirige un poco más el maestro Ciro Liberato y él tiene una influencia muy grande de las tradiciones mexicanas en general, pero la música es especialmente importante porque sus papás eran bailarines, entonces su forma de componer, inevitablemente, tiene un rasgo de identidad, casi podría asegurarte que sus composiciones no son swing, no son el estilo Nueva York sino que le salen de manera natural, además de que el conocimiento es muy vasto, yo he aprendido mucho de los ritmos de todo el país porque compone con base en ellos.
«En Chiapas hicimos cuatro discos: Hecho en Sancris en 2001, Tele-visión en 2004, Doncella en 2008 y École cua en 2012. Todos son importantes para nosotros, pero más Doncella porque nos llevó a muchas partes del mundo y a países donde ni siquiera hablan nuestro idioma, como Alemania. El disco fue muy bien recibido y para nosotros fue un halago muy grande que nos dijeran que sonaba mexicano, en Alemania nos dijeron que lo que querían escuchar era México porque que a veces llegan proyectos mexicanos que suenan a fusión y allá, cinco veces al año llegan proyectos de fusión de Nueva York. Nos llamó mucho la atención que, en muchos casos, lo que quieren escuchar afuera es a México, entonces hemos seguido trabajando sobre eso
«Desde hace tres años radicamos en Guadalajara y nos dedicamos a los mismo, a tocar y a dar clases. El año pasado hicimos un quinto disco, Cartografía Mexicana, es el primer disco que hacemos afuera de Chiapas.
«Además de Ameneyro, en Chiapas inicié un ensamble que se llama Intermitente, pero nunca lo he planteado como una banda sino más bien como un taller de estudio de las músicas latinas. Siempre me gustaron las músicas afrocaribeñas y ahora me ha interesado mucho la música de Perú negro, de Colombia, entonces cuando llegué a Guadalajara retomé el taller para estudiar las músicas afro. Ponemos temas que son, más bien, retos para estudiar. Al ser una ciudad más grande, ya hay metales —Chiapas no es tierra de metales— y estoy feliz de hacer un ensamble más grande. Tengo dos años con ellos y estamos por grabar el próximo año. Hay músicos de Panamá, a veces se unen unos colombianos, a veces un venezolano, pero básicamente es Panamá y México. Uno de los panameños, Jossue Acevedo, habla mucho de las músicas de su tierra, de sus sistemas de enseñanza, de su formación en la Fundación Danilo Pérez, entonces, es un taller de aprendizaje donde se desborda información por todos lados.
«Además de eso, en diciembre sale mi disco solista aquí en Guadalajara. Esos son los tres proyectos que tengo, aunque el que tiene más trayectoria y ha estado más activo es Ameneyro».
https://youtu.be/g8DKlaXqPz0
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