Los gobiernos de la Cuarta Transformación, tanto el federal como estatal, han introducido en el lenguaje de las nuevas políticas públicas, por obvias razones, las distinciones de cultura de paz para atender el problema público de las diferentes violencias que de pronto los mexicanos y las mexicanas estamos viviendo.
Los datos estadísticos oficiales y las noticias diarias en los medios nos muestran una realidad escalofriante para cualquier sociedad que se llame civilizada. Muchos de estos datos los hemos venido exponiendo y analizando en esta columna. Y, a pesar de todo ello, resulta que México es uno de los países mejor ubicados en el Reporte Mundial sobre Felicidad, https://worldhappiness.report/ .
El Reporte Mundial sobre Felicidad compara a 156 países en una encuesta global sobre qué tan felices se perciben sus ciudadanos. El Reporte de 2019 se enfoca en la relación entre individuos y su comunidad. Así, el reporte mide por ejemplo la calidad de gobierno y el promedio nacional de felicidad, también se pregunta sobre cómo la percepción de felicidad afecta en cómo las personas participan y votan, y finalmente analiza las conductas de generosidad y sociales.
En el ranking de felicidad, México se encuentra en el lugar 23. Los tres países con mayor ranking de felicidad fueron Finlandia (1), Dinamarca (2) y Noruega (3). Y los tres últimos fueron Afganistán (154), República Central de África (155) y Sudán del Sur (156).
De los países latinoamericanos sólo Costa Rica supera a México colocándose en el número 12 del ranking de felicidad para este periodo. El país de América Latina peor renqueado fue Venezuela en el lugar 108.
Las mediciones por rubros coloca a México en los lugares siguientes: 6 en afectos positivos, 40 en afectos negativos, 67 en soporte social, 71 en libertad, 87 en corrupción, 120 en generosidad, 57 en PIB per cápita, y 46 en expectativa de vida.
Parece anti-paradigmático que ocupemos el lugar 120 en generosidad. Los mexicanos no somos generosos, o en otras palabras, somos individualistas y egoístas, lo cual contrasta dramáticamente con nuestra autopercepción, y también con el otro rubro que nos coloca en el lugar 6 de afectos positivos. Es decir, los mexicanos y mexicanas somos afectuosos, pero no generosos; somos cariñosos y nos gusta la fiesta y el desmadre, pero no somos altruistas ni empáticos.
Recordemos que se trata de percepciones, por lo tanto este Reporte es sólo un retrato, pero finalmente algo refleja de nosotros mismos.
Cuando hablamos de convivencia, de cultura de paz, de creación de comunidad, estamos hablando de una forma de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con el entorno. Atender desde lo individual, familiar, social y comunitario, nuestras dificultades para la generosidad, la solidaridad y la empatía es una tarea urgente. Hacer intervenciones eficaces y pertinentes para aumentar nuestras competencias en estos rubros es algo en lo que deberemos enfocarnos para lograr otros resultados, para que además de ser afectuosos o cariñosos con los demás, también seamos empáticos, generosos, solidarios.
La prevención de la violencia está encaminada a enfrentar las problemáticas y procesos de descomposición social y familiar que abren la puerta a delitos y crímenes. Sin embargo, la cultura de paz va más allá, va a promover procesos colaborativos de transformación individual y comunitaria que se encaminan a una nueva forma de relacionarnos y de convivir.
Me preocupa que en el lenguaje desde el gobierno se empiece a hacer equivalentes o sinónimos estos procesos, por un lado el combate a la inseguridad pública, a la criminalidad y la prevención del delito, y por el otro, la promoción y labor para intervenciones sociales y comunitarias para generar nuevas formas de relacionarse entre las personas, las familias, las comunidades a partir de aprendizajes en nuevas competencias en el lenguaje, emocionales y relacionales.
Las artes, las actividades artísticas, la música, el teatro, la danza, etc., son herramientas o vías, entre otras, para lograr estos propósitos. La cultura de paz requiere de estos procesos culturales y artísticos para reconstruir nuestra convivencia comunitaria y familiar. Un ejemplo de ello es lo que se está promoviendo desde el gobierno en las jornadas sabatinas en todas las plazas centrales de los municipios de Veracruz.
México y Veracruz todavía son lugares donde podemos vivir felices, está en todas y todos nosotros hacer cambios educativos y culturales para aprender a convivir mejor, a ser más generosos, más solidarias y más empáticos, y no solamente más fiesteros.
Un programa de cultura de paz que se sume a este movimiento artístico y cultural sería una señal de entender que al arte y a las manifestaciones artísticas son parte de un programa de intervenciones genuinas de nuevos aprendizajes en cómo nos relacionamos, cómo nos hablamos, cómo resolvemos peticiones y ofertas, cómo hacemos y cumplimos compromisos, acuerdos y promesas, y cómo conversamos. Eso sí sería una muestra del área de cultura de paz que tanto se ha prometido y cacaraqueado, en medio de nuestra riqueza cultural y artística. Lo demás, la prevención del delito y el combate a las diversas violencias, vendrá por añadidura.
Además de los grandes eventos culturales y artísticos que acertadamente está promoviendo la Secretaría de Gobierno y la Secretaría de Turismo, ¿dónde están las actividades, talleres, intervenciones, acciones de cultura de paz? Ya no estamos hablando de investigaciones académicas, ni de revistas con bonitos artículos y portadas, ni de teorías, ni de clases, conferencias o conversatorios. Estamos hablando de intervenciones sociales con vocación de resultados en nuevas formas de ser, de resolver y de relacionarnos.
La cultura de paz no tiene otro fin que llevarnos a relacionarnos de mejor manera con nosotros mismos, con los demás y con el entorno, y mientras podamos lograr esto seguramente nos sentiremos más libres y más felices.