El número 111 de La Palabra y el Hombre (julio-septiembre de 1999) abre con un texto de Isabel Fraire llamado Volver al 68, seguido del poema 2 de octubre en un departamento del edificio Chihuahua. En el testimonio en prosa, la escritora regiomontana narra que durante el mitin, unos civiles que traían un guante blanco, pistola en mano obligaron a un numeroso grupo de jóvenes, entre los que estaba ella, a entrar al edificio Chihuahua. Entre la confusión, los habitantes del edificio abrían las puertas de sus departamentos para dar refugio a los estudiantes.

Había muchos en el departamento al que entró, solo recuerda a la dueña con su bebé en brazos y a un joven que reparaba el fregadero cuando fue alcanzado por una bala en la pierna «abriéndole un boquete circular y profundo de unos 15 centímetros de diámetro. Luego me explicaron que éste era el resultado de una bala expansiva. No recuerdo de dónde saqué un cinturón o algo semejante para amarrárselo arriba de la herida, como si eso pudiera hacer cesar la sangre que manaba. Entre el ruido de la granizada de balazos, se oían las jaculatorias y lamentos de la dueña de la casa que trataba de proteger al niño que gritaba en sus brazos».

La balacera duró horas, a las ocho y media o nueve de la noche, cuando aminoró, escucharon que golpeaban la puerta y exigían la abrieran, de no hacerlo, la derribarían a balazos. Alguien, a quien no identificó, «descorrió el cerrojo y abrió (…) Los oficiales, dos o tres o quizás más, estaban riéndose. Carcajeándose. Bromeando. Eso fue lo que más me heló la sangre en todo el episodio».

Los demás es lo que sabemos, detuvieron a mucha gente, la llevaron al Campo Militar número Uno. Ahí separaron hombres de mujeres. Tras tres días de reclusión fue sometida a un interrogatorio pero no fue torturada. En la madrugada las llevaron a un lugar desconocido y las dejaron ahí sin dinero para regresar a su casa.

«Hay mucho más que decir —concluye—, por supuesto. El 2 de octubre fue la culminación de un proceso que sacudió al país y en el cual ya había habido muchos muertos, pero fue también un despertar. El movimiento estudiantil desbordó con creces a los estudiantes y desbordó, desde luego, a la capital. Fue un intento de cambio pacífico y democrático que se estrelló contra la sordera de un sistema que, aún hoy, no ha cambiado mucho que digamos. Lo que se pedía era, fundamentalmente, que se respetara la Constitución. Lo que no se aceptaba era negociar tras bambalinas. Lo que se pedía era un diálogo abierto, público, no un entendimiento con los líderes al cual se pudiera arribar en secreto. Antes del 2 de octubre los estudiantes no tenían armas ni nunca las habían empuñado. Querían un cambio pacífico, sin sangre, por acuerdo común. Querían la verdad. El respeto a la ley de parte del gobierno. Eso era todo».

 

2 de octubre en un departamento del edificio Chihuahua

Isabel Fraire

Piel rota orilla incierta de piel rota
carne como la carne que le doy al gato
la sangre rezuma y chorrea en goteras
se ve el hueso

ancho y profundo boquete como plato sopero
alto en el muslo el tazón de carne cruda y sangre
cuerpo tendido en el piso en cuatro dedos de agua
«No es nada»
«¡Cómo que no es nada!
¿Te duele?»

«Nada, un rozón»
las balas atraviesan vidrios atraviesan puertas se
entierran en paredes
«¡Cuidado señora!» (tiene un niño en los brazos) «Métase
al baño, ahí está más segura»

los estampidos retumbando arrecian
«Agáchense» «Hasta abajo» «No se asomen, por Dios»
«¿Cómo te sientes?»
(La señora con su niño en brazos gritando) «¿Por qué siguen,
por qué siguen tirando?»
«Dios mío, Santa Virgen, que paren, ya no sigan…»
«Otra vez»

«Agáchense» «Baja la cabeza» «Dame la mano»
como mala película que no termina nunca

Diez días después los periódicos no hablan más que de la Olimpiada.

No fue nada, un rozón.

 

 

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