Cuando Louis Armstrong era niño, durante las celebraciones de la noche de fin de año en Nueva Orleans era común que gente, además de lanzar fuegos artificiales, disparara balas de salva. La última noche de 1911 o 1912, Louis tomó el revólver del novio en turno de su madre y salió a celebrar. En la calle, un niño le disparó una bala de salva y él le respondió, pese a que era un juego habitual fue aprehendido por un policía y encarcelado. Un par de días después, recibió una sentencia desproporcionada: fue enviado al Hogar para Niños Expósitos Negros por tiempo indefinido.

Paradójicamente, ese fue su primer hogar según se lee en la biografía de Louis Armstrong que escribió James Lincoln Collier:

«Durante sus primeros días en el hogar, Louis se sintió muy desdichado, pero luego se acostumbró rápidamente. En realidad, se aficionó a la disciplina. Nunca antes había conocido algún tipo de orden en su vida. Aunque limitadas, las comidas eran regulares, había zapatos en sus pies, tenía una cama donde dormir y horarios prefijados para acostarse y levantarse. Encontró, en el sentido preciso de la palabra, un hogar para él, y una vez que se hubo adaptado, no sintió ninguna prisa en abandonarlo.

«Algo de especial importancia en la historia de Armstrong, y por ende en la historia de la música, fue el hecho de que el Hogar Jones haya tenido una banda. Incluso después de que Louise recuperara la libertad, pasaron un par de años antes de que tuviera su propia trompeta. Si el Hogar de Niños Expósitos no hubiera puesto un instrumento en sus manos, es posible que hubiese llegado demasiado tarde a la música (…)

«El Hogar de Expósitos no sólo brindó a Armstrong su primer entrenamiento musical. Le mostró las posibilidades que había más allá de las calles del Storyville negro. Sólo entonces pudo ver que existía algo más que la vida inestable y fatigosa de las prostitutas, rufianes y jugadores de su antiguo vecindario, con toda su suciedad, violencia y enfermedades. Existía otra forma de ser».

No hay datos precisos para saber cuánto tiempo estuvo ahí, lo cierto es que cuando salió se fue involucrando en la música hasta convertirse en la gran estrella que todos conocemos. Suelo decir que Louis Armstrong es, sin duda alguna, el jazzista más conocido de todos los tiempos en el mundo entero, Lincoln Collier, en el mismo texto va mucho más lejos:

«Louis Armstrong fue una de la figuras más importantes en la música del siglo veinte. En realidad, podría decirse que la más importante de todas, pues produjo una renovación en el jazz y, como consecuencia, tuvo un efecto crítico sobre las distintas clases de música que derivaron de él: el rock y sus variantes; la música de televisión, cine y teatro; las melodías que resuenan interminablemente en nuestros oídos dentro de los supermercados, los elevadores, las fábricas y las oficinas; incluso de la música ‹clásica› de Copland, Milhaud, Poulenc, Honegger y otros. Sin Armstrong, nada de esto hubiera sido tal como es. Louis Armstrong fue el genio musical supremo de esta era».

Aunque no puede determinarse con precisión su fecha de nacimiento, muchos biógrafos coinciden en que fue el 4 de agosto de 1901. Asumamos como cierto el dato y celebremos, antes de que se termine el mes, su cumpleaños número 118 con tres de los muchos poemas que se le han escrito y, por su puesto, con su trompeta y su voz.

La trompeta

Ángel González

¡Qué hermoso era el sonido de la trompeta
cuando el músico contuvo el aliento
y el aire de todo el universo
entró por aquel tubo ya libre
de obstáculos!

Qué bello resultaba el estremecimiento
producido por el roce
de los huracanes contra el metal,
de los cálidos
vientos del Sur, y luego del helado
austral, que dio la vuelta al mundo.

El viento solano llegó lleno de luz
salpicando de sol y de verano.
El siroco dejó un poco de arena,
y el mistral
era casi silencio,
igual que los alisios.

Pero escuchad,
escuchad todavía
el ramalazo,
la poderosa ráfaga
deja
sobre la piel
la húmeda caricia del salitre

Un grito agudo interrumpió la melodía.

El artista, extrañado,
agitó su instrumento,
y cayó al suelo, yerta, rota,
una brillante y negra golondrina

 

Louis Armstrong

Hans Børli

Viejo, dulce Satchmo—
rostro como huellas de ruedas en la llanura,
como tierra y fosforescencia marina.
Llagas en los labios.
Sangre en la boquilla de latón. Siempre
ruge la tormenta de sol
en el agrietado árbol de tus pulmones. Siempre
huye un cuervo con alas de paloma
de tu garganta rota de cantar.

Nobody knows…

¿Ves todas esas manos blancas, Satchmo?
Aplauden.
Manos que pegaron, manos que ahorcaron, manos
que dividieron una dulce y creciente oscuridad
con la cruz en llamas del odio.
Ahora aplauden.
Y tú tocas, viejo. Cantas
el Lullaby del Uncle Satchmo. El sudor gotea, el pecho
jadea. Hay un sol clavado
en la resplandeciente boca de la trompeta.
Como el llanto en una garganta.

…the trouble I’ve seen

Cómo me ha hecho avergonzarme tu sonrisa llena de cicatrices
de mi propio rostro cerrado,
de mi genuflexión ante las sombras. Te pregunto:
¿De dónde sacas fuerzas para
tu rebelión sin odio? ¿Tu
resplandeciente tono de luz que
ilumina la noche de los negros? Contéstame
¿cómo ha de ser el dolor de grande…
cómo ha de ser el dolor de grande
para alimentar una alegría pura?

Y la trompeta contesta
desde la lejanía,
un humo de plata:
—Mississippi.

 

Latín y jazz

Gonzalo Rojas

Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de estas sílabas.

Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
¡Tánatos!

 

 

 



 

 

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