Todo empezó con una idea, un concepto, un papel perdido en una caja de zapatos: «Un niño toma un libro, se encuentra literalmente dentro de la historia y tiene problemas para salir». Una historia sin fin. O No.
Eso anotó Michael Ende, el gran autor alemán de literatura fantástica, cuando su editor se acercó a pedirle un nuevo proyecto. La idea germinó, fue aceptada, pero para llegar a su fin…, bueno, pasó mucho más tiempo del esperado a tal punto que el propio escritor se vio envuelto en un laberinto interminable, de borradores descartados, de presiones editoriales e incluso cuando el libro llegó al cine siguió despertando pasiones y le generó a Ende más de un dolor de cabeza y hoy, a 40 años de la publicación de la obra, a 35 del estreno del filme, Die unendliche Geschichte por su título original, sigue cosechando fanáticos, ya que la canción de la película es uno de los momentos más trascendentales e hipnóticos de la tercera temporada de Stranger Things. Aquí, su historia:
Sin ánimo de spoilers, el arco narrativo de La historia sin fin comprende a un niño huérfano, Bastian, que en una librería de usados se encuentra con una publicación de tapa llamativa con una imagen del estilo Wuivre, el ícono celta de las serpientes entrelazadas. En el relato, un niño cazador y también huérfano, Atreyu, debe salvar de una enfermedad mortal a La Emperatriz, otra niña, y así a su vez mantener viva la tierra de Fantasia. A medida que el niño avanza en la lectura queda en evidencia que su rol es mucho más importante, él también hace a la trama y no es solo un espectador. Por supuesto, en el medio surgen otra gama de personajes inolvidables, que van desde el dragón blanco Fújur o Falkor, quien amaba que le rasquen la oreja, o la hechicera Xayide.
Historia de una novela interminable
Cuando todo comenzó, en 1977, Ende ya era reconocido por la creación dos de sus personajes icónicos como Jim Botón y Momo, que además de ganar diferentes premios habían sido traducidos a más de 30 idiomas. El editor de la histórica Thienemann, Hansjörg Weitbrecht, aceptó la idea surgida de la caja de zapatos con la promesa de que antes de Navidad tendría la versión final de 100 páginas en su escritorio. No sucedió.
Al momento de sentarse a escribir, Ende, comentó alguna vez, tuvo el pavor de la página en blanco, pero multiplicado por cien. Y a las semanas ya sabía que como en un cuadro de Escher, cada puerta llevaba a lugares tan disímiles o al mismo punto de partida. «Esta historia literalmente ha explotado bajo mis manos», dijo el autor.
Así pasó 1978 sin novedades. El editor estaba desconcertado hasta que recibió una llamada: el libro de 100 páginas estaría para 1979, pero sería un poco más largo, por lo menos 200, aunque aún no estaba finalizado. Es que la novela ya era mucho más de lo que Ende había pensado a priori y se encontraba con un conflicto: el personaje de Bastian se negaba a salir de la tierra de Fantasia y él tenía el compromiso de liberarlo, de seguir escribiendo hasta que esa historia que parecía nunca acabar, finalmente lo hiciese.
Así, la publicación comenzó a postergarse mes a mes y Ende no conseguía cómo liberar al héroe. El relato se complejizaba a tal punto que su propio creador se sentía incapaz de realizarlo. Entonces, advirtió a su editor, que si no lograba sacar al niño, la obra no sería publicada.
conexión con la realidad. Aislado, apenas salía de su estudio, descartaba cada vez más páginas y, durante aquel invierno, la sensación de soledad se hizo aún más extrema cuando las temperaturas descendieron a menos de 10 grados, algo inusual para el lugar, y el hielo obstruyó las cañerías de las casas del pueblo. Allí, perdido en su maraña, cubierto por una serie de mantas para olvidar al frío que nunca terminaba, finalizó el último de los 26 capítulos de la obra, aunque -metafóricamente- no sería el definitivo.
La edición final contó con 420 páginas, un cuarto de lo que realmente había escrito, y fue un éxito inmediato de ventas. Eso sí, para Ende era mucho más que una historia orientada hacia los niños. En una entrevista con el español El país comentó: «Para llegar al paraíso, Dante, en su Divina comedia, comienza pasando por el infierno. (···) Para encontrar la realidad hay que hacer lo mismo: darle la espalda y pasar por lo fantástico. Ése es el recorrido que lleva a cabo el héroe de La historia sin fin. Para descubrirse, a sí mismo, Bastian debe primero abandonar el mundo real (donde nada tiene sentido) y penetrar en el país de lo fantástico, en el que, por el contrario, todo está cargado de significado. Sin embargo, hay siempre un riesgo cuando se realiza tal periplo; entre la realidad y lo fantástico existe, en efecto, un sutil equilibrio que no debe perturbarse: separado de lo real, lo fantástico pierde también su contenido».
En una entrevista con Der Spiegel, uno de los productores del filme Ulli Pfau -quien hizo un documental y un libro sobre el rodaje- comentó: «Luego de la filmación, las ventas de libros se dispararon de nuevo. ¡La novela no se pudo reimprimir el tiempo, no había papel suficiente!».
Pfau también recordó cómo en aquellos días las personas acampaban en el jardín de Ende en Italia, esperando tener una conversación con él, se había convertido en una especie de gurú literario. Sin embargo, ese cariño desapareció cuando el escritor vendió los derechos. Entonces, todos aquellos que amaban su obra, lo trataron de traidor, de bastardo. Ende comenzó a recibir amenazas por carta de manera diaria. Era, realmente, una historia interminable.
Un filme que marcó una época
Estrenada el 6 de abril de 1984 en Alemania, donde se realizó gran parte de la filmación, La historia sin fin se convirtió en poco tiempo en un éxito de taquilla. Con un presupuesto de 60 millones de marcos, fue una de las producciones teutonas más caras de la historia y eso que solo trata únicamente la primera mitad de la novela.
La producción del largometraje naufragó por un tiempo hasta el ingreso de los Estudios de Cine de Bavaria y sobre todo hasta que el productor Bernd Eichinger se hizo cargo del proyecto. La primera determinación fue la de eliminar el guion armado entre Ende y Wolfgang Petersen, quien dirigiría la cinta, al considerarlo «demasiado espiritual». Eichinger tenía un objetivo claro, que el producto tuviese calidad de importación y, sobre todo, en los Estados Unidos, ya que había firmado un acuerdo de distribución con la Warner. De hecho, cuenta la mitología, que el día que decidió generar estos cambios tan drásticos, Eichinger apareció en los estudios con una camiseta de Mickey Mouse. La película debía tener la capacidad de confundir al espectador con respecto a su producción, debía confundirse con una realizada por la factoría Disney.
Lógicamente, el resultado final no satisfizo para nada a Ende, que dijo que era «un gigantesco melodrama comercial a base de cursilería, peluche y plástico» y pidió quitar su nombre de los crédito iniciales, aunque sí aparece en los del final como autor de la novela.
Y la historia sigue siendo interminable
La película tuvo secuelas La historia sin fin II (1990), que si bien está centrada en la segunda parte del libro se encuentra lejos de la que inició la saga, y cuatro años después llegó la III, que si bien respeta a algunos de los personajes originales no lo hace así con la trama.
Otras adaptaciones incluyen una serie animada y otra, Tales from the Neverending Story, que se desarrolla en 13 episodios y que es la más cercana a las ideas de Ende. Incluso, llegó a tener una obra de ballet y ópera de corte dramático en Alemania, con partitura del prestigioso compositor Siegfried Matthus.
Una canción que regresa
Pero si de música se trata, sin dudas el soundtrack del filme de 1984, compuesto por Klaus Doldinger y Giorgio Moroder, es el que más ha permanecido en el inconsciente colectivo. De hecho, la canción principal, del mismo nombre, interpretada por el cantante pop británico Limahl -un caso de one hit wonder-, alcanzó el puesto cuatro de los ranking británicos y el número uno en ocho países.
Hoy, el tema vuelve a sonar gracias a Stranger Thing 3, la serie de ciencia ficción producida por Netflix enraizada en la década de los ’80. En una de sus escenas –spoiler alert– los personajes de Dustin (Gaten Matarazzo) y Suzie (Gabriella Pizzolo) entonan este ya himno en un momento crucial del desenlace, todo a través de un sistema de comunicación de radio.
«Pensamos en varias canciones que podrían cantar. En un punto iban a cantar la canción de los Ents de El Señor de los Anillos. Entonces pensamos, ‘Oh bueno, Amazon va a hacer El Señor de los Anillos así que probablemente no va a ir bien con Netflix’. Entonces creo que fue Curtis, nuestro guionista, quien pensó una idea mejor, que era la canción principal de La historia sin fin. Ciertamente, filmar esa secuencia, esa fue una de las cosas más divertidas que tuvimos en esta temporada. Fue tan genial», dijo Ross Duffer, uno de los creadores, en entrevista con Entertainment Weekly.
Y el público pensó -o sintió- lo mismo. Es que la escena se convirtió para muchos en el momento más alto del producto, a tal punto que tanto en twitter -donde hasta se pide que Netflix la incorpore a su catálogo- como en Spotify, la canción se convirtió en trending topic.
La historia sin fin es una de las piezas del cine que se inscribió en toda una vertiente de filmes de los ’80 en los que el imaginario se rodeaba de seres fantásticos creados a través de marionetas o animatronics, entre los que se encuentran El cristal encantado (1982) y Laberinto, con David Bowie (1986), Willow (1988) y que tiene puntos de contacos con los Gremlins (1984) e incluso con la bizarra comedia de terror Hobgoblins (1988), por nombrar algunas. Aunque son pocas, las que han resistido el paso del tiempo y que tienen, aún hoy en la era de los grandes efectos especiales, el poder de cautivar a las audiencias.
Infobae/Juan Batalla