Tuzampan, Municipio Coatepec, Ver. (AVC/Perla Sandoval) El llamado a misa rompió el silencio incómodo de un pueblo que despertó para acompañar el duelo de cuatro familias que este sábado debieron despedirse de sus seres amados.
La iglesia de San Juan Bautista recibió al pueblo que abarrotó no solo el recinto, sino el atrio y las calles aledañas al santuario.
Cuatro féretros frente al altar eran amorosamente cuidados por los deudos, y no era para menos, dentro estaban los restos de Miguel, José Manuel y Manuel, cuatro de los cinco asesinados en un ataque armado que descargó sobre sus cuerpos más de 90 casquillos de bala.
El sacerdote pidió a los presentes no aferrarse a la venganza, sino a la promesa de la resurrección como una forma de honrar la vida de los fallecidos.
«A los malvados te pedimos, Señor que los perdones y los llames a entregar su vida a ti», mientras los familiares de las víctimas, de pie intentaban sostenerse a pesar de las lágrimas.
Al salir los féretros tras la bendición del cura, la música de banda y los aplausos acompañaron a sus familiares. Los rostros adustos de los padres, resultado del dolor, obligaban a casi todos a desviar la mirada, algunos ofrecían abrazos que apenas eran correspondidos.
Afuera, a dos cuadras de la iglesia y el parque, tres camionetas del Ejército Mexicano resguardan a una veintena de elementos castrenses y de Fuerza Civil.
«Deberían acompañarnos al panteón, no estar como buitres. Ahí no nos sirven», expresa un hombre joven que acompañó al cortejo fúnebre caminando bajo el Sol.
Pero hay a quien ni siquiera la matanza de Miguel López Gerón, José Manuel Lara Santa María Óscar Alberto Suárez y Manuel Casas Jarvio, les quita el deseo por beber.
Son cuatro jóvenes de no más de 20 años que comparten las botellas de cerveza que llevan en un cartón de seis piezas. Ya pasó el cortejo y la vida comenzó su nueva cotidianidad.
Esa que los obliga a bajarse de la banqueta manchada con sangre y llena de velas en el lugar del ataque. Esa misma que hace voltear a ver la ropa aún ensangrentada que cuelga de la malla, mientras abajo los limones que pretendían venderse el día del ataque, quedaron esparcidos por el piso.
«La tienda de enfrente tiene cámaras, ahí seguramente se ve quién fue, aunque ya todo el pueblo lo sabe», suelta una mujer de edad avanzada que seca las lágrimas después de ver el amor con que los compañeros de «cascarita» de dos de los fallecidos, cargaron el ataúd hasta llevarlos al panteón.