Mantenerse el forma es saludable, pero si nuestro objetivo principal a la hora de hacer ejercicio es quemar calorías aquí viene la mala noticia: es una forma muy ineficaz de lograrlo.
Por ejemplo, si ahora nos pusieramos a correr cinco kilómetros, quemaríamos unas 300 kilocalorías, dependiendo de nuestro peso. Esto es una cifra misérrima si la comparamos con el presupuesto metabólico global del cuerpo, sobre todo si tiene sobrepeso. Además, el ejercicio vigoroso puede estimular otras hormonas que nos harán ganar peso.
Cortisol
Cuando hacemos ejercicio vigoroso, estimulamos de forma temporal hormonas como el cortisol, que nos inducen a sentir más hambre que si no hubiéramos hecho ese ejercicio. Tal y como abunda en ello Daniel E. Lieberman en su libro La historia del cuerpo humano:
Así que si corremos 16 kilómetros a la semana, solo perderemos peso si conseguimos superar el deseo natural de comer o beber unas 1.000 kilocalorías adicionales (de dos a tres magdalenas) que mantendrían el balance de energía.
La forma más eficaz de perder peso, pues, es cambiando nuestros hábitos en la alimentación. Eso no significa que nos podamos entregar a la molicie y el sedentarismo, porque entonces perderemos salud (no todo es tener un cuerpo delgado). Además, a largo plazo podemos engordar menos si nos mantenemos en forma, como sigue Lieberman:
Ser físicamente activo puede no ayudarnos a perder kilos con facilidad, pero ayuda a evitar ganar peso. Uno de los mecanismos más importantes de la actividad física es aumentar la sensibilidad del músculo pero no de las células adiposas a la insulina, de manera que se favorece la captación de la grasa en los músculos más que en la barriga. La actividad física también incrementa el número de mitocondrias que queman grasa y azúcar. Estos y otros cambios metabólicos ayudan a explicar por qué la gente que es muy activa puede comer tanto sin pagar por ello.
Con información de Xataka Ciencia