En entrevista para Universo, Ángel Christian Luna Alfaro planteó una serie de acciones encaminadas a erradicar la violencia contra las mujeres y lograr una equidad de género. También habló sobre el papel que deben asumir las instituciones de educación superior en este tema.
El académico, adscrito al Centro Universitario de los Lagos de la UdeG, visitó en marzo el Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) de la Universidad Veracruzana (UV) a propósito del Día Internacional de la Mujer, e impartió el curso-taller “El machismo como factor criminógeno” (para más información consulte: https://bit.ly/2Idp3gX).
Comentó que desde hace más de siete años investiga la trata de personas con fines de explotación sexual y de un tiempo a la fecha trabaja masculinidades, lo cual le permite afirmar: “Si no trabajamos con el machismo y la violencia que ejercemos los hombres, difícilmente se van a concretar algunas iniciativas que se presumen en el ámbito de políticas públicas con enfoque de género”.
En su opinión, es necesario que la sociedad se dé cuenta del proxeneta, feminicida y prostituyente que vive en cada persona, lo cual, naturalmente, incluye a la clase gobernante, autoridades y quienes toman las decisiones en un municipio, entidad o el país mismo.
Aunque se suele pensar en que el mal es algo exógeno, la evidencia antropológica sugiere que “toda persona que no pasa por un proceso terapéutico, para deconstruirse, y sobre todo, si no reconocemos las violencias y el ejercicio de poder que tenemos en la vida cotidiana, difícilmente vamos a implementar, por ejemplo, una política pública que tenga un enfoque de género”.
Christian Luna dijo que es un mito que simplemente con tener estudios, un grado académico o género en particular, se tiene la capacidad de ser sensible a ciertas problemáticas; por el contrario, es necesario sumar el trabajo terapéutico guiado por especialistas, así como “confrontar no los monstruos de afuera, sino los de dentro, como personas machistas, violentas”.
El también Coordinador de la Maestría en Historia Cultural y el Seminario de Género e Historia de Mujeres –en este caso, en colaboración con la académica Rosa María Spinoso Arcocha– remarcó la responsabilidad que deben asumir los hombres en un entorno donde históricamente no intervienen. La justificación: “Estamos muy cómodos con nuestros privilegios como machines”.
Pero en lo que se refiere a las autoridades, su planteamiento es tajante: funcionario público que no asista a terapia para erradicar sus violencias, no está siendo útil a la administración pública. Para muestra, citó que diariamente, a través de los medios de comunicación, se sabe de las ausencias que en la materia hay, y que ni la cuarta transformación está cumpliendo.
“Ostentar y ejercer poder es complejo y la gente se vuelve más loca (de lo que normalmente andamos) y seguimos pensando que el puesto o título (por ejemplo para el caso académico) lo soporta todo, y no es cierto. Necesitamos trabajar todo esto con especialistas y hacerlo toda la vida, porque el trabajo terapéutico no tiene altas. Eso lo he notado en los círculos de hombres a los que asisto, para lidiar con mis problemas y cuando tengo la oportunidad de compartir mi experiencia con otros.”
Pero en su visión, el panorama a futuro no es desolador, es posible que quienes están por nacer o en la infancia, sean adultos libres de machismo, de ahí la importancia de la educación en el seno familiar. Remarcó: “Siempre estará presente el fantasma de la violencia. Biológicamente los seres humanos nacemos agresivos, pero socialmente aprendemos la violencia y eso hay que diferenciarlo muy bien. El ser humano es agresivo por naturaleza, pero culturalmente violento, lo aprende y lo va sofisticando”.
Pero el académico de la UdeG va más allá y plantea que es necesario convertirlo en ley nacional; es decir, debe ponerse como una cláusula legal el que toda persona que sea funcionario público, debe asumir trabajo terapéutico.
Al cuestionarle qué podría provocar hacerse por obligación y no por convicción, expuso: “El conflicto es pensar en la cultura mexicana. Cada cosa se debe pensar en su justa dimensión. El proceso terapéutico sugiere asumir la responsabilidad y pensamos que eso sí puede traer algún beneficio. Pienso que de 100 que le entren, uno entenderá que es importante llorar, no decirle ‘pinche indio’ a alguien, que existen derechos humanos que protegen a las personas, que no sólo hay hombres y mujeres en el mundo, sino una diversidad sexual, que hay afrodescendientes”.
Pero Ángel Christian planteó una sugerencia más: “que nuestros funcionarios estudien sobre la materia en mención, toda vez que “el primer acto de corrupción que existe en el mundo es asumir un cargo para el cual no estás capacitado. Tenemos una clase política que no está preparada, desde arriba hasta abajo, pero quienes más responsabilidad tienen son los tomadores de decisión”.
Por otro lado, hay gente que piensa que ya sabe suficiente del tema, lo cual es falso, y más bien se desconocen muchas vertientes de la misma; peor aún, hay quienes buscan conocer al respecto para usarlo a su favor. Por ejemplo, citó que hay personas que asisten a sus cursos de “Ética del funcionario público” para entender de qué manera pueden evadir las normas.
“Creo importante que los hombres, en lugar de que estemos opinando sobre el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo, el feminismo u otro tipo de cuestiones para las cuales no estamos facultados, debemos trabajar nuestra violencia, renunciar a nuestros privilegios.”
A propósito de esto, sacó a colación el papel que las instituciones de educación superior (IES) deben asumir: “Una universidad si se piensa de vanguardia, tiene que trabajar con las masculinidades de su institución. Debe convertirse en una norma para que dejemos de acosar a las estudiantes y todo este tipo de actos de lesa humanidad que suceden en el mundo”.
Sin embargo, dijo que no hay IES en el país que haya asumido la responsabilidad de trabajar con la violencia que ejercen los hombres.
Karina de la Paz Reyes Díaz / Prensa UV