Los peces han estado rodeados durante años de una injusta mala fama. ¿Quién no ha escuchado alguna vez hablar de la memoria de pez como referencia a una falta importante de la misma? También se les considera animales poco inteligentes, incluso inconscientes de su propia existencia.
Sin embargo, con el tiempo la ciencia ha ido derribando todos estos mitos, demostrando que tienen muchas cualidades desconocidas hasta ahora.
Rompiendo una lanza a favor de los peces
Ya en 2014 un equipo de investigadores canadienses llevó a cabo un estudio en el que se analizaba a conciencia la memoria de un grupo de peces muy típicos de los acuarios, llamados cíclidos africanos (Labidochromis caeruleus). Se trata de una especie que tiende a mostrar comportamientos complejos, como la agresión, por lo que podría ser un buen modelo para estudiar su capacidad para retener recuerdos.
Para ello, cada pez fue entrenado para introducirse en una zona concreta del acuario, en la que recibían una recompensa en forma de comida. Después de tres días de entrenamiento en sesiones de veinte minutos, todos ellos tuvieron un descanso de doce días, en los que dejaron de realizar estos ejercicios. Pasado ese periodo, volvieron al acuario de pruebas, donde se había introducido una cámara que seguía sus movimientos. Así pudieron comprobar que la mayoría de ellos se dirigían a las zonas en las que sabían que recibirían la recompensa. Además, con nuevas sesiones de entrenamiento se podía cambiar esta tendencia, lo cual indica que pueden memorizar dónde deben dirigirse, pero es algo que se puede modular a través del aprendizaje.
Roto el mito de la memoria de pez, quedaba saber si tampoco es cierto que sean animales poco conscientes de su propia existencia. Para comprobarlo, un equipo de científicos del Instituto Max Planck y la Universidad de la Ciudad de Osaka ha llevado acabo otro estudio, esta vez con ejemplares de Labroides dimidiatus, también conocido como pez limpiador. El experimento consistía en colocar sobre algunos ejemplares una pequeña marca que solo pudieran verse al observarse frente a un espejo. Si la veían y la detectaban como propia, tratarían de quitársela, mientras que, en caso contrario, no le harían caso.
Y lo que ocurrió fue precisamente lo primero, pues nada más verse en el espejo los peces tendían a frotarse con superficies duras presentes en el acuario. Esto indicaba que eran conscientes de que el espejo mostraba un reflejo de sí mismos. Sin embargo, llevaron a cabo algunos experimentos más para confirmarlo. El primero consistió en colocarles marcas transparentes, que no se pudieran ver en el espejo. Esto serviría para comprobar que la tendencia a frotarse no era fruto de haber sido manipulados mientras se les transfería la marca. Como cabía esperar, en ese caso no intentaron quitarse nada.
Por otro lado, se probó a colocar el mismo tipo de marcas a otros peces. En este caso no hacían caso ni intentaban quitarse nada, por lo que se podía concluir que sabían distinguir entre su propio reflejo y la presencia de un compañero.
Finalmente, observaron que los que no tenían ningún tipo de marca no tendían a rascarse después de pasar frente al espejo.
Tanto los autores del estudio, como los editores de Plos Biology reconocen la controversia que puede crear este trabajo e invitan a tomar sus resultados con cautela. De cualquier modo, las conclusiones obtenidas resultan especialmente interesantes de cara a redefinir qué es la autoconciencia. ¿Basta con que un animal sepa reconocerse en el espejo o es necesario ir más allá? Serán necesarias más pruebas y, sobre todo, una definición más clara del “yo” para saber dónde clasificar a los peces. Lo que está claro es que tienen cualidades que hace años parecían inimaginables y merecen que se les reconozca. Al César lo que es del César. Y al pez lo que es del pez.
Con información de ALT1040