Hay cierto desdén de algunos —no todos— músicos académicos o que se siente elegidos o pertenecientes a alguna élite por los grupos que llaman de música versátil. El término deriva del latín versatĭlis, que designa a lo móvil, a lo que gira con frecuencia, pero también a lo flexible, a lo adaptable. El diccionario de la Real Academia de la Lengua, define versátil como:
1. adj. Que se vuelve o se puede volver fácilmente.
2. adj. Capaz de adaptarse con facilidad y rapidez a diversas funciones.
Mauricio Franco es un músico versátil, ha tocado en bandas de viento, big bands, orquestas de cámara, orquestas sinfónicas, grupos de jazz y de salsa. Lejos de negarlo, lo reivindica: «Me considero muy afortunado por no odiar ningún tipo de música, algunos ponen el reguetón aparte, yo no, el día que haga reguetón al nivel que lo hacen los demás, podré hablar de ello, pero mientras, no lo hago, no tengo derecho a criticarlo. Creo que la música, al final, es música y por tanto siempre tengo ganas de aprender y tocar otro estilo, eso ha sido maravilloso para mí», me dijo en una larga conversación en la que hizo un recorrido por toda su trayectoria y vertió varios de los elementos que lo han llevado a tener una sólida concepción de la música.
Relato de Guanajuato
Yo soy de Guanajuato, de una ciudad que se llama Cortazar, está cerca de Celaya. En mi familia nadie es músico pero mi papá siempre tuvo mucho gusto por la música, entonces se acercaba a los músicos, tenía como compadres a un tecladista de un grupo musical bastante conocido de mi pueblo y a un baterista de la orquesta de Pérez Prado que vivía en Villagrán, Guanajuato. Siempre estaba cerca de los músicos porque le llamaba mucho la atención pero nunca se animó a aprender música; agarraba la guitarra, iba con sus amigos de los tríos a que le enseñaran a tocar algo, aprendió alguna canción y cuando éramos niños nos tocaba y nos cantaba, acompañaba a sus amigos cuando iban a tocar al DF, a los antros de ese entonces en los que había variedades y cosas así, pero hasta ahí, nunca se aventó a pararse en un escenario o a tocar en público.
Siempre hubo algo de música en la casa, a mi papá le gustaba comprar discos y poner música. Siempre hubo unas dos o tres guitarras en casa pero nadie las tocaba. Somos cuatro hermanos, dos hermanos mayores, una hermana y yo que soy el más chico. En una ocasión, mi hermano mayor empezó con que quería aprender a tocar el piano, le compraron un teclado Casio y lo agarró como juguete, y luego lo dejó. Mi otro hermano empezó con la guitarra, mi papá le pagó clases pero no le gustó mucho y la dejó. Mi hermana nunca se interesó en la música. Mi papá había perdido las esperanzas de que alguno de sus hijos fuera músico, a mí no me dijo nada, nunca me ofreció clases o maestro como a mis hermanos, yo solo agarré el teclado que dejó mi hermano. A mi papá le gustaba mucho la música instrumental, tenía discos, yo los ponía, agarraba el piano y me ponía a buscar los sonidos, y me llamó la atención. Le dije a ni papá que quería aprender y me llevó con mi padrino, que era el tecladista, y me dijo yo te enseño lo que yo sé pero siempre y cuando estudies otra cosa, no quería que estudiara música porque decía que de eso no se vive bien, aparte de que está plagada de vicios y esas cosas. Estuve yendo un tiempo a estudiar con él.
El maestro Antonio
En mi pueblo hubo una banda municipal, se desintegró y el maestro Antonio Olivares —un trombonista que ya falleció—tuvo la idea de meter un proyecto en las escuelas primarias para buscar niños que quisieran aprender música. Él les enseñó, pidió apoyo al gobierno y le dieron instrumentos y cosas así, y armó una banda infantil y juvenil que se mantuvo por mucho tiempo. Los niños fueron creciendo y empezaron a ser jóvenes y adultos y se empezaron a ir, pero se quedó la tradición en mi pueblo de que en la casa de ese maestro se enseñaba música, para cuando yo tenía 14 años, más o menos, que fue cuando empecé a buscar, estaba esa tradición de que en la casa del maestro Antonio enseñaban música gratis —porque lo hacía por gusto— y seguía teniendo la banda con todos sus hijos y con todos los que quisieran.
Yo quería aprender piano, sabía que ahí no me iban a enseñar porque era una banda de viento pero al menos iba a aprender algo de música. Fui, estuve como nueve meses estudiando solfeo y ya cuando leía un poco, el maestro me dijo escoge un instrumento. Escogí la trompeta porque me llamó la atención ver a los trompetistas en los ensayos de la banda. Me conseguí una trompeta bastante viejita, ya con muchos problemas, la llevamos a arreglar y esa fue mi primera trompeta.
Recuerdo muy claramente la noche que llegué a casa con la trompeta, la puse en mi cuarto y no le podía quitar la vista de encima al estuche. Era de noche y yo sabía que no la podía sacar para probarla porque hacía mucho ruido, tenía el piano a un lado de la cama pero no le podía quitar la vista de encima al estuche y de repente me dije a mí mismo oye ¿pero qué estás haciendo?, ¿cómo que te gusta la trompeta si lo tuyo es el piano?, no pierdas de vista eso, recuerda que tú estás aquí por el piano y la trompeta va a ser un complemento; todavía recuerdo eso.
Me empezaron a dar clases de trompeta en la banda, empecé a tocar con ellos, a salir a las tocadas, a ponerme muy nervioso las primeras veces, a temblar de miedo de presentarme con el público.
Don Lauro
Mi papá tenía un taller de herrería, un día llegó a su oficina con un señor canoso como de 74 años, le dijo a mi mamá que me llamara, fui y me dijo:
—Mira, te presento a don Lauro González, el señor era trompetista de la orquesta de Pérez Prado
—¿En serio?
El señor me empezó a platicar, sacó un álbum de fotos de las giras que hizo por todo el mundo con la orquesta de Pérez Prado y me empezó a nombrar a los músicos que estaban en la orquesta, una gran parte eran sus hermanos y también estaba su papá, le decían la Lumbrera González. Todos eran saxofonistas, excepto él, que fue trompetista. Me sorprendí mucho y dije ¿cómo, en mi pueblo hubo músicos que fueron parte de la orquesta de Pérez Prado durante mucho tiempo?
El señor vivía en Querétaro pero viajaba a Cortazar todos los fines de semana para ver a su mamá y yo iba a tomar clases con él. Con él empecé a cambiar totalmente mi forma de tocar, a mejorar mis habilidades, lo empecé a notar mucho.
Un mundo feliz
En la banda me sentía muy, feliz muy cómodo, pero hasta ese momento desconocía que había escuelas de música porque en mi pueblo no había más que la banda del maestro. Estuve tocando en la banda como unos tres años hasta que por fin me animé a ir a tomar clases formalmente, cuando uno está chavito anda muy acelerado y yo quería aprender rápido y quería aprender de todo, y me decían que la mayoría de músicos con los que yo tocaba no sabían demasiado, que solamente iba a aprender repertorio y a tocarlo.
Hacíamos lo que se llama «bandeadas». En cada pueblo tienen su santo y le hacen su fiesta de dos días, empieza un día antes, cuando sacan al santo de la iglesia y lo pasean por todo el pueblo con las bandas, porque contratan dos. Llegábamos después de la hora de la comida y empezábamos a tocar de ahí hasta como las diez u once de la noche, nos llevaban a un lugar a dormir y a las cinco o seis de la mañana íbamos a tocarle las mañanitas al santo y seguíamos tocando todo el día hasta que se hacía de noche, eran demasiadas horas y obviamente todos terminábamos con el labio destrozado.
Yo tuve mi primer bandeada a los pocos meses de empezar a tocar la trompeta, no sabía ni de qué se trataba, en esas fiestas van las dos bandas caminando por la calle, una toca unas cuatro canciones, termina y la otra toca otras cuatro canciones. En esos encuentros había mucho el reto de ver cuál banda era la mejor, cuál tenía los mejores músicos, entonces se tocaban piezas para instrumento solista, porque hay polka tradicional y polka de concierto. A los que ya tocábamos un poco, el maestro nos ponía a aprendernos las piezas de memoria porque el solista no podía leer, si acaso, en las obras más complejas de acompañamiento, poníamos los papeles con unas pincitas en la camisa del compañero de adelante para ir leyendo, pero el solista iba tocando todo de memoria.
Se trataba de ver qué banda era la mejor, qué músicos eran los mejores, y a veces algunos músicos traían pique, por ejemplo, el trombonista de una banda traía pique con el de la otra, entonces se tocaban puras piezas para trombón y a ver a cuál se le acababa primero el repertorio.
Al maestro Antonio Olivares lo respetaban tremendamente todas las bandas de los alrededores y de todo el estado de Guanajuato porque sabían que nadie le ganaba, tenía un repertorio increíble, entonces para mí fue un encuentro con la música desde esa perspectiva que me ayudó a entender un mundo, solo un mundo de todo lo que es la música, pero para mí fue suficiente como para enamorarme de esa música y de no querer hacer otra cosa en mi vida más que esa música.
Empecé a obsesionarme, solamente quería tocar música de banda, sin embargo había gente que me decía oye, pero ahí no vas a crecer mucho más, tienes que buscar otras opciones. Aparte, yo quería saber por qué yo tocaba unas notas, el clarinete tocaba otras, los trombones tocaban otras y sonaba bien, quería saber qué es la armonía, cómo funciona. Tuve la suerte de que me recomendaron que fuera a estudiar con el maestro Teófilo Velázquez Luna —le decían el tío Velázquez—, que también ya falleció, me decían que era la máxima autoridad en armonía que había en el estado. Empecé a darme cuenta de que los grandes músicos que yo conocía y admiraba habían sido alumnos de él, entonces dije yo tengo que ir.
El tío Velázquez
El maestro Teófilo fue director de big band, escribía música para big band, musicalizaba películas. Estudió música en Estados Unidos pero se vino a México y se quedó trabajando aquí, y como ya estaba bastante grande, se retiró y se quedó a vivir en Celaya, que era donde estaba su familia.
Hizo una escuela de música en su casa, daba clases particulares y tuve la fortuna de estudiar con él. Ahí empecé a escuchar un poco más de música orquestal, de música para big band pero en el formato mexicano, no el de las big band norteamericanas, sino el que escuchábamos en las películas.
Me hablaba de un montón de orquestas que estaban en su época, de cómo trabajaba en su big band, de qué trataban sus audiciones, él me decía que era muy estricto con los músicos que entraban a su orquesta porque la calidad musical era muy importante, porque grababan prácticamente en vivo.
Con él hice un repaso general, le dije que me enseñara todo lo que él supiera aunque yo ya lo hubiera visto y volvió a enseñarme desde solfeo, lectura, entrenamiento auditivo. Aunque era saxofonista, tenía métodos de muchos instrumentos y me daba clases de piano y de trompeta, pero sobre todo de música en general: armonía, orquestación, instrumentación, arreglos, entonces yo, como a los 15 años estaba aprendiendo todo ese tipo de cosas y me encantaba, me fascinaba porque cada vez que iba una clase aprendía que había mucho más allá, que había muchas cosas que yo no conocía.
Estuve estudiando con él unos dos años o dos años y medio, y un día me dijo:
—Mauricio, hasta aquí hemos llegado, ya no puedo enseñarte más
—Pero ¿cómo?
—Mira, si quieres aprender más de trompeta, tienes que ir con un trompetista; si quieres aprender de piano, ve con un pianista; en cuanto a música, a partir de ahora tienes que escribir mucha música, hacer arreglos, hacer muchas transcripciones para que conozcas lo que te gusta, porque ahora sabes todas las reglas pero no sabes a qué suenan esas reglas. No porque escribas algo que esté bien te va a gustar, ¿y para qué es la música si no para gustarle a la gente?, hay una regla de oro: si suena bien, está bien; si suena mal, está mal, entonces, sí guíate por las reglas, pero aprende también a través del oído.
Yo no lo quería soltar de la mano, me sentía como cuando te llevan por primera vez de la mano al kínder y en la entrada te dice tu mamá aquí me quedo y a partir de aquí te vas tú solo. No quería soltar al maestro, decía yo necesito seguir aprendiendo, necesito seguir teniendo un maestro y fue cuando vencí un poco mi orgullo y decidí entrar a una escuela de música. Durante mucho tiempo me había negado porque había escuchado historias de que las escuelas de música hacían músicos arrogantes y creídos de que eran superiores a los que no iban a la escuela, me molestaba mucho esa arrogancia y sin quererlo me volví igual de arrogante porque pensaba que fuera de la escuela iba a aprender más que los músicos que estaban en la escuela, solo para poder humillarlos diciéndoles miren, yo soy músico de la calle y sé más que ustedes y hago más que ustedes.
(CONTINÚA)
SEGUNDA PARTE: Fantasía y fuga
TERCERA PARTE: Nace una escuela
CUARTA PARTE: El eje del universo
CONTACTO EN FACEBOOK CONTACTO EN G+ CONTACTO EN TWITTER