Normalmente, cuando se ha tratado de buenos gobiernos, quienes encabezan el equipo, es decir, el candidato al gobierno del estado, se rodea de políticos con especialidad en áreas de la administración pública que han manejado o en las que han participado con éxito, con conocimientos de lo que implica ocupar un cargo de cualquier nivel dentro de la estructura gubernamental. En el caso del gobierno que encabeza Cuitláhuac García Jiménez, no fue así. El joven catedrático de la Universidad Veracruzana las dos veces que compitió por ganar el cargo lo hizo rodeado de amigos o simpatizantes del Movimiento Regeneración Nacional, pero ninguno con antecedentes dentro de la administración pública, por eso es que el sonado triunfo logrado en las urnas los tomó por sorpresa, luego se pasaron cinco meses festejando lo que no creían que había pasado y, finalmente, armaron grupos de improvisados para las tareas de entrega-recepción para comenzar a formar un gabinete en el que los primeros en agarrar hueso fueron los que anduvieron en campaña, como si se tratara de repartir el pastel, y otros los recomendados del líder máximo Andrés Manuel López Obrador, de la poderosa Rocío Nahle, hoy secretaría de Energía del gobierno federal; del senador Ricardo Ahued Bardahuil, quien se metió hasta la cocina del morenismo, e incluso de los hijos del presidente, en fin, un gabinete de chile, de dulce y de manteca, pensando en satisfacer a los amigos y cumplir con los compromisos, nada que tuviera que ver con los veracruzanos. Hoy los resultados saltan a la vista. La improvisación, como ocurrió con Fidel, Javier Duarte y Yunes Linares, lleva al fracaso a los gobiernos, y este que apenas comienza debe ajustar sus piezas, incluir a profesionales de la administración pública y de la operación política, aunque no hayan estado en la campaña ni tengan amigos cercanos a AMLO. Primero, Veracruz.