A escasas tres semanas de que asuma el poder, Andrés Manuel López Obrador ha sido sometido a un desgaste brutal. Su decisión de empezar a gobernar mucho antes de lo que mandata la Constitución le ha representado un alto costo político, pero al mismo tiempo, ha podido sembrar las condiciones de lo que será su gobierno.

Así se explica, por ejemplo, la decisión de cancelar el nuevo aeropuerto de Texcoco. En lo que ha sido el primer gran debate nacional –donde la presidencia en funciones ha pasado a ser un observador indolente-, muchas voces coinciden en que el tema central nunca fue la continuidad de la obra, sino el enviar un mensaje claro y contundente a los dueños del dinero de que el gobierno compartido se acabó: los empresarios a hacer negocios y el gobierno a hacer política.

También hay quien dice que se trató de un golpe directo a las fuerzas armadas, ocupando su principal base de operaciones en Santa Lucía y sometiendo su autoridad a la estructura burocrática de la próxima y poderosa Secretaría de Seguridad Pública.

Aún a quienes la historia, el carácter y la circunstancia del presidente electo nos sigue pareciendo riesgosa, lo cierto es que luego del sofocón financiero tras el anuncio de la cancelación de la obra, los mercados han vuelto a la normalidad. Lo de las fuerzas armadas tendrá su propia lectura; por lo pronto, el Estado Mayor Presidencial (EMP) prepara su extinción.

Hoy ya no se habla de los riesgos que corre el país sino de la manera que habrá afrontarlos el próximo presidente de México. Los capitales parecen entender que las cosas van a cambiar y que deberán adaptarse a las nuevas circunstancias si no quieren ellos mismos ser los responsables de cataclismo.

Hay quienes se han referido, toda proporción guardada, a la historia de Cuba. La revolución de Fidel Castro no era socialista, era burguesa; lo que se pretendía era derrocar a un régimen que respondía por completo a los intereses de Estados Unidos y tenía convertida a la isla en un fragmento de su territorio. Fidel Castro llegó a la selva por mar en un yate de lujo que aún se guarda en su museo.

Cuba fue un error histórico de Estados Unidos. El bloqueo decretado los llevó irremediablemente a establecer una alianza económica y de régimen político con la Unión Soviética; la isla fue uno de los símbolos de la guerra fría. Sin el bloqueo económico, el propio capital su hubiera encargado de derrocar a Castro.

Ahora pasa un poco lo mismo. Los empresarios más poderosos de México podrían pagar las consecuencias de alterar artificialmente los mercados financieros –el precio del dólar, por ejemplo- como una medida de presión al Presidente.

López Obrador asumirá el poder el próximo primero de diciembre, no importa si la Bolsa cae 10 por ciento o si el dólar se va a los 30 pesos. Esto sólo traería el quiebre de las empresas, y justificaría –como en el caso de Cuba- las medidas más radicales que decida tomar el tabasqueño ya como presidente.

Por supuesto que no son los tiempos ni las circunstancias. Ya no hay guerra fría y el mundo financiero ha empezado a reacomodar sus piezas. Una comparación a rajatabla sería inútil y temeraria, sin embargo, el rol que están jugando los protagonistas podrían repetir algunas de las consecuencias.

López Obrador tomó la decisión de gobernar desde el primer día que ganó. Ha tomado medidas que rebasan por mucho su actual ámbito de competencia y ha tenido que asumir las consecuencias.

Uno de los beneficiarios de este gobierno anticipado ha sido precisamente el Presidente Peña Nieto. Luego del resultado electoral que significó un abierto rechazo a su administración, el mandatario se quedó solo, con un gabinete fracturado y manchado por la corrupción, abandonado por su partido –mantiene el control de la dirigencia pero no de su militancia-, con un margen de maniobra apenas suficiente para concluir su mandato. Su exclusión de la escena pública detuvo la tormenta que se  sobre él.

Podríamos estar ante un presidente que está dispuesto a separar al poder político del poder económico, en aras de un gobierno que sirva para algo más que hacer negocios; o ante un presidente envuelto en traje de rey, al que la mayoría aplaude sabiendo que se trata de un engaño.

Eso lo sabremos muy pronto.

Las del estribo…

  1. Que la empresa “Proactiva” mantenga la concesión del servicio de limpia pública por los siguientes dos años, para el presidente municipal Hipólito Rodríguez representa una noticia buena y una mala. La buena es que ya no tendrá el problema de las montañas de basura en las calles y tendrá a quien culpar cuando eso suceda; la mala es que ha sido una bofetada a su orgullo y autoridad.
  2. Desde hace mucho tiempo, el semanario Proceso ha dejado de investigar para convertir opiniones, refritos y conjeturas en noticia escandalosa. Así fue durante todo el régimen del PRI y el PAN, cosa que era aplaudida por los simpatizantes de Morena, quienes aplaudían su libertad de expresión. Hoy que les tocaron a López Obrador, ahora sí acusan amarillismo; y esto apenas empieza.