Cuando el presbítero, Rafael Guízar y Valencia tenía alrededor de 32 años, acudió a los campos de batalla donde se desarrollaba uno de los movimientos políticos más importantes de México: La Revolución Mexicana.

Su interés de adentrarse en el estallido originado en tierras aztecas contra la dictadura del entonces presidente de México, Porfirio Díaz, fue el apoyar a los soldados que se debatían entre la vida y la muerte, para darles el auxilio espiritual y pudieran partir en paz.

«Disfrazado de vendedor de baratijas, en medio de la lluvia de balas, se acercaba a los heridos que agonizaban y les ofrecía la reconciliación con Dios, les impartía la Absolución Sacramental» refiere la iglesia católica en la historia de Guízar y Valencia

Los libros cuentan que Rafael Guízar, era un sacerdote que le daba la espalda a las injusticias y defendía los derechos humanos de los mexicanos y mexicanas, por ello fue víctima de persecución por parte de algunas autoridades.

Su discurso en defensa de los más vulnerables lo hizo blanco de persecución religiosa durante los gobiernos de Venustiano Carranza y Álvaro Obregón.

Esto ocasionó que el presbítero no encontrará tranquilidad en México, y lo llevó a cumplir otra misión en su vida religiosa: Predicar en los países de Cuba, Guatemala, Colombia y Sur de Estados Unidos.

Guízar y Valencia es el primer obispo mexicano declarado santo. Fue beatificado en 1995 por el Papa Juan Pablo II y canonizado en 1996 por el Papa Benedicto XVI. Murió en 1938, al ser exhumado en 1950 se encontró su cadáver incorrupto.

El milagro por el cual fue canonizado Rafael Guízar y Valencia ocurrió en el año 2002, después de que a la señora Valentina Santiago se le detectó, a través de un ultrasonido obstétrico, una malformación en su embarazo. Al conocer la noticia, la mujer pidió la intervención del santo mexicano. Dos meses después, el niño Rafael de Jesús Barroso nació sano y sin ninguna complicación.

Una comisión médica, el 18 de mayo de 2005, mediante evidencias, comprobó la «cura milagrosa» del labio leporino que padecía el feto desde el seno materno a las 31 semanas de su gestación, y que no apareció en el niño recién nacido.

Un Congreso de Teólogos Consultores aprobó el milagro el 15 de noviembre de 2005, por lo que concedió el «juicio resolutivo de curación completa y milagrosa, inexplicable científicamente».

Este miércoles, en Xalapa, los miles de católicos celebran y veneran al Santo Rafael Guízar y Valencia, el mismo que en 1917 pisaba la isla de Cuba y que se vio obligado a cambiar su nombre por Rafael Ruiz, a fin de no ser identificado por los hombres que lo perseguían.

La iglesia católica define a Guízar y Valencia como un guía espiritual que «Preocupado por la formación de sus sacerdotes, mantuvo su seminario diocesano incluso en la clandestinidad por 15 años en ciudad de México y llegó a tener 300 seminaristas».

A causa de la persecución religiosa que ejerció el gobierno contra Guízar y Valencia, huyó de Veracruz para esconderse en la Ciudad de México y ahí el 06 de junio de 1938 murió a consecuencia de las enfermedades que sufría como diabetes, flebitis e insuficiencia cardíaca.

Su cuerpo fue trasladado a esta ciudad para ser sepultado, y a partir de entonces los fieles católicos le han correspondido con amor y cariño, al recordarlo y apoyar a la Arquidiocesis de Xalapa en hacer la solicitud ante el Vaticano, para que Rafael Guízar primero lo declara Beato el día 29 de enero de 1995, su Santidad Juan Pablo II y después Santo.

Es por ello, que entre el martes y el miércoles, la Arquidiocesis de Xalapa contempló la llegada de por lo menos cinco mil personas para celebrar al Santo Rafael, el día 24 de octubre.

Las calles Allende, Ursulo Galván, Ignacio Zaragoza, Enriquez, Xalapeños Ilustres, Primo Verdad, Felipe Carrillo Puerto, Rafael Lucio, Clavijero y parte de Ávila Camacho fueron el camino de cientos de peregrinos que con canciones, cuetes, batucadas, bandas, mariachi, veladoras y flores, veneraron a su santo.

Desde las 18:00 horas se abarrotó la catedral, con un entrar y salir de los fieles católicos, que querían estar junto a Guízar y Valencia.

Unos llegaban cantando a la catedral metropolitana y se mostraron contentos en la misa dedicada al santo, y otros lloraban y suplicaban por el perdón de sus pecados.

Justo a la media noche, los mariachis le cantaron las mañanitas al santo vestido con una sotana de color guinda y con bordados de hilos dorados.

Para la una de la mañana del 24 de octubre, los perros comenzaron a ladrar en las casas y departamentos del centro de la cuidad, a causa de los cuetes que soltaron los fervientes, y que explotaron a mitad del cielo.

Sonó uno, dos, tres, cuatro, cinco cuetes y de ahí no dejaron de explotar, hasta cerca de las dos de la mañana, mientras que los bendecidos por el Santo, salían de la catedral para marcharse rumbo a sus casas, colonias, municipios o estados de Tlaxcala y Puebla.

Verónica Huerta/Avc