Poco a poco llegan las mujeres. Bromean, se aconsejan, se cuentan… están contentas porque es miércoles, día de charlar, bailar, escuchar, aprender e ir a la parcela comunitaria de Chiltoyac, esta congregación xalapeña donde la asociación civil Conecta Tierra trabaja en la salud a partir de la herbolaria, la conexión con las personas y el rescate de saberes agroecológicos y alimenticios.
Pasan las diez de la mañana y en el Centro Comunitario de Tradiciones, Oficios y Saberes (Cecomu) prenden el fogón. Preparan y sirven café, reparten naranjas chinas –de esas pequeñitas y dulces– y comen del pan que recién hicieron doña Micaela Martínez y su esposo.
El grupo se completa y Mara Atanasio Barrientos, integrante de Conecta Tierra AC, dice que es hora de ir a casa de doña Nico, cuyo jardín es una farmacia natural: plantas para tratar la anemia, gastritis, dolores estomacales, cólicos, mareos, sustos… para la presión arterial, subir la hemoglobina, los riñones e incluso para tratar el cáncer.
Mara llegó a esta congregación en febrero de 2017 para desarrollar un proyecto de alimentación saludable con el círculo de mujeres del Cecomu, como estudiante de la Maestría en Estudios Transdisciplinarios para la Sustentabilidad de la Universidad Veracruzana (UV). Terminó el programa, pero no su trabajo, porque las señoras querían un huerto medicinal y sembrar hortalizas en la parcela comunitaria. Así que pusieron manos a la obra.
Respondieron a la convocatoria de impulso a proyectos sociales del Gobierno Municipal y lograron el apoyo económico para generar alternativas en el cuidado de la salud.
Sus miércoles son así: Empiezan con trabajo corporal, para conectarse, y después de unos 40 minutos hacen un círculo para compartir saberes. Esta vez se reúnen en casa de Nicolasa Hernández. Doña Nico es parca, pero sincera: “Siempre son bien recibidos, ésta es su casa”.
Lourdes Ortega, estudiante de Sociología, es monitora del proyecto. Claudia Camacho aborda la salud y el cuidado de la tierra: “Trabajamos la medicina tradicional y alternativa. Nos juntamos con el Cecomu para iniciar talleres, enfocándonos en la herbolaria como recurso terapéutico y para recuperar los saberes indígenas de la región”.
Cipriana Tejeda comparte que no les gustan los “medicamentos de patente. Nuestros abuelos nos curaban con hierbitas. De eso se trata: aprender y seguir aprendiendo, para enseñarles a las que vienen lo que nos dejaron las que se fueron, como mis abuelas”.
Micaela es diabética. Recuerda que ingresó al Cecomu para mejorar su salud. Hace unos meses fue al médico y le recetaron pastillas. No las tomó. Siguió con sus “plantitas y remedios”, pero cada revisión decía que sí se tomaba el medicamento. Su estado de salud ha mejorado y en el consultorio la felicitan: “Me dicen que el medicamento funciona, pero yo sé la verdad”.
Citlali Ramírez estudia la Maestría de Salud, Arte y Comunidad de la UV, se dice gustosa de estar con estas mujeres que se buscan y encuentran desde las plantas, desde su historia y comunidad. “Además de acompañarlas en el manejo de las hierbas imparto un taller de danza, con fines de salud”.
Tras las charlas grupales realizan distintas actividades, como extraer esencias y tinturas de plantas medicinales, hacer pomadas, estudiar plantas o trabajar en la parcela, donde tienen un temazcal. “Es un espacio que nos sirve también para platicar y compartir entre mujeres”, cuenta Mara Atanasio.
También buscan a personas de la congregación que resguardan conocimiento herbolario tradicional. Platican con ellas, documentan ese saber, lo practican y con la información resultante se va dando forma al que será su Manual de plantas en Chiltoyac.
Recorren el enorme jardín de doña Nicolasa, recolectan plantas, brotes y semillas, siempre pidiendo permiso a la tierra; “¿Ésta cómo se llama y para qué sirve?”. “Espinosilla para la fiebre; chamuco para sacudidas y barridas; matlali para males renales; marrubio para las infecciones estomacales; la yerba del burro, para la diarrea y el dolor estomacal, y pa’cuando están crudos que se mueren, con esto”, responde doña Nico.
Al mediodía el calor arrecia. Llega el agua de maracuyá y todas se refrescan. Es hora de ir a la parcela comunitaria: un mirador natural que se extiende sobre una hectárea de leve pendiente, donde cada semana se juntan a desyerbar, plantar, cuidar, platicar, compartir…
Doña Nico encabeza al grupo, toma una vara, y con sus 76 años de pura sonrisa y corazón enfila rápidamente subiendo por entre las piedras, esquivando ramas y troncos, sorteando el pasto crecido. Cuenta que a lo largo de siete años han pasado de todo, para contar con el jardín-patrimonio, semillero y escuela, su punto de partida y comunión. Es la abuela de la que todas quieren ser nieta.
Ha llovido mucho. Está enmontado y apenas se distingue el huerto medicinal. Al fondo, las camas de cultivo de lo que pronto serán las hortalizas, y allá, en una esquina de la parcela, se levanta el maíz que ya asoma mazorcas.
Las mujeres toman machetes, azadón, rastrillos y también con sus manos limpian, cortan, plantan, abonan, remueven, trazan… Están contentas, satisfechas de saberse ahí. Miran en rededor, sólo ellas visualizan el panorama completo. De pronto aparecen las camas de cultivo, escondidas entre la maleza.
La jornada concluye. Se sientan a la sombra de un árbol y de los itacates sacan tostadas, adobo de pollo, pepinos de la huerta, lechugas, quesos y tlacoyos. Mientras comparten los alimentos, Erandi Adame lee en voz alta fragmentos del libro Hierbas contra la tristeza, un manual para sanar juntas, escrito por su amiga Yadira López, que ella ilustró y bordó.
Sus palabras, con tonos graves y dulces, llegan hasta la milpa: “Se nos exige no sentirnos así. Este sentir ha sido robado por el capital que ha hecho negocio en las grandes farmacéuticas, sin embargo, es parte de nuestro proceso para sentirnos mejor el regresar a nuestra raíz, a nuestro origen y mirar que en las hierbitas tenemos la sanación para estos sentires. Es también darnos cuenta que han sido las mujeres quienes han transmitido esta sabiduría de generación en generación, han sido guardianas de estos conocimientos ancestrales y su papel como curanderas es de vital relevancia”.