Salvo la muy buena relación que tendrá con el Presidente de la República –la mejor que hubiera tenido cualquiera de los últimos gobernadores-, Cuitláhuac García recibirá el estado en las peores condiciones inimaginables. Un estado sin dinero, con los compromisos laborales de fin de año, con deudas de miles de millones de pesos (lo mismo con el SAT, los Ayuntamientos o la Universidad Veracruzana que con cientos de empresas y proveedores que siguen peleando por recuperar de lo perdido lo que aparezca), invadido por la inseguridad, la violencia y la corrupción.
Vaya, ni siquiera el actual gobernador recibió tal herencia, toda vez, como él mismo lo ha declarado, que ya había recuperado por su cuenta una pequeña parte de lo que la pandilla duartista se llevó. Esta vez no vamos a alcanzar ni reintegro.
Como hace un par de años, la crisis económica, el desempleo y la inseguridad serán el legado que deje la actual administración; a pesar de las expectativa, no hubo soluciones de fondo. La prioridad fue mantener el gobierno, para entonces sí, crear las condiciones para el rescate del estado y el empoderamiento del clan, de la misma forma en que lo habían hecho en la zona conurbada. No pasó ninguna de las dos cosas.
Si algo entiende y conoce de Veracruz, entonces Cuitláhuac debe estar muy preocupado. Pensar que el Presidente López Obrador lo dirigirá para co gobernar, se ocupará de enfrentar el problema de la inseguridad o que le proveerá de los recursos financieros necesarios para cumplir con las obligaciones adquiridas es una mezcla de ignorancia e irresponsabilidad. El Presidente tendrá sus propias preocupaciones y crisis que atender.
Y si por ahí tenía la idea, como lo han hecho muchos gobernadores, de sumar a su causa la fuerza de los alcaldes de su partido, tendrá que pensarlo dos veces. En Xalapa hay una ausencia de gobierno de tal magnitud que el enojo ciudadano por la gran cantidad de baches en las calles se ha convertido en una crisis política; en Coatzacoalcos, su presidente municipal no sale de la iglesia los domingos, mientras todos los días entre semana hay muertos y ejecutados, las familias emigran y los comercios cierran; es una especie de sheriff en el viejo oeste. El resto de los Ayuntamientos morenistas están igual o peor.
Cuitláhuac, parafraseando a su mentor, no se sacó a la rifa del tigre, sino la de una gran manada que merodea a su imberbe gobierno. Pero, ¿qué va a pasar si el próximo gobernador no puede con Veracruz? ¿Si como hasta hoy, sigue creciendo la violencia, la crisis económica y hasta la corrupción? ¿Intervendrá el Presidente? ¿Lo blindará con funcionarios traídos de la Ciudad de México? ¿”Lo cuidará” nombrándolo en un cargo dentro del gobierno federal y se ocupará directamente del gobierno de Veracruz? ¿Habrá las condiciones para un gobierno interino?
Estas dudas rondan en la cabeza hasta de sus aliados; hay un temor fundado de que si Cuitláhuac fracasa, no sólo hundirá a Veracruz en la peor crisis de su historia –por supuesto, no provocada por él sino por sus antecesores-, sirviendo involuntariamente al resurgimiento de los ismos más voraces: el fidelismo, el duartismo y el yunismo. Ninguno de ellos se ha dado por vencido.
Hasta ahora, las cosas han sido relativamente sencillas para Cuitláhuac; estuvo en el lugar y en el momento correctos. Tras dos campaña electorales, en los que prácticamente “surfeó” en la ola morenista, le llegó la Gubernatura, esa a la que han aspirado las más importantes figuras de la política nacional como don Jesús Reyes Heroles. Una Gubernatura que ha sido cuna de presidentes como Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines… pero hoy eso es historia.
Es posible que Cuitláhuac aún no dimensione la importancia de ser gobernador de Veracruz y el reto que implica serlo en este momento. Tal vez por ello disfruta de sus últimos momentos como ciudadano común: por eso baila y bromea, se saca fotos vestido de smokin para una fiesta fifí o pasea con tranquilidad por las calles de Xalapa. Su vida cambiará de una forma que jamás imaginó.
No obstante, los problemas ya lo acechan. Veracruz es la tercera entidad con más secuestros en los últimos seis años; liderea prácticamente en todos los delitos de alto impacto; el gobernador recién reconoció que al SAT se deben algo así como 13 mil millones de pesos. Y eso es sólo lo que trasciende en los medios. Los problemas que encontrará bajo la alfombra del Palacio de Gobierno serán más y serán peores.
Como aquí mismo se dijo hace un par de años respecto de Miguel Ángel Yunes: nadie en su sano juicio desea que Cuitláhuac fracase; quienes lo desean son sus adversarios políticos que han demostrado que su único juicio es el poder y el dinero.
Pero, ¿qué pasará si Cuitláhuac fracasa? Es tiempo de empezar a buscar respuestas antes de que el destino nos alcance.
Las del estribo…
- Ayer, con su registro como candidato a la dirigencia estatal del PAN, el candidato oficial José Mancha prácticamente firmó su divorcio político y electoral con el PRD. Al parecer, al gobierno le resultó muy cara la manutención de un partido fragmentado e inexistente; tal vez sirvieron como aliados políticos, pero su estructura y militancia hace mucho tiempo que no existe en Veracruz, salvó para vender la marca.
- Tiene razón el gobernador en negarse a la instalación de un casino propiedad de TV Azteca. Yanga no es una zona turística -como lo pueden ser Veracruz, Puerto Vallarta o Cancún-, sino una zona de paso de todo tipo de contrabando: drogas, personas, mercancías, etc. Un casino sería una apetecible colmena para las avispas que ahí merodean.