A mi Tía Toribia, por construir conmigo esta historia
Allá por los años 60 ya las colonias-guetos estaban conformadas en Minatitlán, por un lado los de origen zapoteca, los ingleses, los chinos en el centro. Los indígenas y gente de diversos orígenes habitaban el Playón Sur, un barrio de la ciudad construida alrededor de la refinería petrolera. Precisamente era una playa grande junto al río Coatzacoalcos, las calles eran de arena pues este espacio fue rellenado varias veces con dragas inmensas, especies de dragones que vomitaban agua con arena desde el fondo del gran río, había que ahondarlo para el paso de las grandes embarcaciones, en esos entonces Minatitlán era el puerto principal y no Coatzacoalcos, pues la refinería a orilla del río determinaba esa situación, hasta el malecón llegaba las vías del ferrocarril que unía al istmo mexicano, al norte y al sur. Mi abuelo llegó precisamente trabajando como explorador de la compañía petrolera El Águila, era inglés. Los ingleses de otra compañía, la Casa Pearson fueron los encargados de construir las vías del ferrocarril transísmico y luego la Iglesia, un templo raro en el contexto de la arquitectura católica pues su construcción nos recuerda a las iglesias anglicanas. Mi abuela por su parte venía de Chiapas, los abuelos habían vivido muchos años en Ixtepec, en el istmo oaxaqueño y conocía mucho de la comida y los panes de esas tierras y de su natal Chiapas. Mi abuelo murió joven, dejando a sus hijos huérfanos sobre un terreno en el Playón.
La ciudad se fue construyendo y en esos tiempos era necesaria la organización de los barrios para poder existir, para que tu colonia fuese tranquila. Empezaron a surgir bandas de jóvenes, especie de autodefensas, en El Guayabal, en el Playón, etc., que daban seguridad a los habitantes de cada barrio. Con mi abuela, madre y tías asistíamos a una iglesia protestante que estaba en otro colonia y, en las noches, cuando traspasábamos la calle Amelia Riveroll que era como la frontera del barrio, ya sentíamos que estábamos a resguardo, ya en casa. Ahora vienen a mi mente estos recuerdos pues en estos días mi Tía Toribia me hizo llegar dos fotografías de nuestra niñez y de su juventud allí en el Playón Sur, en Minatitlán, donde viví hasta los 8 años con mi familia paterna. Son de principios de los años 60. Tengo muy pocas fotos de mi niñez, tres o cuatro, pues era difícil en esos entonces tener cámara o pagar a un fotógrafo, fuimos gente muy humilde pero tuvimos la fortuna que a nuestra casa llegaran gente extranjera que nos dejaron esos recuerdos. Muy emocionado miré esas dos fotografías donde estoy con un grupo de niños. No tenía idea de quien era yo ni mis hermanos, primas, solo tenía 3 años, pero la tía me fue diciendo los nombres y la posición de cada uno en la foto. Llamó fuertemente mi atención cuando nombró a El Bachichas, que aparece en la foto poniendo su mano en el hombro de su hermana menor.
En las dos fotos hay muchos niños pues todos participábamos en los enseñanzas religiosas que mis tías Toribia y María Candelaria nos otorgaban. Ellas habían estudiado en una Universidad de Texas, se habían graduado en estudios bíblicos y habían hecho una especialidad en la enseñanza a los niños. Esto había sido posible gracias a las relaciones que la abuela había hecho a través de la radio de onda corta, pues empezó a escribir a las iglesias emisoras de programas religiosos creando lazos que fueron rediseñando nuestras vidas. Las tías trabajaban para una organización religiosa y sus tareas eran los niños. Realmente era fascinante las imágenes recortadas y colocadas en un franelógrafo, un cuadro cubierto con una franela estirada en donde se adherían las figuras por una lija pegada en la espalda de las imágenes. Ver el pozo de los leones, ver como Daniel había sido objeto de una conspiración en Babilonia y que por lo mismo había sido arrojado al pozo para que fuera devorado, ver que Dios había cerrado la boca de los leones y había salvado la vida de uno de sus siervos. Me cautivaban estas historias y más que encontrarle la enseñanza religiosa, el propósito de la enseñanza, me fascinaban en si las historias que las tías narraban. Bachichas era uno de esos niños que llegaban a las clases. Con el paso de los años el muchacho dio mucho de que hablar y se llevó de ronza a la familia. Mi tía Toribia me cuenta que a ella le parecía indignante como se expresara mal la gente de esa familia años después: “En un autobús iba una persona diciendo pestes del Bachichas y, por supuesto, a la mamá y al papá no los bajaban de delincuentes . Yo le pregunté si los conocía, a lo que me respondió que no , pero viendo al hijo se puede ver a los padres, me dijo. En pleno autobús abogue por los padres y por Bachichas. Les conté que su padre Onésimo González era un hombre de bien, petrolero que salía del trabajo a su casa y que su madre, Antonia Zetina, era muy trabajadora, buena vecina que lavaba la ropa mas blanca que he visto en mi vida, que Bachichas creció en familia, que ninguno de sus hermanos eran delincuentes.” Dice mi Tía.
Nuestra niñez la pasamos jugando en la arena del Playón. En los tiempos de las inundaciones, de las crecientes como les decimos, jugábamos en el agua y también nos gustaba jugar en un terreno grande que tenía algunos postes de fierro, lo que quedaba del antiguo aserradero instalado en tiempos de la colonia en lo que hoy es el mercado 5 de Febrero. Las maderas preciosas, el cedro, la caoba, eran traídos río arriba. Cortaban los inmensos arboles y los arrastraban a las orillas del río y de ahí dejaban que la corriente los arrastrara hasta el Playón, donde eran aserrados en estas instalaciones y llevada la madera a los astilleros reales de los conquistadores. Casi acabaron con las maderas en las riberas y afluentes del río Coatzacoalcos.
El Bachichas era uno de los mas grandes de esa camada de niños, la misma edad que mi hermano Raymundo el mayor y conforme se iban convirtiendo en adolecentes se apartaban de los más chicos, mi hermano nos corría, ellos eran los “grandes”, eran un grupo, que se fueron organizando, pasaron a ser los jóvenes que defendían a los de su barrio. Los jóvenes se organizaban, se iban por la orilla del río mas allá de Jagüey, y pescaban mojarras y demás especies que vendían para asistir al cine o a las fiestas. El Cine Mina era ya un atractivo en el pueblo y en 1965 se inauguró el cine Ceiba, muy bonito, muy moderno, con 2200 butacas climatizadas, que tuvo mucho éxito. El Bachichas era un ser pequeño en esos entonces, cuando cumplió 15 años no quería que le hicieran fiesta, pues le daba pena su estatura. En esos años mi madre y sus hijos emigramos a Jáltipan, mi hermano mayor se alistaba para trabajar en la azufrera y entonces dejamos de convivir con los niños y los jóvenes de nuestro vecindario. Las cosas fueron tomando otros rumbos, el Bachichas creció y se convirtió en un joven grande y bien parecido y su fama empezó a crecer fuera del barrio, nosotros leíamos sus andanzas en los diarios de esa época.
Lo que pareció una especie de premonición no lo fue. La primera “travesura” grande del joven Bachichas se dio cuando tenía 15 años, había falsificado la firma de su papa y había logrado retirar dinero del banco. Todo mundo lo supo en el Playón, nosotros escuchamos la reprimenda del padre, de su madre pues solo vivíamos a tres casas de la suya. Nosotros si éramos retepobres, muchas veces no había para comer pero el compañero no, de padre petrolero, su casa de material no como la de nosotros de tablas y láminas. Sus padres buenas gentes, no le faltaba el cariño, no se justificaba que el camino escogido se derivada de una injusticia ante la vida sino mas bien siempre he pensado que los jóvenes que fueron conformando la banda del Bachichas actuaron mas por rebeldía, en sus inicios sus grandes hazañas no eran hechos de sangre. A mediados de los setentas leímos en las noticias y oímos en la radio el gran asalto cometido por Bachichas y su gente al cine Ceiba. Ese día se estrenaba una película muy sonada en esos tiempos por el aparato hollywoodense, El Ataque de los Doberman (The Doberman Gang, 1972), y el éxito de taquilla era grande, la película se pasaba una y otra vez sin permanencia voluntaria. La taquilla había sido robada en un asalto espectacular como el mismo ataque que los perros entrenados habían hecho ayudando a su amo a asaltar un banco en el film. Todo mundo hablaba del suceso, los medios de la época se lucieron, el éxito de la película era el éxito del asalto y al revés, la ficción atrapada en la realidad. Años antes, cuando los jóvenes defendían a su gente y cuando la policía lograba encerrarlos, la gente del Playón acudía a la cárcel y lograban sacar al Bachichas de prisión a la fuerza. Ellos ahora se habían radicalizado, funcionaban mas como una banda y las autoridades tenían el pretexto social para acabar con ellos y acabaron uno a uno con la vida de estos muchachos, también su líder fue asesinado y con ello una etapa en la vida de esta colonia construida entre la arena y el agua.
El Bachichas fue asesinado en una cantina, le tendieron una trampa y cuando entró lo tomaron de sorpresa con un garrotazo y, al perder el equilibrio, aprovecharon los cómplices para golpearlo hasta matarlo a golpes, es la versión de mi Tía. El Bachichas es una leyenda y por lo mismo hay versiones un tanto distintas de su muerte. Entregué al amigo Juan Meléndez de la Cruz los avances de esta historia. Le hice algunas preguntas y estas son sus palabras: “¿Por qué El Bachichas siendo de familia con recursos suficientes se dedicó al asalto? Me han referido que además su familia se dedicaba a la venta de pescado y también les iba bien en ese ramo, o sea que Miguel Ángel no tenía necesidad de delinquir. Quizás, como dices, primero empezaron con juegos de fuerza y después traspasaron la línea de lo legal, hasta llegar al delito. La pandilla fue creciendo y eran memorables los “gallos” que iban a dar a la zona de tolerancia, donde pedían botellas y mujeres gratis, extorsionando a los dueños de los prostíbulos, que hoy se llaman antros. Considero usaban la violencia como afirmación, característico en el machismo, y entre ellos mismos se aventaban un “tiro” para ver quién podía más. La pandilla del Playón creció tanto y fue aumentando su osadía, que hasta tuvo que intervenir el ejército, pues la policía no podía con ellos. El Bachichas se casó y digamos que ya se había retirado de la banda, pero un día se fue a tomar solo a la zona roja, cuando llegó un amigo o pariente a pedirle ayuda porque lo habían “madreado”. Miguel respondió que no, que ya estaba retirado y no quería problemas, el amigo insistió y le dijo que él no se iba a meter, que solo quería que hiciera presencia y lo acompañara, y en cierta medida tenía razón, pues la fama del Bachichas era muy grande. Miguel Ángel se paró de la mesa y acompañó al amigo y al llegar al antro, abrió las clásicas puertas abatibles, donde ya lo esperaban y con una navaja 007 lo “clavaron” en el corazón, terminando así su vida” , nos dice Meléndez.
Por cierto, Bachichas es una palabra que ya no se usa, se le nombraba así a la basurita que sube y se pega en la orilla del cazo cuando se esta cociendo el jugo de caña para hacer la panela y se le va quitando, se va limpiando. ¡Qué feo apodo! dice mi Tía.
En la foto el Bachichas aparece en un extremo, poniendo su mano en el hombro de su hermanita Yolanda, están sus hermanos, mis primos, mis hermanos, los niños del barrio y mi familia. Estamos reunidos una tarde sobre la arena del Playón para ser amigos y para aprender, para luego cada quien agarrar su lucha, el rumbo de su vida. Quizá Miguel Ángel González Zetina, alias El Bachichas, no debe ser un hombre del olvido. Recordemos su frase que dice: “El playonero es valiente, solo corre cuando llega la creciente”.