El investigador, musicólogo y profesor en la Escuela Superior de Música de Cataluña, Rubén López Cano, recomendó a estudiantes de música clásica tener presente que ésta no es producto de la pureza ni un panteón de grandes luminarias; asimismo, sugirió que sean curiosos y exploren en otras disciplinas para enriquecer su campo del saber.
El musicólogo especializado en áreas como la retórica musical de los siglos XVII y XVIII, asistió a la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana (UV) para participar en el 8º Foro de Egresados. En este marco presentó su libro Música dispersa y compartió una charla sobre intertextualidad en la música, el miércoles 5 y jueves 6 de septiembre, respectivamente.
En entrevista para Universo, explicó que la comprensión e interpretación musical de la intertextualidad “son poco o nada frecuentadas en la teoría musical en castellano”. No obstante, el tema es importante porque en lo concerniente al arte se ha venido arrastrando un discurso e ideología del siglo XIX, toda vez que “pensamos y consideramos que una obra de arte en general es el producto de un genio creador (el tema está muy masculinizado) que crea una obra innovadora, cuyo valor radica en su originalidad y ruptura con la tradición”.
Se trata de una serie de juicios de valor, pero en realidad, todos los compositores, desde la Edad Media hasta nuestros días, han tomado elementos de la generación pasada para construir nueva música, dijo tajante Rubén López. En términos coloquiales “han usado el reciclaje”. Incluso, los estudiantes de música deben estar conscientes de que “no existe una tradición musical, sino existe un reciclaje. No se puede crear coherencia ni tradición musical si no hay constantemente una repetición, y la creación, más que una línea continua donde destacan los genios, es un diálogo interminable entre creadores y creadoras”.
Citó dos ejemplos antagónicos, de culturas musicales totalmente distintas, pero que hacen exactamente lo mismo, “buscan en su propia tradición, hurgan para construir nuevos discursos, música y arte. Eso es algo sustancial al hecho musical, y al artístico en general”.
El primer ejemplo es Edward Benjamin Britten (1913-1976), un compositor inglés que tuvo la encomienda de crear un réquiem para conmemorar a los caídos en la guerra. Al nunca antes haber compuesto una obra de esa naturaleza, lo que hizo fue revisar los grandes réquiems de la historia de la música, tal es el caso del de Giuseppe Fortunino Francesco Verdi o Wolfgang Amadeus Mozart. El segundo es Public Enemy (grupo de hip-hop conformado en 1982), que en la elaboración de su material miran a su tradición, la música afroamericana popular.
Una de las consecuencias que puede tener la detección de estos puntos intertextuales es que invitan a ser interpretados. “Es toda una provocación encontrar referencias de una música en otra, es una provocación interpretar, especular ‘qué quiso decir o qué puedo yo decir como intérprete ahora con esta cita’. Es una manera de comprender y darle sentido a la música, y también es otra manera de relacionarlos con ella”.
Remarcó que si se compara con otras épocas, la relación con la música ha cambiado radicalmente y es necesario ser conscientes de ello: “El músico clásico no puede estar cerrado en su tradición, creyendo que hay una autenticidad de pureza; estamos contaminados, somos hijos de la cumbia, del jazz, aunque no lo queramos. Eso no está mal. Eso simplemente nos hace ser individuos expuestos a una diversidad musical, a una ecología mixta de músicas para gozarlas y disfrutarlas”.
Para él, los estudiantes de música deben ser más críticos con los discursos de autenticidad tradicionales, pues si bien Ludwig van Beethoven fue indiscutiblemente un genio, también tomó muchos elementos de Mozart, y a su vez Franz Schubert del primero en mención, y así sucesivamente. “Esto no es un panteón de grandes luminarias, es un espacio minado donde estallan cosas maravillosas y hay que estar interactuando de manera creativa, lúdica y crítica”.
La música clásica y la popular no son antagónicas
Cuestionado sobre el campo laboral, López Cano dijo que se trata de uno de los grandes problemas que tiene la educación musical superior, heredera del conservatorio. Éste, por definición, “es una institución que conserva, perpetua y le da la espalda a la realidad”, por ello educa, por ejemplo, para tocar las sonatas para violín de Johannes Brahms y de Mozart de la manera más sublime posible, “como si allá afuera hubiera una gran cantidad de gente esperando escuchar de nuevo otra versión de esas sonatas, y no es así”.
Por el contrario, dijo, la labor del músico debe versar en educar al oyente, proponer interpretaciones distintas, reinterpretar la realidad y sublimarla con la música. Incluso, muchas veces el compromiso social pasa por crear rutas transversales; por ejemplo, muchos de los estudiantes que estudian música clásica en conservatorio o facultad, fuera del aula tocan la popular para ganarse la vida o porque les gusta. “No podemos seguir viendo esas músicas como antagónicas o prohibidas”.
En su opinión, las músicas populares también deberían ser parte del proceso formativo y de la creatividad de los estudiantes de la clásica, por tratarse de su contexto más inmediato y probablemente porque algunos tendrían mayor facilidad para comunicar con esa música, pero también para hacer mixtura con el gran repertorio clásico o para frecuentar ambos espacios.
“Es muy importante que reconozcamos que nuestro ser musical es un ser mixto, que nuestro título de la Facultad de Música no lo es, es normativo, y sería muy interesante romper con esa normatividad y dejarnos oxigenar, tocar, humedecernos de otro tipo de virtuosismos que hay en el jazz, en el rock, en la música tradicional de la Huasteca o del son jarocho; otro tipo de poética, de estética, otro tipo de entender la música y de hacer música de gran nivel visitando, mezclando y remezclando diferentes géneros o tipos musicales.”
En opinión del entrevistado, las relaciones, citas, plagios que se encuentran en la música, suceden porque ahora hay la capacidad de combinar músicas que antes eran completamente intocables, “porque somos hijos del son jarocho y del clasicismo vienés”, lo cual permite tener una relación distinta con la música. Y ésa puede traducirse en un goce, pero también en proyectos profesionales artísticos distintos.
“Debemos ser conscientes de que nuestra manera de entender, hacer y dejarnos ser con la música ahora es distinta que hace 200 años. Y aunque toquemos la de hace 200 años (porque no tenemos porqué dejar de tocarla, si es la que amamos), está siendo tocada por estas maneras distintas de relacionarnos con lo musical.”
A manera de ilustrar, citó que Beethoven en Xalapa tiene mucho de danzón y de son jarocho, “inevitablemente”. Tal situación, lejos de ser algo que se evite o, peor aún, que se ignore, debe hacerse consciente, “asumir esta paradoja, estas contradicciones, verlas, superarlas, no pasa nada, esto es así, seguiremos siendo hijos del danzón, del son y del clasicismo vienés y eso nos hace ser los músicos que necesita nuestra sociedad”.
Dejó una sugerencia más para quienes estén estudiando música en la UV: convertirse en agentes activos de conocimiento e involucrarse en otras facultades. En su caso, cuando estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México, asumió el derecho de asistir no sólo a su entidad académica, sino a otras con las que aparentemente no había relación disciplinar, gracias a eso tuvo una visión más amplia, contextualizada y relativizada.
“Yo les aconsejaría no ser alumnos pasivos. Convertirse en agentes activos de conocimiento. Ir a buscar el conocimiento ahí donde está, y eso a lo mejor está en la Facultad de Derecho, de Ciencias, de Filosofía y Letras. Algo más, muy importante: promover la discusión entre pares, dialogar, criticar a los profesores, pero también compartir la música y el conocimiento que no les están dando, ser más activos y comprender que la universidad no es la única fuente de conocimiento, eso pasa en todos lados, pasa en Suecia.”