Con cariño para Ledwin Andrés
Por Ricardo Perry Guillén
Este 10 de agosto, en la ciudad de Xalapa, murió Andrés Flores Rosas a la edad de 44 años. Un músico talentoso del son jarocho, compositor, cantante, jaranero, laudero e impulsor del pandero en nuestro género. Una de sus cualidades era ser uno de los mejores maestros de nuestra música, maestro de muchas generaciones de nuevos jaraneros pero sobre todo un alma generosa, un gran amigo, un hermano.
En 1974, después de realizar una investigación con el Sociólogo Alberto Díaz sobre el sur de Veracruz, analizando el proceso de transformación de la zona de pasar de una vida armoniosa con la naturaleza, de los primeros habitantes del área, a este periodo actual trazado por el petróleo y la industria de la petroquímica, que no solo vino a afectar el entorno sino también la mentalidad: consumismo desmedido, nuevas formas de alimentarse, vestirse, la extinción de la lengua nahua en los pueblos como Jáltipan, desde donde escribo. Principios de los noventa, la crisis llegó fuerte, se cerraron las industrias, se contrajo la mano de obra petrolera. Ahora esta parte del proceso nos dejaba en la pobreza y la contaminación desparramada en la tierra, en los cielos y las aguas de ríos y mar. Viví 10 años en Xalapa y al tener la noción de lo que pasaba en mi zona y en mi pueblo, sin dudarlo tomé la decisión de abandonar todo lo que hacía: reseñista de La Jornada y Novedades, trabajador de la UV, etc. para regresar donde se requería. El 18 de marzo de 1994, me encaminé a San Pedro Soteapan, un importante pueblo de la sierra nuestra, pueblo indígena popoluca, donde se desarrollaría un encuentro de jaraneros. La intención era encontrar un grupo para trabajar en proyectos que teníamos en mente. Esa noche conocí a Andrés, cantando con el grupo Chuchumbé, grupo el cual estaba naciendo hacia el mundo del son jarocho. Me acerqué a ellos y después de una platica sobre los propósitos, empezamos a trabajar juntos. Creamos una unidad que el tiempo no la divide y logra permanecer como un acontecimiento importante en el nuevo son jarocho. Chuchumbé tenía un estilo propio de tocar, Patricio Hidalgo que venía de Mono Blanco, es un músico propositivo y talentoso, después de estudiar con los viejos jaraneros de las comunidades y de leer muchos libros de poesía que son parte hoy del acervo del Centro de Documentación del Son Jarocho, el grupo inició una carrera que logró un amplio reconocimiento y que a la luz de los años, aunque en esos entonces hubo algunas críticas de que “estábamos descomponiendo al son con nuestras nuevas propuestas”, hoy día hay un gran reconocimiento, es un grupo clásico en el movimiento jaranero.
En 1995, iniciamos un proyecto de recuperación de las expresiones de la cultura de Cosoleacaque y que se hizo extensivo en la región. Solo algunos señores grandes tocaban son jarocho, sobre todo en las procesiones religiosas. En Chinameca el último gran músico había colgado sus instrumentos (afortunadamente hoy es un músico activo). En Jáltipan algunos jaraneros regados y Don Nicomedes Pacheco sosteniendo los pilares de nuestra música con sus hijos en su comunidad. Recuerdo la primera clase del taller de Andrés en el auditorio municipal de Cosoleacaque, fueron muchos niños y jóvenes que acudieron al llamado de volver a caminar en nuestras tradiciones, eran tantos que la rueda formada para empezar una especie de marcha de calentamiento como decía Andrés, era grande, me parecía inmensa, y en esa misma marcha fue conduciendo a los alumnos a marcar con mayor firmeza un pie que el otro, hasta, sin darse cuenta, la rueda estaba haciendo los pasos del famoso “café con pan”, dos pasos en un pie, uno en el otro y regresar al otro. Toda la inmensa rueda, sin darse cuenta, ya estaba bailando el son jarocho. Un año antes, en diciembre de 1994, realizamos el Primer Festival de Son jarocho en Jáltipan, teníamos que hacer mirar de nuevo a la población hacia nuestro son. Trabajamos como siempre sin recursos, cuatro días intensos, el primero un Encuentro de danzas indígenas de nuestra región y los siguientes una treintena de grupos jaraneros, casi todos los existentes del son jarocho de ese entonces estaban en Jáltipan, Antonio García de León regresaba a tocarle y cantarle a su pueblo chogostero. Andrés andaba en chinga, como todos aquí. Un día antes del evento una señora reconocida en el pueblo se ofreció a buscar catres pues tanta gente ¿dónde iba a dormir?. Conseguimos una camioneta de tres toneladas, Andrés la manejaría aunque apenas estaba aprendiendo, acompañando a la señora en busca de los catres. Todo el día anduvo en la camioneta, tuvo la paciencia de ver como entraba la seño a una casa y no conseguía nada, otra casa y nada, al final del día Andrés con su sonrisa siempre eterna abrió majestuosamente la puerta trasera de la redila para enseñarnos la cantidad de catres conseguidos, uno solito estaba ahí, tanto esfuerzo cuando la gasolina utilizada costaba mas que el catre y el trabajo de Andrés. Hoy cuando platicamos ese momento llamamos al suceso como el caso de “Doña Buscacatres”
Son muchas las anécdotas que fuimos construyendo en esos años maravillosos de nuestro encuentro como seres humanos empeñados en hacer que brillara nuestra música y las artes del pueblo. Recorrimos con Andrés, Liche Oseguera, Patricio Hidalgo, Zenén Zeferino, Antonio Sánchez y Ruby Oseguera los pueblos, las comunidades del sur, de los Tuxtlas, todo los fines de semana, en una combi generosamente prestada, nos íbamos a visitar a los viejos jaraneros que habían mantenido la supervivencia del son jarocho, aprendimos de sus andanzas, de sus consejos, de sus formas de tocar, muchos eran de edad avanzada y hoy también se han ido. Conocimos al Tio Piri, al Mocho, convivimos con Agustina Ramos, una de las pocas cantantes mujeres del son jarocho de ese entonces, con la excelente bailadora América, con Tirso López. Nos fuimos a la ribera, con los viejos Olmecas donde bautizamos a La Chuchumbina, la jarana especial construida por Liche para Patricio y en donde nos pasamos muchas horas diseñando el puente, el diapasón, muchos diseños, mucho tiempo para hacer un instrumento bien especial. Nos fuimos a la montaña, con los músicos popolucas, a los llanos con el sabor fuerte de la herencia negra, conocimos al gran versador Donato Padua, un poco antes de su muerte. Al final de este periodo se integró Noé González (Los Cojolites) a tocar la leona, éramos un todo indivisible, y esa hermandad, ese cariño construido dio como resultado versos hermosos, pensamientos reflexivos, una música que hoy queda como un legado para todos, y algo muy importante, aprender que tenemos un compromiso con nuestra gente y su cultura, hacer renacer el son jarocho en los pueblos donde trabajamos: “Hermano si te has perdido, dentro de la cañalera, lanza en el aire una espiga, que te sirva de bandera”.
Queda para nosotros su gran voz en “Los Chiles Verdes” a dueto con Patricio, su jaranear en la Luna Negra en el seminario de enseñanza de nuestra cultura en semana santa, donde cada año asistía con gran entusiasmo y cariño a dar su talleres que siempre eran festivos, llevar a sus alumnos a recorrer el rancho y el gran árbol de cedro, donde los hacía tocar y cantar, reconociendo el valor de la madre naturaleza y la madera de donde nacen los instrumentos de nuestra música. Nos queda el cariño, el valor de la amistad pero también el desagradable sabor de la ausencia.
A todos los jaraneros, al mundo del son jarocho, nos deja una lección si la podemos y la queremos ver así, su gran lección de humildad y compañerismo. En el mundo del son jarocho reproducimos los males de la sociedad, algunos jóvenes que van emergiendo en el andar de la música, otros grandecitos, a veces no conocen ni su propia historia, sus orígenes, o les gana sentimientos oscuros, se convierten en jueces de los demás, en juzgar sin conocimiento de causa, sin ver donde han brotado estas plantaciones de versos, de donde vienen los atardeceres llenos de cantos, cómo es que se han llenado muchas madrugadas con el rasgar de las jaranas, de cómo ha viajado La Leona o Guitarra grande por los caminos del sur, por sus ríos y sus montañas. Andrés nos enseña a buscar la unidad y no encontrar en la rivalidad, en la competencia insana una forma de existir, de querer sobresalir y darse a conocer como producto de mercado, detenerse a poner piedras en el camino de los otros y así no avanzar parejo en la llanura de los sueños y las realidades, en las inmensas sabanas del amor por nuestra gente. Varias veces hablamos con Andrés de esto, unas cuantas veces externó su opinión sobre este tema, un jalón de oreja cuando se propasaba el asunto en las redes. ¿Es posible mirarnos todos los interesados como compañeros, como hermanos, como hacedores de un mismo destino? Además de su grandeza como músico, la lección mas importante que Andrés nos ha trasmitido es la de buscar la unidad y la alegría de la vida.
Ayer, junto a su tumba, su madre Doña Bella me dijo por qué había tomado la determinación de enterrar a su hijo en El Corte, donde vive con su esposo, y no en Coatzacoalcos donde vivió casi toda su vida: “Andrés no quería regresar a Coatza, me dijo que no volvería allí y yo respeto su decisión”. El 21 de abril de 2017 en su portal de Facebook se despedía de Coatzacoalcos, de la ciudad donde vivió desde los 8 años y estas son sus palabras: “ Éramos libres jugando en la calle hasta tarde en la noche, mi madre vendiendo antojitos detrás de Chedraui 1, ahí vivíamos… Aquí conocí el son, aquí nació el grupo Chuchumbé, esos interminables ensayos en el malecón con un tequila pa’ finar la garganta o en la calle Madero, donde vivía Liche, sin saber que un día íbamos a volar con las notas musicales y regar la semilla recogida de los grandes maestros del son, los del rancho, que algunos están en la memoria y otros… se quedan muchos proyectos inconclusos gracias a la nula inquietud y apoyo de las autoridades, llega un presidente y su comitiva y no les interesa la cultura, menos la tradición… Gracias a esas autoridades, muchos han emigrado, al igual yo he decidido hacerlo. Nos han arrebatados a muchos amigos, familiares, conocidos y conocidos de amigos… pero no nos han arrebatao las ganas de seguir adelante sin el apoyo de naiden y la dignidad… Dejamos la contaminación, la inseguridad… la impunidad que esta muy de la chingada… pasa todo pero no pasa nada en el aquí y ahora… yo harto de escuchar todas las mañanas la noticia amarillista… Ojalá un día vuelva el momento de hace treinta años, de un Coatza tranquilo, en paz, sino… entenderé que fue lo mejor, el cambio”.
El día de su muerte nos reunimos en Jáltipan veintidós organizaciones que trabajamos de manera independiente por preservar la cultura de los pueblos de Veracruz con el Mtro. Cuitláhuac García, gobernador electo de nuestro estado. La finalidad fue extender nuestra opiniones, reflexiones para tratar la problemática que vivimos quienes trabajamos para mantener la identidad y la cultura heredada de nuestros ancestros, para trabajar en la conservación de nuestra memoria viva. Como Centro de Documentación del Son Jarocho organizamos ese encuentro y estuvimos a punto de suspender la reunión porque para nosotros pesa mucho la muerte de nuestro compañero. Empecé a llamar a los amigos cercanos y por él mismo acordamos que debíamos llevarla a cabo. Esa reunión estuvo permeada por su deceso pues es lo común que quienes sostienen el engranaje de la cultura de los pueblos vivan sin prestaciones, sin derecho a servicios médicos, nada que garantice la seguridad para sus hijos como el caso del compañero que estaba siendo velado, era necesario abordar las condiciones en que murió nuestro amigo, entre otros temas. Al final el Sr. Cuitláhuac pidió un minuto de silencio por nuestro compañero con el compromiso de hacer de la cultura y la educación ejes de su gobierno. Esperamos así sea,
Ayer, junto a Andrés dormido en su última cama de tantas donde durmió en su andar por el mundo, muchos compañeros jaraneros estaban presentes, la música nunca paró, desde que el cuerpo del amigo llegó para quedarse en el pequeño pueblo de El Corte. Se cantó y cantó y no había ganas de parar en homenaje al músico, la Tía Adela Cazarín, bailadora de Minatitlán, zapateando a sus 86 años, varios panderos tocaban para el rey del pandero. La música no quería parar y el cortejo se retrasó bastante tiempo porque era intensa las ganas de cantarle y cantarle, como un tren interminable de voces que no cesaban, los versos todos se acomodaban a los sentimientos, la voz de Amairani cantando desgarradoramente a su padre casi encima de su féretro. La música finalmente paró hasta dejarlo allí reposando en una tumba que se mira en la carretera entre Amatitlán y Tlacotalpan.
Estuvimos de nuevo reunidos casi todos los Chuchumbé, uno descansando y nosotros de pie, el destino un día nos unió, nos hizo fuertes, nos señaló el camino para andar la riqueza de la existencia. Quizá entre nosotros, en nuestras miradas, sentimientos, abrazos, entendemos muy adentro del alma la importancia de este momento, de lo que significa esto para nuestras existencias, porque uno de los nuestros se va y se va con él una etapa en el devenir de la vida, la posibilidad de volver a reunir al grupo se diluye en el tiempo. También para entender en lo más profundo de su esencia el significado de nuestros versos, del verso de Antonio García de León que dice:
Si me ausento por historia
o el tiempo lo quiere así
estarás lejos de mi
pero no de mi memoria.
Te hago esta declaratoria
porque te quiero y confío
soy constante y no varío
y aunque te hablen de primores
Aunque te rindan amores
Tu corazón con el mío.