Eran las 9:30 de la mañana del 1 de julio, cuando Fidel Herrera Beltrán llegó en silla de ruedas a votar a una casilla especial instalada en la Ciudad de México.

Aunque se notaban en su rostro las huellas del derrame cerebral sufrido en marzo, iba pulcramente vestido y a su atuendo sólo le faltaba la corbata.

Su hija Rosa Herrera Borunda que empujaba la silla, lo llevó directamente hasta la mesa para que recibiera sus boletas y ahí comenzó el jaleo.

“Hey ¿de qué derechos goza ese cabrón? ¿Quién se cree que es? ¿Vale más que yo o qué?” gritó su enojo una voz masculina. “Que se forme, estamos desde las cinco y media, seis de la mañana” dijo una mujer.

Tomada por sorpresa Rosa oteó el panorama y decidió. “Bueno, mejor nos vamos y ya. Nos vamos”.

Rosa empujó la silla de ruedas, Fidel hizo un ademán con la mano derecha para indicar que ya se iba. Y en ese momento sucedió lo que nunca imaginó.

Una mujer con chamarra color mamey lo reconoció y le lanzó: “¡Yo te vi Fidel! Tu utilizaste recursos del pueblo para robarlos y te dieron como premio irte a España. No tienes autoridad moral, Fidel, de venir a meterte. Estamos desde las siete de la mañana aquí para votar y tú vienes y te metes. ¡Eres un irresponsable y tu gente también!”.

Casi de inmediato se escuchó la voz ronca por la ira de un sujeto que aulló: “¡Asesino de Veracruz! ¡Perro maldito! ¡Te vas a ir al infierno! ¡Sí, debes muchas vidas en Veracruz y te vas a ir al infierno!”.

Más que sentir pena por el hombre que trajo la desgracia a Veracruz, la sentí por su hija. Muy doloroso debió ser para ella ver cómo le gritaban improperios a su padre. Como muy duro debió ser para Fidel escuchar impotente que le gritaran así delante de su hija.

Por la tarde de ese domingo, el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares recibió los primeros reportes sobre las votaciones en las casillas y levantó una ceja preocupado; no eran buenos para su candidato.

Dos años antes el mandatario estatal había ganado la gubernatura con 929 mil votos y Cuitláhuac García, uno de sus contrincantes y ahora rival de su hijo, quedó en tercer lugar al obtener 809 mil sufragios.

Yunes Linares hizo sus cuentas y prometió a su vástago un millón de votos. Pero además y para evitar que la elección se fuera a los tribunales, le ofreció un colchón de 200 mil votos.

Y vaya que le cumplió, incluso con creces.

Al final del día Miguel Ángel Yunes Márquez obtuvo en números redondos, un millón 400 mil votos, cantidad superior a la prometida. Pero Cuitláhuac se fue al cielo al agenciarse más de un millón 600 mil.

Poco antes de la media noche todo estaba escrito. A pesar de los cientos de millones del erario desviados para imponer a su vástago, Yunes Linares no pudo hacer realidad su sueño de heredarle la gubernatura.

Tanto Fidel como Miguel Ángel perdieron ignominiosamente. Uno, el respeto que un día le tuvieron los veracruzanos; el otro, la confianza que depositaron en él los agraviados por la violencia a los que engañó.

Solo, enfermo y sin poder político, Fidel Herrera debe estar rumiando su desgracia personal. Quizá ya libró la cárcel, pero jamás se librará del desprecio que le tienen quienes fueron sus gobernados.

A Miguel Ángel le quedan cuatro meses para arreglar la casa, esconder bajo la alfombra lo que no pueda ocultar de otra manera y esperar su relevo. Pero como tigre herido lanzará sus últimos zarpazos contra duartistas que están en su lista de agravios por cobrar.

¿Qué pasará con él después del 30 de noviembre? La verdad no lo sé.

Lo que sí sé es que tanto a Fidel como a Miguel Ángel se les dio la oportunidad de gobernar la entidad y si el primero la dejó peor que cuando la recibió, el segundo va en camino de dejarla peor que sus dos antecesores.

Aunque es una utopía, ojalá ambos se vayan lejos, bien lejos de Veracruz.

Es lo menos que pueden hacer por un pueblo que les brindó generosamente su confianza y al que en correspondencia humillaron, desfalcaron, envilecieron, traicionaron y hasta la alegría de vivir le quitaron.

Parafraseando lo que dijo un taxista: “Ya nos engañaron, ya nos jodieron, ya nos chingaron ¿qué más quieren?”

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